Carta abierta a Noam Chomsky
Estimado Noam:
Guardando las debidas distancias, ha tenido usted con el teniente coronel Hugo Chávez más suerte que Platón, siempre ansioso por convencer al tirano de Siracusa, Dionisio el Joven, de la necesidad de convertirse en pensador y fundar una república de filósofos. Usted ha suscitado su atención. Pero ha corrido con menos suerte que el filósofo ateniense: ha encontrado la muerte, así sea simbólicamente. Su admirado teniente coronel lo declaró urbi et orbe fallecido, en plena sala plenaria de la ONU. Piensa que alguien de tanta nombradía, icono de la contestación anti norteamericana y para mayor INRI norteamericano él mismo, no puede estar vivo. Y lo da por muerto.
Es el riesgo que pueden llegar a correr las almas aparentemente ingenuas que adquieren el mal hábito de moverse en las cercanías de déspotas, autócratas y dictadores, debilidad no ajena a quienes, condenados al complejo de ser meros hombres de ideas cono usted, se babean ante un hombre de acción. Muchísimo más si está uniformado de verde oliva. También Sartre y Simone de Beauvoir – no faltaba más – tuvieron su Hugo Chávez Frías. Hoy agoniza y sigue aferrado al Poder, pretendiendo gobernar desde su tumba. Lectores ocasionales de anuarios, solapas y reseñas baratas no saben de los intelectuales como usted otra cosa que no sea lo que les conviene para sus fines inmediatamente políticos: hacerse con el Poder y aferrarse a él de por vida, como está sucediendo con Fidel el viejo. Mientras los intelectuales de toda calaña permanezcan inofensivos y sólo canten loas al tirano o guarden silencio, les son útiles: permiten un barniz enciclopédico y proveen máscaras ideológicas para sus brutales y desnudos afanes totalitarios. Y si de izquierdistas se trata, como usted, tanto mejor. No se diga si de su pensamiento se deriva necesariamente el repudio a las democracias y la exaltación de las tiranías, sin otro fundamento que el irracional odio que usted le profesa a la ejemplar democracia de su propio país. Cosa que no sucedía, seamos objetivos, ni con Sartre ni con Simone de Beauvoir, seducidos por tiranos por razones sentimentales de otra índole. Aún así, poco importa. En el fondo, como lo establecieran Göring y Goebbels de manera arquetípica, déspotas como el teniente coronel Hugo Chávez los desprecian. Y no desperdician la ocasión – que esperan no sin cierta ansiedad – para arrodillarlos y someterlos al escarnio de esas humillantes autocríticas públicas tipo Heberto Padilla. O simplemente asesinarlos o desterrarlos, como hicieran Hitler y Stalin, sus ancestros. Es lo que a usted ya le hubiera sucedido de ser ciudadano cubano, o iraní, por poner un par de ejemplos. Como le sucediera y sucede a tantos intelectuales perseguidos por el totalitarismo con los cuales no muestra usted la menor solidaridad. Ya escogió de qué lado sentarse: del lado risueño del despotismo. Como tiene la inmensa, la inconmensurable fortuna de ser ciudadano de una nación ejemplarmente democrática, sólo encuentra esta muerte simbólica en manos de un mercenario caribeño que pretende exaltarlo dándolo por muerto. Extraño lapsus que debiera darle que pensar.
Puedo apostar mis escasos bienes a que el teniente coronel golpista Hugo Rafael Chávez Frías – del que usted no conoce otra cosa que su odio visceral por los Estados Unidos, que comparte – jamás ha leído una página suya. Pero histriónico y desvergonzado, como todos los déspotas caribeños, y consciente de que comparten las mismas fobias, habrá mandado a su embajador ante las Naciones Unidos, otro coronel golpista y compañero de andanzas de su misma estofa, a adquirir la más voluminosa de sus obras. Ojala de portada atrayente y desafiante, útil a sus propósitos de ofender al pueblo norteamericano en su propia casa, protegido por sus tradicionales buenas maneras y el pasaporte de un intelectual de postín como usted. Una estudiada jugada mediática de alto vuelo, seguramente convenida con Fidel Castro, su maestro y amigo. Suficiente antecedente para que usted, un extraño hijo de ese pueblo admirable al que sin embargo desprecia como si fuera uno de sus bastardos, se sienta con ellos en la misma mesa en la mejor de las compañías. ¿Se imagina a un presidente democrático infiriéndole a Castro desde el Salón de Convenciones de La Habana el mismo trato que Chávez a Bush desde la ONU escudándose en un intelectual de la disidencia? Un caso absolutamente imposible pero digno de ser imaginado, aunque a usted, tan preocupado por el metalenguaje, no parece despertarle el menor interés.
En su caso, puede ahorrarse el temor al desprecio por parte del homme d’action. Siendo usted un norteamericano anti norteamericano, le viene como anillo al dedo. Cuanto más, podría verse usted sometido al menosprecio de quien se crió en polvorientos cuarteles de la provincia venezolana y no tiene otras ideas que las que pueden incubarse en esos viveros de tiranos que hasta no hace mucho tiempo fueran las fuerzas armadas de un país del tercer mundo. Del cual Venezuela, luego de esta pasantía por los infiernos que amenaza con eternizarse, ha llegado a convertirse en epitome. Cosa que usted, encumbrado a problemas de naturaleza lingüística, no tiene por qué saber. Por ejemplo: desde un helicóptero, tropas de elite del ejército venezolano acaban de ametrallar un reducto minero situado en las selvas del estado Bolívar, con saldo de diez muertos. No es un caso aislado ni es un hecho inédito: las relaciones entre las fuerzas de orden y seguridad – un descarado eufemismo en un país sometido al más caótico desorden y a la más espantosa inseguridad, ambos propiciados consciente y sistemáticamente por su admirado teniente coronel – han estado marcadas desde siempre por el abuso, el desprecio, el atropello y el terror. En nuestros países, y en Venezuela muy en particular, el odio a la civilidad constituye parte del genoma uniformado. Con razón algunos historiadores siguen refiriéndose a nuestros países como “repúblicas en armas”. Pues para nuestra infinita desgracia no fuimos paridos sino con la violencia de las armas: descubiertos y fundados con el arcabuz y la espada por quienes venían de una cruzada de siglos contra el invasor sarraceno – la historia vuelve a repetirse – e independizados por caudillos militares de a caballo. ¿Casual un teniente coronel zafio y brutal como Hugo Chávez en la presidencia de una república independizada al costo de la sangría de un tercio de su población?
