Carta al Niño Jesús
Cuanta osadía la mía molestarte otra vez, como todos los años. Bueno, casi todos, pues, por esas cosas de la profundidad del alma los pocos años que he dejado de escribirte, respondieron a mis temores, mis circunstancias y a mis dudas, también, sobre cual sería tu destino, que si bien sencillo de enunciar, cuan duro es de asumir, de comprender y mas aun de razonar, habida cuenta que, tal son los resultados, tu empeño por salvar a la humanidad toda, pareciera ser mayor su riesgo y fácil el fracasar que el alcanzar tan dulce, maravilloso, trascendente sueño. De nuevo este año te escribo, procurando superar mi angustia de molestarte como siempre, revisando la memoria, con temas que fueron de adultos y solemos los adultos imponer o, sencillamente creer que tenemos razón y que los niños deben ser dirigidos mas que orientados por nosotros, los adultos, y, pero, si somos viejos, algunos nos erigimos cuasi dioses porque creemos que la sabiduría es cosa de tiempo y con algunos poetas, porque el poeta cree en su verdad y, entonces, nos empecinamos en afirmar que los tiempos pasados mejor fueron. Presumo, hoy, que esta visión de las cosas y del todo tiene más vicios que aciertos, pues esta visión del tiempo es una de esas tantas mentiras con las que creyendo convencer a los demás, tanto mas si son niños, nos engañamos a nosotros mismos. Apenas hace poco, por mi terapeuta, me enteré que mi historia es única e irreversible y que no cambia el tiempo sino uno, uno es, pues, quien cambia y envejece, fosiliza, quien sabe, quizá alguien lo sabrá, si era distinto en aquel tiempo cuando para nada a uno le importaba el tiempo. De ese tiempo, quiero decir de uno, hay quienes conservan sus amores primeros y tienen tristura de lo que no hicieron, nostalgia de lo inconcluso hecho. Quizá, no se si es posible que sea, pero así es, somos mero espacio donde el tiempo juega viéndonos mudar, metamorfosearnos, hasta mutaciones habrá ocurrido en uno, y es uno como ser espacial, con su peso y medidas, el que se va acabando, consumiendo. Y, no se si deliberadamente, olvidamos a nuestras abuelas, para quienes también todo tiempo pasado fue mejor. Se fueron, quedaron sin espacio de memorias, donde suele aposentarse rara vez el tiempo.
Hace dos mil y algunos años mas, por esas cosas de las inexactitudes de los calendarios y sus intereses, cuando Tú naciste, y enterado por cuentos y verdades, un criminal que controlaba el gobierno, un miserable en quien la criminalidad le vino por sus genes y se multiplicó según sus desmedidas ambiciones, ordenó degollar a todos los niños que hubiesen nacido por aquellos lugares, con el fin de evitar que lo de El Mesías verdad fuera y, entonces, perdiera su reino, de manera mas simple, el poder. Apenas, para evitar olvidos, a otros niños de diversos espacios hay que recordarles su identidad, Herodes el Grande, cuya obra de mayor memoria, fue el haber hecho tan grande crimen, tanto peor, porque eran inocentes y mas eran absolutamente indefensos todos, (Mateo 2.7) sin excepción alguna, con ello, según Herodes creyó, con buenas razones, que la palabra del Mesías desnudaba la mentira y todo criminal hace de la mentira justificadora, su credo. En estos días vendrás, estoy seguro, por estos lados donde yo habito, quiero decir huyo, no hallarás estrella de Belén, ni menos reyes magos. Reyes por aquí, No! Las fallas de la electricidad impedirán el brillo de la estrella y los reyes, ah!, cómo admitirlos, son los conspicuos representantes del imperio o son los explotadores de sus súbditos y muchas veces violadores de sus súbditas; amigos u oligarcas ellos mismos y probablemente padres generadores de la burguesía, mas cruel, mas vil pero mas sofisticada que las anteriores formas de explotar, que juega con la libertad y hace bailar a la gente con su juego. Como ves, estos son mis mas recientes conocimientos, adquiridos en las cadenas de radio y TV, escuchando a nuestro gran maestro, que según se proclama a si mismo, es el camino, la verdad, la vida, el que vino a completar la obra que Tú y Bolívar, por esas cosas propias de la gente que andaba con ellos, dejaron inconclusas. Pero, a pesar de creerse eso firmemente, lo acompaña el miedo, el mismito que hizo temblar a Herodes el Grande, y por eso, con más saña que éste, se ha propuesto con mucho más éxito hasta ahora, que vivamos todos, pero muertos. En efecto, a todos, niños, adolescentes, jóvenes, viejos y mas y mas viejos, y todos, se nos condena a no poder hablar. Y aquellos que pudiesen decir algo, ha de ser solo, amén, Señor, mi comandante en jefe y mi jefe comandante. Es repetir la incomprensible felicidad de quienes dijeron hace tiempo, Ave Caesar, morituri te saludant. Salve, señor, quienes van a morir te saludan. El resto que queda vivo ha de andar muerto, porque andar muerto es dejar mudos a quienes, a escondidas, aun respiran. La muerte es eso, no poder hablar y no se mucho, pero oí decir que hablar es casi cosa previa por necesaria, para poder pensar. No se cómo se piensa, pero sí que no hay manera de expresar a cabalidad cuanto pensamos sin poder hablar. Y aquí sí quiero recordarte de niño. Me imagino que llorabas y que tu canto conmovía a tu mamá que si bien tu mamá sabía quien eras, era mamá María, una adolescente que te parió virgen, del mas viejo de todos los viejos, quien de tanto serlo en él no pasa el