Capitalismo solidario versus socialismo del siglo XXI
Afortunadamente, Emeterio Gómez incomoda a propios y extraños al
interpelar constantemente las posturas oficialistas y opositoras que
dicen profesarse. En «Capitalismo solidario versus socialismo del
siglo XXI» (Los Libros de El Nacional, Caracas, 2007), sintetiza el
esfuerzo realizado por romper el aburrido y agotador convencionalismo
del debate o ˆ mejor ˆ la simulación de un debate que pudo ser duro,
intenso, entusiasta e incansable, dando cuenta de un real cambio
revolucionario.
La obra puede leerse ˆ evidentemente ˆ «por arriba» y también «por
abajo», habida cuenta de las notas a pié de página que directa y
punzantemente atañen a algunas circunstancias que atañen al régimen
prevaleciente en Venezuela. El exceso de cursivas y signos de
admiración acentúa sus afanes didácticos, aunque sintamos un poco más
de desesperación por hacerse entender (y convencer) de mil maneras. E,
incluso, a propósito de las semejanzas entre la cuarta y la quinta
repúblicas, cuela su angustia por aquello de «alguien debería
decírselo a Chávez» (27).
Bastaría comparar a Corea del Sur con la del Norte para aceptar la
superioridad del capitalismo frente a las realizaciones totalitarias,
pero el autor acierta al tratar aspectos como el de la libertad
individual, la conciencia activa, el valor de cambio como básica
relación social que, entre otros, se suman al útil esquema sobre el
ser del mundo y de los humano (74, 85). Igualmente, acierta al juzgar
el neocomunismo populista o carismático a la luz del intercambio de
equivalentes, pasando por las nociones de rentabilidad, competencia,
acumulación de capital y remuneración de factores, hasta no descartar
la posibilidad de un capitalismo por otro (29), sentenciando que el
«trueque puede ser tanto o más cruel que el intercambio monetario»
(118), preguntándose si éste no generará valores de intercambio (130),
para desafío de la intelectualidad «chavista» (16).
Gómez crítica fuertemente al capitalismo moderno, sus elevados niveles
de exclusión, la publicidad burda de la que se vale, la exagerada
confianza que deposita en la «mano invisible» del mercado, incapaz de
plantearse los problemas desde una dimensión moral, espiritual y
religiosa del hombre, para ˆ librándose de toda sospecha ˆ apuntar a
la «tentación totalitaria de la derecha» (57, 87, 91, 131). Y, lo más
importante, esboza una alternativa presta a la discusión, como es la
del capitalismo solidario, el tránsito de la responsabilidad social a
la moral de la empresa, el derecho existencial, el relanzamiento de la
estética, afín al «clarísimo proceso de igualación» (56).
Quedan algunas interrogantes: por ejemplo, demostrada la fragilidad de
la teoría de la plusvalía, ¿no hay explotación alguna en el
capitalismo?, o – como lo sugiere tácitamente – ¿es el obrero el que
explota al empresario (107)?. Por lo demás, recordamos, a raíz de los
artículos de prensa del autor de marras por 1988, pudimos valorar el
programa de gobierno por entonces planteado por la democracia
cristiana venezolana, iniciando ˆ disculpen la referencia ˆ un
diferente período de reflexión personal, al que tanto contribuyó el
amigo Fernando Spiritto, mas ¿no es suficiente el modelo de economía
social y ecológica de mercado con la vista puesta en los principios y
valores de un diferente y superior orden social?, y ˆ mucho más acá –
¿renunciará Gómez a la valiosa tarea de teorizar y ofrecer otro
horizonte, presto a los más inquietos y avisados dirigentes políticos,
tentándole la directa actividad política?, ¿preferirá incursionar en
los partidos ya establecidos para ahorrarse la molestia de fundar una
entidad propia?, ¿si fuere el caso, estarán sus receptores a la altura
del desafío moral que predica?.
EL IMPERIALISMO HOY
De cuestionada vigencia, luce escasa la literatura venezolana ˆ al
menos, impresa y sostenida ˆ que intenta la comprensión de lo que
acontece desde la perspectiva del marxismo-leninismo. Siempre prolijo,
Domingo Alberto Rangel insiste al dictar (sic) su más reciente título:
«El imperialismo hoy» (Vadell Hermanos, Valencia-Caracas, 2007).