¿Por qué habría de saber usted que desde el ascenso del teniente coronel Hugo Chávez al Poder la cantidad de homicidios, especialmente entre jóvenes de las clases más depauperadas, supera en Venezuela los cien mil asesinados? Muchísimos más fallecimientos brutales que las muertes provocadas por los conflictos bélicos de Irak y Afganistán. Sin que aquí se haya disparado una sola bomba. Un cuarto de esa cifra se calcula es responsabilidad de los cuerpos policiales. ¿No le pesan las muertes de aquellos que no pueden darle réditos literarios? Y a Chávez, responsable directo de este siniestro estado de cosas y quien tiene las manos manchadas de sangre pues ha participado directamente en acciones de combate contra nuestro pueblo inerme en un sangriento golpe de estado, no le tiembla la voz a la hora de condenar “al imperialismo yankee”. ¿No le avergüenza verse asociado con sujetos de esta calaña? ¿No le inquieta servir de peón en una estrategia que ataca el corazón de la civilidad que a usted le diera vida, le educara y le permitiera enseñar en sus universidades, publicar en sus editoriales, escribir en sus periódicos, sin recibir una sola reprimenda?
El amor a la humanidad que usted parece profesar, buen intelectual de izquierdas al fin y al cabo, le permiten barrer bajo la alfombra de su conciencia la crasa ignorancia que posee sobre el país cuyo autócrata enaltece. ¿Sabía usted, por ejemplo, que a pesar de los más fastuosos ingresos jamás recibidos por gobierno venezolano alguno la pobreza se ha incrementado? Los hospitales se encuentran en estado tan calamitoso, que los humildes ciudadanos que se ven en la obligación de recurrir a ellos deben llegar con los correspondientes guantes de goma, algodón, gasa, jeringas y otros implementos de primeros auxilios. Pues sus instalaciones, insalubres y terriblemente deterioradas, se encuentran en el más completo abandono. Lo mismo sucede con las escuelas públicas, convertidas en antros. En lugar de utilizar esos fastuosos ingresos en ponerlos en el estado en que algún día estuvieran y dotar a nuestros excelentes médicos y maestros de los debidos insumos, se trae a miles y miles de médicos, paramédicos, maestros y promotores deportivos cubanos – agentes encubiertos de una gigantesca operación de ocupación colonial – para adoctrinar, por ahora, y someter posiblemente por las fuerza de las armas, mañana, a nuestra población.
Venezuela se encuentra literalmente ocupada por decenas y decenas de miles de soldados y oficiales cubanos. Algunos, de uniforme, copan altos mandos en el interior de nuestras fuerzas armadas y controlan su funcionamiento. Los más, de civil, ocupan lugares estratégicos entre la población eventualmente susceptible a un levantamiento popular. No contento con ello, Venezuela sostiene al régimen castrista con suculentos envíos petroleros y la hace partícipe de los negocios de su comercialización internacional. En ningún país del mundo mantienen los Estados Unidos, proporcionalmente a su población e importancia estratégica, una cantidad tal de hombres de guerra como la Cuba castrista en la Venezuela chavista. Dicha penetración alcanza tales niveles, que las oficinas públicas de identificación de nacionales y extranjeros son gerenciadas, administradas y servidas por funcionarios cubanos. Quienes disponen de la identificación política y las preferencias electorales de todos los ciudadanos, gracias a listas elaboradas por funcionarios del régimen. Obtener, por lo tanto, un simple título de identidad o un pasaporte siendo un venezolano opositor es no sólo una faena épica. Puede costarle una fortuna. Pues además, la corrupción campea como en ningún país del mundo. Es, junto al petróleo, el gran aporte de la revolución bolivariana a la revolución castrista. ¿Elecciones libres bajo tales condiciones? Hay suficientes razones como para dudarlo muy seriamente. Así a usted las elecciones en un pobre país desalmado, habituado congénitamente a elegir nuevos mandatarios cada cuatro años, le importen un bledo.
Debo señalarle sinceramente que no comparto sus apreciaciones sobre la política norteamericana. Siento por los Estados Unidos el mismo agradecimiento que imagino sientes quienes fueron ayudados a librarse del horror hitleriano durante la segunda guerra y del totalitarismo soviético durante los años 90. Comparto la preocupación de los sectores más conscientes de la intelligentzia europea y norteamericana por los riesgos que implican el integrismo religioso y el terrorismo islámico para la supervivencia de la democracia liberal de Occidente. Y siento que actitudes como las suyas a favor de sátrapas, déspotas y autócratas como Fidel Castro y Hugo Chávez constituyen una vergüenza para la intelectualidad norteamericana. Aún así: la tolerancia del establecimiento cultural y político norteamericano hacia posiciones de dudosa integridad como la suya constituye un valor inapreciable.
Con mis mejores deseos
Antonio Sánchez García
Escritor venezolano