Caracas-La Habana
Mi última visita a La Habana es de 1964 y de entonces me quedan cuatro imágenes nítidamente impresas en la memoria: la belleza de su casco histórico pese a la incipiente decadencia, la espectacularidad de ese paseo marítimo in-comparable que es el malecón, la nostalgia desilusionada del “Sloppy Joe’s Bar” y la vitrina impoluta de una tienda de calzado donde reinaba en solitario una car-tulina, sobre la cual una mano nada torpe había dibujado un zapato femenino razonablemente a la moda. Con el paso del tiempo, esa vitrina destellaba en la memoria como un canto a la esperanza: mientras en las demás el vacío apenas era compensado, en el mejor de los casos, por fotos de Camilo Cienfuegos y unos pocos artículos tirados al azar, pasados de moda y casi siempre cubiertos de pol-vo, en la zapatería alguien se había preocupado no sólo por mantener el decoro sino por prefigurar de algún modo un futuro mejor.
Leer ahora el artículo sobre La Habana publicado en el número de este mes de Letras Libres por Bertrand de la Grange y Maite Rico, revela cuán infun-dada era esa esperanza: la imagen de la ciudad descrita por los periodistas es mucho más dramática que la que nos transmiten la infinidad de fotografías y vi-deos que circulan mostrando su decadencia física.
Si crea desasosiego el estado de los comercios, uno de los cuales -Berens Moda, en la calle Neptuno-, nos regresa en un solo salto a aquel gris 1964 porque, como nos dicen, en su vitrina se exhiben “un ‘blúmer’ (braga), tres tarjetas del Che, dos botellas de desinfectante, una junta de cafetera, un peine sucio, una junta de olla, dos cascos de moto, un sobre de ‘polvo facial’, una cazuela, dos budas chinos de colores y un cartel que reza: ‘Se arreglan pies y manos. Uñas pos-tizas’”, inquietan aún más las imágenes humanas de dependientes y parroquianos que deambulan por una ciudad fantasma, sin productos que vender ni artículos que comprar, viviendo “de la trampa y el engaño”.
No es sólo angustia por el mal ajeno: de algún modo esa descripción pare-ciera adelantar lo que podría ser aquella mitad de Caracas en la cual, según su bolivariano Alcalde, sólo se construirán centros comerciales para buhoneros. No parece vano el izamiento de la bandera cubana en el Panteón Nacional.