CAP encenderá las calles
El gobierno chavista le teme a la última gran caminata, en hombros, de Carlos Andrés Pérez en Venezuela.
El autócrata Chávez tiembla, y liga a dedos cruzados, que la familia Matos impida el traslado de los restos del presidente a Venezuela.
El político visionario, que se jugó sus cartas finales por una reforma fiscal que encaminaría a Venezuela hacia el desarrollo, fue traicionado por los actores miopes y torpes que intentaban repartirse el país en la última década del siglo XX: lusinchistas; empresarios mediáticos; generales; la izquierda siempre retrógrada; políticos oportunistas; resentidos habituales, conocidos como “Los Notables y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Para la historia, esos socios sigilosos del golpista de Miraflores o co-enterradores de la democracia, fueron barridos y humillados por el teniente coronel que ellos encumbraron. Otros sobrevivieron, saltaron la talanquera y militan en la oposición, aguardando se olvide su traición.
Carlos Andrés, sabio y estoico, soportó la cárcel y la infamia con la certeza del trabajo hecho, de su bien ganado sitial en la historia democrática del país, que aún se escribe. Carlos Raúl Hernández y Luis Emilio Rondón (“La democracia traicionada”), Roberto Giusti y Ramón Hernández (“Memorias Proscritas”) y Mirtha Rivero (“La rebelión de los náufragos”) son algunos de los autores que han intentado, con tino y seriedad, retratar a CAP, contextualizarlo en ese momento catastrófico para el país.
En resumen: el país conspiró contra sí mismo y fulminó a la democracia con un arma cargada con antipolítica. Requiescat in pace.
¡Ese pueblo sí camina!
Carlos Andrés Pérez Rodríguez (1922-2010) nos lega el deber de reactivarnos como país democrático frente a un régimen que, hasta ahora, ha implementado el “terror dictatorial” que Hanna Arendt diferencia del “…terror totalitario, en tanto que constituye solamente una amenaza para los auténticos adversarios, pero no para los ciudadanos inofensivos que no representan una oposición política”.
Hoy, los venezolanos nos arropamos con edredones de indiferencia, pues no hemos sido alcanzados por este “terror totalitario”, pero ¿cuánto tiempo más podremos negar esta situación cuyo objetivo final es arrodillarnos o, si nos negamos, fulminarnos (Pekín o la Habana lo atestiguan)?
Al entierro de CAP tenemos que asistir todos los que aspiramos y actuamos a favor de la transición democrática. Tiene que ser un encuentro multitudinario, en el cual se le rinda tributo al político que resistió la embestida conspiradora, pero también el inicio de un lucha consistente, festiva, inteligente que obligue a este régimen dictatorial y destructivo a respetar la Constitución y prepare el camino para derrotarlo, por paliza, en diciembre de 2012.
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