Carta a Dios
A mis hijos Gerardo, Lise y Simón y a la memoria de su hermano ido, Gustavo y a todos los hijos de los seres que amo, la esperanza en sus hombros de amor colmados se van tras la esperanza.
Perdóname Dios este atrevimiento mío al escribirte, atrevimiento que creo mitigar porque me valgo de Santa Lucía, y ella tiene ojos que hablan y te será mas fácil recibir mi carta de sus manos mirándole sus ojos. De ella nada quiero decir para no darte celos, pero estuve en su casa de Maracaibo, en Santa Lucía, una de las expresiones más hermosas y genuinas de esa idiosincrasia maracucha que huele a lodo y cielo, a barrio y mundo, y como las mejores cosas que nos son esenciales mas que propias, a la Lucía nuestra, una italiana infinita de belleza en todos su detalles, llegó aquí con unos de esos tantos italianos o con todos que se vinieron aterrados por los efectos trágicos de la primera guerra. La casa de la Santa está muy fiera, algo así como mil veces feas según son los decires campesinos de mis remotas tierras, es fealdad que aterra. Ah! como si realmente la Santa ciega fuera. Y “es bueno que no vea” me contó mi discípula Luisa, ella que es inmensa a pesar de los muy escasos centímetros de altura que le diste, está tan cerca de ti, que es un gigante más grande que Goliat, pero con un alma del tamaño exacto a la que tú concediste a David. Me mostró la orfandad de la Iglesia, es como si se hubiera muerto hace años o como si fuese un ataúd que los años destrozan por las inclemencias de la naturaleza, salvo que aquí, tú lo sabes muy bien, es cosa de desidia, ese monstruo que anda atosigándose la belleza del tiempo y de la historia que cada espacio cuenta se traga la verdad. No se si has pasado por aquí, si no has tenido tiempo o que estafado estás resguardado de la verdad en algún palacio, de esos que tienen miles de metros cuadrados para el ocio de algún jerarca que, en tu nombre, manda y traga. La iglesia se derrumba como se desvanecen las sombras en la nada.
Vine, Dios, porque creo es un deber que discutamos y que lleguemos a un acuerdo que me afirme la fe en ti y en la verdad y en la bondad de la gente. Me ayudan María, por ti elegida como tu esposa y madre de tu hijo en una de las más complejas actuaciones que solo tú como Dios puedes hacer, y de Isabel, a quien tú dispusiste, que madre de Juan, tu compadre, fuera y que en mí viven como si Una fueran en la inmensa belleza que cada una lleva. Bajo esas manos y los ojos sublimes de Lucia, que creyeron perdidos pero que siempre anduvieron contigo, me acerco a ti.
Debo empezar el diálogo. A decir verdad tú sabes lo que pasa. El problema soy yo, que nada entiende de lo que tú haces. Por decisión tuya se fue delante mi hijo Gustavo, va a ser siete años de eso y es el tiempo sin nada, no hay comienzo, se quedó allí, y ayer como hoy que es hoy y es ayer y será mañana me pareció desproporcionada tu decisión tomada. La acepté con más resignación que la tristura que expresó tu Hijo, ¿Padre por qué me has abandonado? No se ni sabré nunca cuando intercambiaron ustedes tan complicada pregunta, y, sabio, has mantenido la respuesta oculta, y cuya duda ha servido de ejemplo para señalarte tantas veces tanto que tus decisiones duelen y duelen más, porque Uno ni nadie nunca sabe que motivó tu acto o por qué tu indiferencia ante al más grande de todos los dolores, el abandono; como imposible que eso te pudiese ocurrir, seguro estoy lo sabes por tu Hijo, y del dolor del cual eres ajeno, también por El, tú lo sabes. No me atrevo a decirlo, pero siento que tú nos has abandonado, me refiero a esta tierra. No a la tierra toda que tantas dificultades pasa, sino a esta que, por detalles de identidad, llamamos patria. Y no te quiero hablar de la sequía, ni de la perversidad que con tanta libertad y malsana eficacia desde el poder se ejerce. Mucho menos me quejo de las cosas que yo puedo hacer y que por algún motivo o por ninguno he dejado de hacer y allí esconder mi propia pequeñez o por las que permito que en mi contra se hagan por placer, algo de masoquismo lleva cada quien en los bolsillos. Quien soy para reprochar a tus representantes oficiales la distancia cada vez más marcada de ti, porque es cada vez marcada su huida temerosa del pueblo. No se si exagero, no tenemos pueblo de Dios, al menos como eso que llamaban con tino feligreses. Es algo muy peor. Yo no se y me atrevo a preguntarte si tú lo sabes y si sabes por qué no se distingue entre lo bueno y bello, la verdad y mentira, menos lo bello de lo feo, menos lo feo de lo bello y menos muy menos, menos lo feo que hay en lo bueno y en lo bello, y menos, muy mucho menos, que también cosas bellas se vean en la fealdad, si la fealdad no se hace sinónimo, qué digo, identidad con la maldad.
