Opinión Nacional

CAP y Lusinchi

“La política la inventó el diablo”, solía repetir el recién fallecido Carlos Andrés Pérez. Sobre todo usaba esa expresión para subrayar los encuentros y desencuentros que se producen entre los hombres en razón de la política como oficio. Quienes nos hemos acercado a ella desde niños, sabemos de ese juego perverso de las simpatías, los cuadres y diferencias entre compañeros de partido y entre circunstanciales amigos de iniciativas políticas.

Viene a cuento lo anterior porque los últimos años de la democracia venezolana estuvieron signados por la amistad y el alejamiento entre dos líderes acciondemocratistas que lograron llegar a la Presidencia. Hablo de Jaime Lusinchi (1924) quien gobernó desde 1984 a 1989 y del mismo CAP (1922-2010), quien ocupara por segunda vez y en forma truncada el palacio de Miraflores desde 1989 hasta 1993, debido a la no muy jurídica sentencia de la Corte Suprema de Justicia, avalada por el Senado, que lo apartó del poder.

En el desenlace de mayo de 1993, tuvo mucho que ver la pelea interna adeca, tal y como lo reseña el libro “La rebelión de los náufragos” (Alfa, 2010), de Mirtha Rivero, unánimemente aplaudido por quienes leemos sobre política venezolana. Apenas CAP tomó posesión en aquella rocambolesca ceremonia del Teatro Teresa Carreño, llamada popularmente como “La Coronación”, comenzó el llamado pase de factura que el perecismo más radical, ahora en el poder, consideraba necesario hacer, debido al palo que el lusinchismo había puesto en la rueda de la segunda candidatura presidencial de CAP. Ese obstáculo había sido el apoyo político y logístico al ministro Octavio Lepage, fallido y desangelado aspirante presidencial, digitado por Miraflores.

Lusinchi y CAP, sin ser amigos íntimos, siempre trabajaron de consuno dentro del partido y compartían la veneración por el líder máximo, Rómulo Betancourt, y por otros grandes dirigentes como Antonio Léidenz. Su colaboración tuvo un momento estelar cuando AD realizó las elecciones internas de 1977 para escoger el abanderado que podría conservar en sus manos el gobierno para el partido cuando CAP I culminara su mandato (1974-1979).

El aparato partidista estaba dirigido por el aspirante con mayor fuerza, Luis Piñerúa, quien además contaba con el aval irrestricto de Betancourt. Casi toda la estructura dirigencial (Todas  las respectivas mayorías en los burós sectoriales, en los comités seccionales y en el comité ejecutivo nacional) respaldaba a Piñerúa. Entonces, surgió la candidatura del jefe de la fracción parlamentaria, el médico anzoatiguense Jaime Lusinchi, como una manera de conservar ciertas posiciones partidistas para el grupo perecista y para que el Presidente (CAP) tuviera un elemento para negociar su regreso a la vida partidista.

Recuerdo que en aquellos días yo era un furibundo carlosandresista. Con 16 años repetía que CAP era el hombre vivo que más admiraba y entonces, como es lógico suponer, no podía dejar de “ligar” al triunfo de Lusinchi, quien era el candidato de mi líder. (Aunque –todo hay que decirlo- CAP jamás hizo público su apoyo). Tanto era mi fanatismo, que siendo desde siempre muy poco piadoso, entraba a primera hora en la capilla del colegio La Salle de Mérida, donde estudiaba, a pedirle a Dios que Lusinchi ganara las elecciones internas, pues siendo el candidato de CAP, eso era lo mejor para mi glorioso partido AD y para mi querido país.

Lusinchi perdió y el candidato oficial de AD en 1978 fue Piñerúa. Don Luis, quien hubiese sido un gran Presidente y a quien injustamente le endilgaron una inmerecida fama de ignorante (entre otros el senecto candidato Luis Beltrán Prieto, antiguo y meritorio adeco), perdió por una pequeña diferencia de 177.000 votos con el copeyano Luis Herrera Campins. Por cierto, parte de esos votos que le faltaron a Piñerúa se los restó Diego Arria, quien lanzó su candidatura independiente, después de haber sido Gobernador de Caracas y ministro en ese gobierno de CAP I.

Luego, Lusinchi obtuvo la secretaria general del partido, la candidatura presidencial y un avasallante triunfo en las elecciones de 1983 con más del 56% de los votos válidos. Una vez en el poder, de Lusinchi se apoderó una especie de abulia al permitir que su amante y secretaria privada, Blanca Ibáñez, asumiera una especie de copresidencia. Hay testimonios de que tal cuestión le fue reclamada por Pérez y esto determinó su distanciamiento. CAP no miraba la viga en el ojo propio: él nunca permitió que su amante Cecilia Matos cogobernara, pero si dejó que ésta hiciera negocios y usara su nombre. (Hoy vemos cómo tales licencias en la vida privada mal manejadas y confundidas con las responsabilidades públicas que debe tener un político han traído consecuencias negativas. En el caso de CAP aún después de muerto. A un mes de su deceso, Cecilia Matos sigue impidiendo que el cadáver del político tachirense sea enterrado en Venezuela, como lo quiere su viuda, Blanca Rodríguez de Pérez).

Tales amantes, Blanca y Cecilia, intervinieron en política, servían de alcabala para llegar a los jefes, nombraros ministros, ascendieron generales, hicieron negocios y terminaron causando (en buena parte) el apartamiento formal de su Lusinchi y CAP de las filas de AD. El primero anunció, mediante carta pública, su retiro del partido antes de que fuera expulsado, debido a las denuncias del caso de los jeeps y otros hechos en los que estaba implicada Ibáñez. A Pérez lo expulsó el CEN una vez que fue sentenciado por malversación genérica por la Corte Suprema de Justicia. De manera que, oficialmente, estos dos grandes dirigentes y Presidentes  de la República, a pesar de las apoteósicas victorias que rindieron a Acción Democrática, fueron echados de sus filas.

Una vez ambos en el exilio, se alejaron entre sí mucho más. Pérez llegó a decir que Lusinchi estaba ahora en el sitio de donde nunca ha debido haber salido: en el anonimato. Y es que por su carácter Lusinchi ha sido un ex presidente ausente del debate nacional. Todo lo contrario de CAP, quien hasta que sus condiciones físicas se lo permitieron nunca dejó de manifestarse de manera contundente sobre el acontecer venezolano. 

Por ello, no deja de ser un gesto de hidalguía que Jaime Lusinchi haya publicado unas precisas y sinceras palabras con motivo de la muerte de CAP, publicadas por El Nacional de Caracas, en las cuales exalta el patriotismo, la diligencia y la entereza de quien fuera por décadas su amigo y compañero de lucha política.

 

 

 

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