¿Capitalismo de Estado o estatismo comunista?
El ritmo acelerado tomado por la revolución bolivariana plantea un tema para un debate crucial en el país: cómo caracterizar el régimen liderado por el teniente coronel en esta Tercera Fase, según su propia expresión. Unos dicen que estamos en presencia de una forma particular del capitalismo de Estado, cuyos matices propios los traza el hecho de que somos un país petrolero. Entonces, estaríamos en presencia de un género al que podría llamarse Capitalismo de Estado Petrolero. Otros señalan que en Venezuela avanza a galope tendido hacia el comunismo estilo cubano. Me inclino por esta última opción. No considero acertado llamar a este engendro “capitalismo de Estado”, y políticamente creo que es un error hacerlo, pues no hace más que confundir a una población que necesita que se le hable con total claridad.
El capitalismo de Estado es una variante del capitalismo, que puede coexistir con formas muy liberales y abiertas de la economía de mercado, donde el sector público tiene una presencia activa como empresario y patrono, más que como regulador y controlador de la economía. Se consigue capitalismo de Estado en países que suelen citarse como ejemplos de economías abiertas y competitivas, verbigracia Singapur y Taiwán. En esta última nación, por ejemplo, los astilleros son propiedad del Estado y son manejados exclusivamente por funcionarios que dependen de organismos oficiales. El Gobierno taiwanés considera que esta industria es estratégica y vital para la seguridad nacional, debido al conflicto que mantienen desde hace casi 60 años con China continental. Sobre la base de ese argumento, una economía que se encuentra entre las menos intervenidas del planeta, se da el lujo de preservar para el sector público la industria naviera. Ahora bien, ¿cómo es manejada esa actividad? Con criterios de eficiencia e, incluso, rentabilidad. Los astilleros taiwaneses compiten en calidad con los mejores del sureste asiático y del mundo porque sus gerentes, profesionales y técnicos son seleccionados tras un largo proceso de entrenamiento y selección. Se escoge y promociona a los mejores con base en sus méritos, y no a partir de criterios ideológicos anacrónicos. La directiva de los astilleros le rinde cuenta a organismos técnicos, y no al Kuomintang o a cualquier otro partido que se encuentre gobernando.
El Singapur, Malasia, Tailandia y otras naciones asiáticas, o en la muy europea Suecia, el Estado posee importantes activos industriales, los cuales gerencia con principios administrativos modernos. Los directivos son evaluados, siguen procedimientos preestablecido, cumplen metas previamente acordadas y se les aplica raseros internacionales de rendimiento. Algo de eso tuvimos en la Venezuela del pasado anterior a 1999, por ese motivo tuvimos islas de excelencia como PDVSA y el Metro.
Lo que está ocurriendo después del refrendo revocatorio de 2004, y, sobre todo, luego del pasado 15-F, nada tiene que ver con el capitalismo de Estado, sino con una forma particular de estatismo y colectivismo que, sin duda, es comunista, aunque se llame socialismo del siglo XXI. Este modelo combina dos componentes distintos y complementarios. Uno es la captura y sometimiento por parte del Estado de las industrias clave de la nación. En el vértice de esta pirámide se encuentra PDVSA. Hay que incluir las empresas de Guayana, la CANTV, la Electricidad de Caracas, los bancos estatales y otras industrias y actividades que concentran la mayor parte del PIB.
Estas empresas son dirigidas y administradas por una ideocracia que, en su mayoría, carece de la formación profesional necesaria para lograr que las unidades productivas o de servicio que dirigen funcionen de manera eficiente. Los gerentes, técnicos, y hasta el personal subalterno, son incorporados y promovidos por su adscripción e incondicionalidad al comandante. La aberración es tal que aún sigue operando la infame lista Tascón, con lo cual el Gobierno comete el crimen de excluir a miles de venezolanos meritorios que tendrían que estar trabajando en las empresas del Estado (en realidad, de Chávez). Los gerentes y altos ejecutivos, si es que se les puede aplicar esta categoría, actúan en la práctica como comisarios políticos, tal cual sucedía en la Rusia de los soviets o en la China de la Revolución Cultural. Con el agravante de que, al menos durante la época de Stalin, los rusos inventaron el stajanovismo, leyenda de acuerdo con la cual los obreros debían trabajar duro para imitar a Aleksei Stajanov, ese héroe abnegado que entregaba su cuerpo y alma a la revolución (luego el pobre murió alcoholizado). Los comisarios políticos del chavismo no guardan ningún parentesco con los competentes gerentes de los países con capitalismo de Estado; ni siquiera se parecen a los eficientes yuppies españoles de finales del franquismo).
El otro lado del socialismo del siglo XXI es el que se orienta a la colectivización de la actividad agrícola y de la pequeña y mediana industria. Las comunas, las Empresas de Producción Social y los Núcleos de Desarrollo Endógeno -que colocan el énfasis en la propiedad colectiva (que no es propiedad), mientras arrinconan la propiedad privada, la libre iniciativa y el mercado- tampoco se emparentan con el capitalismo de Estado, sino con el comunismo soviético y el maoísmo. Se inspiran en el pensamiento del marxismo ortodoxo, nefasto allí donde se ha aplicado.
No hay que dejarse seducir por los nostálgicos del comunismo. La redención de los pobres y la equidad se conquistarán con las banderas de la economía de mercado, jamás con la defensa de la utopía comunista.