Capriles somos todos
Los más de tres millones que votamos en las primarias. Los mal pagados médicos venezolanos. Los maestros que fueron engañados con un contrato colectivo firmado entre las sombras. Los trabajadores de Agroisleña, los de Cemex, los de Holcim, los de Cementos La Farge, que dedicaron años de servicio a esas organizaciones para ver truncada su carrera profesional, pues fueron reemplazados por adeptos a la revolución. Los trabajadores de las empresas de servicios petroleros de la Costa Oriental que perdieron su empleo y su futuro. Los obreros de la industria petrolera cuyo derecho a escoger en elecciones libres a sus representaciones sindicales, les fue negado.
Los trabajadores del aluminio, quienes esperan por un plan que garantice la posibilidad de las empresas para continuar operando y pagando sus sueldos. Los televidentes que dejaron de ver Radio Caracas Televisión y ahora están a tiro de dejar de ver Globovisión. Los padres de esos hijos que se ven afectados por una ley de educación destinada a lavar cerebros y a vendernos una historia de este país construida a la medida de la revolución. Los que observan como los cubanos –cada día más- dan ordenes a los que trabajan en la notarias, registros, ministerios de educación, de salud, de deportes, la dependencia de identificación y tantas otras instancias de este ineficiente gobierno.
Las familias de los muertos producidos por una incapacidad manifiesta para ponerle coto a la inseguridad de este país. Los que de manera obligada han tenido que asistir a una marcha o acto de gobierno para no perder su necesario empleo o beca. Los estudiantes universitarios, cuyo presupuesto fue estrangulado, para poder regalar dinero a otros países. Los trabajadores de las ensambladoras automotrices y de las más de seiscientas empresas que producen partes y servicios para esas ensambladoras, que bajo una asfixiante falta de divisas están a punto de ser cerradas. Los accionistas clase B de Sidor, engañados por un gobierno que desconoce sus derechos como accionistas de esa industria.
Los militares que observan el proceso de deterioro de las fuerzas armadas, de sus principios, de los recién comprados equipos militares y de la descarada manera de comportarse de sus mandos superiores. Los que observan el cementerio de helicópteros y aviones militares que no vuelan por falta de recursos, mantenimiento y repuestos. Los familiares de los más de medio millón de venezolanos que se han ido de este país por haber perdido la esperanza. Los transportistas que viven en ascuas en manos de un hampa desmedida que asesina a sus compañeros en medio de un engaño que llamaron ruta segura. Los que soñaron con bañarse en el río Guaire. Los trabajadores de la empresa privada, que comienzan a sentir en carne propia el producto de políticas económicas mal manejadas.
Los que observamos el uso indebido de aviones, autobuses, trabajadores y otros recursos del estado para hacer campaña electoral.
Los venezolanos arrechos no cabemos en esta página, los que nombré son solo algunos de tantos. Súmele las familias de todos ellos: los hijos, los padres, los abuelos, los tíos y los primos. No se deje engañar con trapos rojos y promesas de futuro. Somos la energía que cambiará a este país, la Venezuela que está a punto de recobrar su gran sueño libertario.
El próximo siete de octubre encontraremos el camino.