No dudo, Dios, que tú lo sabes, que la maldad habita en el poder, que es malo y malo es convencer a la gente de que se odien los unos a los otros. No hay peor guerra, Señor, ni peor muerte, Oh Dios, que esa muerte. Morirse es necesario, inevitable es, son las reglas que tú impusiste al juego. Pero morirse odiando es un crimen macabro, y yo me abstengo a creer que tú ames eso. Digo ames, porque no puedo concebirte odiando, sino justo y el primer acto de la justicia, lo sabes bien, es el amor. Perdona este desvío, quizá me toque la soberbia y algo de Satán en mí renazca, porque la soberbia es el mas grave de todos los pecados y el mas estimulado y favorecido por Satán. Lo sabes bien, Señor, porque Satán que es creación tuya, como todo lo es, tuvo en la soberbia la única raíz para atacarte. Pero no señor, no Oh Dios, mi terapeuta, quien en ti se inspira, tiene ya tiempo curándome ese mal, que solía casi siempre acompañarme, tal vez, como defensa ante el más fuerte, tal vez como maldad ante el más débil, tal vez para esconderme de mí mismo. Si algo me queda de soberbia es su apariencia en mi exagerada pasión por la justicia y por mi exagerada pasión por cuanto amo. Pero eso detalles míos poco son ante las cosas que he querido plantear y que despacio vengo haciendo para tratar de no confundirme. Ese es el empeño de mi yo que escribe y es también mi empeño en tratar de decirte la verdad y exigirte, no es soberbia es justicia, algunas decisiones que mi alma comprenda y los demás también. Decía que en esta tierra donde yo vivo ya no queda espacio al bien ni a la verdad y todo lo tiene el mal tan pervertido que, no se si acierto pero los del poder son tan perversos como nunca jamás, pero tantos de tantos que a él quieren acceder peores suelen ser. Y sobre la verdad, Señor, que duda cabe, a extremos se ha llegado que por placer se usa si en ello se hace mal o preservarse quiere en la ignominia de su propia maldad el embustero. Y está allí mi problema, solo no puedo andar en esa duda que no se ubica entre el ser o no ser, sino que es una y misma cosa, en una misma identidad, es no ser y no ser. Sabes Dios, tu pasaste por eso, te persiguieron a tu Hijo, uno solo era y en ese crimen se asesinó a miles y la muerte sigue por lo mismo, el poder, y el poder tiene claro, así dicen, que a la justicia y a la libertad y a la dignidad y a la verdad hay que asesinarlas al nacer, son sus contrarios irreconciliables. A nosotros se nos persigue a nuestros hijos y la maldad es tal que se les cortan las alas o se las empegostan por si quieren volar y se caigan y mueran. Y si morir es la decisión que tú has impuesto para hasta ti llegar o que tú alejes, según cada quien es, pero acá se vive algo peor, se persigue o se miente para que se pierda la fe, para que la abulia se apodere de nos y la ataraxia sea la forma de andar. Un poeta nuestro dijo un día que cuando se tiene a un hijo se es padre de todos los hijos del mundo; cuando se daña a un hijo, la tragedia es inmensa, pero no hay poetas que demostrar hayan podido que perder a un hijo es perder a todos los hijos y que con él se va todo el amor, para fortuna nuestra así no ha sido, pero cuán doloroso es ver como se persigue al honesto, al que trabaja se le quita al pan, mientras al que roba se dan los instrumentos, se les da impunidad, se perdona o según es su maldad se les premia. Y cuan, Señor, tan asqueroso ver cómo el mentir sustituye a la verdad en los grandes detalles y hasta en la nimiedad.
Sabes, Dios, del paraíso tuyo solo Satán se ha ido, por ti echado, Oh Dios, de este espacio Señor, de este en donde mal vivimos y yo estoy, en cierto grado en infierno devenido, tantos para salvarse a escondidas se van y lo peor del cuento, que no es cuento mi Dios, a quien por otros luchan por escuchar su voz, alcanzar la verdad, se le cortan las manos, por la fuerza se pretende su cerebro extirpar y por si fuera poco, Oh Dios Bendito, se les hiere el corazón para que se muera andando vivo. Y con la mentira mil veces repetida, construyen la verdad. Yo señor, permíteme de nuevo hacerte entrega del Padre nuestro mío, que una vez te hice y creí que jamás lo volvería a rezar, Señor, pero lo debo hacer, te dejo el texto y tus decisiones al respecto, si no son buenas, justas, bellas, no las tomes Señor.
Padre nuestro que estás en los cielos
A la distancia exacta Para distinguir al justo del perverso
Para contemplar tu grandeza en la belleza de lo bueno hecho
Para saber del miedo sin sosiego de quien ha hecho del bien su buen camino
Para distinguir la lujuriosa voracidad del mercader del templo
Y que invoca tu nombre para la justificación de su lascivia
Y
feliz
Te evoca
Feliz
En la concupiscencia de sus crímenes
Para ellos, Padre Nuestro,
Invoco tu ira sabia y la severidad de tu justicia
Para el bueno, Señor y Padre Nuestro,
Te imploro una sonrisa
Nada más Señor y Padre Nuestro
Tu mano abierta de dulzura llena
Nada más Señor y Padre Nuestro
Tu compañía Señor y Padre Nuestro
Para el de bien obrar
Del buen amor
A mi señor, que no se nada de esto
Que juzgarme no puedo
No por lo que ya hice sino por cuanto todavía no he hecho
Déjame amarte en el color que da vida a la flor
En el sonido que da vida al viento
En la sublimidad de la sonrisa
Transparente
De la mujer que amo
Déjame estar contigo
En la bondad de cada hijo amigo
En la amistad de cada amigo bueno
Dame la soledad
Para saber de ti
Y saber de quien me ama
Lo demás Señor, Padre Nuestro,
Déjalo de mi cuenta
Salvo un detalle más
Pido Señor y Padre Nuestro
Devuélveme la fe
Dame la comprensión
Y la bondad
Para seguir rezando
Con amor
El Padre Nuestro