tiempo ni el tiempo pesa en él. Ella debió temblar ante el terror de quien te buscaba para que nadie más pudiera hablar. Veo a tu mamá con un trapo muy limpio afanada en atrapar el sonido de tu canto llanto y los esbirros, incluidos los soldados que sin saber actuaban según la voluntad que de Herodes era, eso hizo tu mamá para que no te descubriesen y adelantaran tu muerte y no se pudiera jamás escuchar tu palabra, y tu mamá por su belleza, inteligencia y ser mamá, te escondía, te protegía para que pudieses hablar, porque lo mejor de ti, desde niño, y de siempre y por siempre fueron tus palabras, mas que tus obras, digo mejor, tus palabras son tus mejores obras. De San José, así será mas tarde llamado tu padre putativo, fue sin duda un ser muy especial, si dudó de la Virgen, quiero decir de María, se debió a cosas de su edad y la crueldad que a la libido impone el tiempo, cuando la supo encinta. Y muchas cosas mas, que le fueron aclaradas por Gabriel arcángel el mismo Arcángel, Gabriel, que conversó con su prima Isabel y ayudó a su marido para superar sus muy disminuidas condiciones, y que naciera el Bautista, después. Aclaradas las cosas, difíciles en casos iguales de cuanto humano le habrían amargado su existencia todo el tiempo que queda, asumida su condición de papá adoptivo, su papel de esposo fue excepcional, en él se perfeccionaba la prudencia, la discreción, la tolerancia, la ponderación, el equilibrio, la humildad, del amor la pureza y su hacerse en el trabajo como arriero perfecto, el labriego mas bueno, mas bueno que el mejor, mejor que el óptimo, era magia que se hacia verdad en la perfección de su silencio que, para no arriesgarla, nada material de sus manos quedó ni ninguna palara dejó para el tiempo, su silencio absoluto lo hizo libre de sospechas y ajeno a compromisos. Y ni el pesebre donde naciste, bueno, tampoco era de él, estaba ahí, circunstancialmente invadido por necesidad, conducta suya que justifica a Atila para las expropiaciones en nombre de los pobres, del pueblo. Nunca Herodes ni nadie sospechó de él y quizá en su nada hacer está su ejemplar éxito, coronado por el sui generis amor de su mujer. Y Tal el anonimato de tan buen hombre que en los Evangelios, apenas por referencia, lo recuerdan Mt 1:19; Lu, 3.23; Jn.6:42.
Pues bien, creo que lo dije arriba, el tiempo sigue igual pero en esta era, el espacio ha cambiado. De tu pesebre con la mula, el buey, José y la Virgen, lueguito tú, nadie se acuerda ni por qué se procedió de esa manera, pues de haber sido suntuario, suntuoso los espacios de tu cuna, los esbirros de Herodes lo habrán encontrado con más facilidad. Hoy el tiempo sigue donde estaba, los espacios cambiaron. Herodes es el mismo, cambiado ha su nombre y tal dije arriba, todo su esfuerzo está en enmudecer, en silenciar, en hacer a cada quien desde los niños hasta los ancianos, mediante el terror, seres abúlicos y finalmente indiferentes, aun de su propia muerte. Aquí Herodes no necesita jugar a las probabilidades, definiendo la amplitud de su crimen. Aquí Herodes creó brigadas especiales para la delación, en cada esquina, en cada barrio, en todos los lugares donde se respire ha de haber un espía que, como la Gestapo, esté pendiente para la delación de los herejes, vale decir, para quien piense, la excomunión, y de quien tenga la expropiación de todo, incluida la expropiación de la palabra y luego de los bienes materiales. Observa bien este pequeño resumen, que no mas amplío, porque cuando abras los ojos podrás ver todo eso y mucho mas destruido, pero los niños jugando, sin importarles el miedo ni la muerte, te echarán los cuentos hechos historias de cuanto mal se ha hecho. Te dirán que lo peor es que sentimos mucho miedo de quien está a nuestro lado. Miedo que nos obliga a repetir como Pedro que cuando Tú, adulto, ibas a ser muerto, para silenciarte, en la traición mayor que yo conozco, o en el miedo mayor que sea posible, dijo “no es bueno que me vean contigo”, y no lo es, porque sencillamente me crucifican también, era la razón del miedo de tu apóstol y es la misma razón que hoy tenemos.
Puestas estas cosas sobre la mesa creo que te puedo pedir, Primero, que directamente eches a los mercaderes del templo. De niño demostraste a lo sacerdotes sus graves errores. Con este régimen nuestro no pierdas tu tiempo. Te degollarían, porque tienes razón y ellos tienen la de ellos: el terror. Pero, eres niño y puedes hacer esa travesura tan propia de un chamo como Tú. Echa a los mercaderes del templo. Claro, conserva tus buenos modales, para que no se empañe por aquello de que los fines justifiquen los medios.
Segundo, por misericordia, echa de nuestras almas el miedo. Eso simplemente te pido. No represento a nadie, ni nadie soy y nada soy ante ti ni ante ellos, solo que si Tú logras echar de nosotros el miedo, habremos conseguido la libertad y el tiempo bueno que es amarte, tal como dispusiste, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Y, un regalo más, no se si fácil, pero para los niños nada es imposible, que los padres, los abuelos, los hombres sean tan idílicos maridos como San José, tu padre putativo, pero tan especiales, valientes, como San Jorge de Inglaterra o de Capadocia, de modo que además de mucho amor que nada deja, quede de ejemplos el amor de besos y de hechos y la rebeldía y la libertad como patrimonio de verdades y sueños.