El autor asegura que la única y real referencia imperialista se
encuentra en Estados Unidos, desde 1945, y de la cual únicamente
escapan los países de cuño feudal o socialista, suscitando una
reflexión de «sentido estratégico» que entiende como la esperada
actualización de las tesis de Lenin (9, 93). Enfatiza y pondera
algunos elementos como la empresa transnacional, el lobby, la
radicación exclusiva de la guerra en un Tercer Mundo que sólo el
primero puede industrializar, aunque ˆ estimamos ˆ faltó indagar más
en el cruce de los miles de caminos que llevan a la globalización,
mediante los acuerdos librecambistas del Atlántico o del Pacífico, que
económicamente pueden asediar y asedian a los decisores de Washington.
Siendo inviable la guerra prolongada, la lucha anti-imperialista pasa
por diferentes modalidades como el abstencionismo (electoral), las
promesas que puede ofrecer la población ilegal en suelo estadounidense
al coincidir con una juventud que pudo quebrar la coherencia del
sistema en Seatle (1999), aunque nos parece llamativo el papel que
pueden desempeñar los revolucionarios en las barriadas populares y de
éstas mismas (76 ss., 81 ss.), en una escalada de resistencia. No
obstante, es en el Asia Central y en el Medio Oriente, en la
sorprendente conjunción de Mao y el Islám (reconocido el carácter
terrorista islámico: 118), donde halla Rangel las claves de bóveda,
pues, ubica a América Latina en la retaguardia, así la «pura lógica»
(93) pueda llevarla a una confrontación con el norte.
Elocuentemente, subestima los arrestos anti-imperialistas de Hugo
Chávez, quien ˆ enviando petróleo y contratando con firmas de cabildeo
ˆ no sale de la picaresca, confundiendo la cultura y el pueblo
estadounidense, cuyo ascenso no se debe sólo a la codicia imperial
(31, 70, 97 ss., 118), como ya lo ha recogido Rangel en sus textos de
prensa con punzante ironía (por ejemplo, Quinto Día/Caracas, 12 al
19/10/07). Además, el chavezato está complacido con los viejos
esquemas, tratando de enfrentar a los acorazados que fondearían en el
Caribe, en lugar de entretenerse con la subversión a orillas de El
Nula o del Apure, así todos sueñen con derrotar un magno desembarco en
Centroamérica (87).
Siendo nuestro reclamo, el marxismo venezolano no se atreve ni puede
afrontar lo que se ha dado en llamar el «chavismo», desde sus propias
categorías por discreción e impotencia: por una parte, aún abriga la
esperanza de solaparse, imponiendo su versión aunque deba tropezar con
las evidencias de una «burguesía bolivariana» que no diferencia entre
Granier y Chávez (112 ss.), por no mencionar que el régimen es un
insigne exportador de capitales o ˆ mejor ˆ de negocios, con toda la
parafernalia gerencial y de inteligencia no precisamente mercantil,
por cierto, en nombre de una democracia cuya rentabilidad política no
avizora o calibra Rangel (66). Y, por otra parte, al perseverar con
leyes como la de la tendencia declinante de la tasa de ganancia o la
de una implacable dialéctica en el campo de la lucha (36, 114), así
mencione a Joan Robinson, olvida que hay respuestas pendientes de dar,
para huir ˆ simplemente ˆ del debate.
Sentimos que hay más de prejuicios y estereotipos en el marxismo
venezolano actual que una serena y sobria aproximación e
interpretación de los hechos que lo pongan a prueba, por lo que la
sorpresiva firma del acuerdo mundial relacionado con el cambio
climático por Estados Unidos, a guisa de ilustración, escapará de los
rigores dialécticos en beneficio de un ataque en el que concursará
toda la ralea de estupideces que hubiese indignado tanto a Marx, tal
como lo leímos y escuchamos con la demolición repentina del World
Trade Center. Pesa más la contribución de un leninismo polvoriento que
resume toda su preocupación estratégica en la entusiasta existencia de
las logias o sociedades secretas, capaces de emular a los mártires
cristianos, como esperanzadoramente acota Rangel a pesar de los
reparos hechos a la vieja Unión Soviética (57, 119 ss., 123).