Camino al absolutismo
Después del 30 de julio, a través de los medios de comunicación, ha sido posible conocer una diversidad de opiniones respecto a las consecuencias más resaltantes del resultado electoral. La mayoría de ellas, tomando en cuenta el elevado porcentaje de votos (60%) obtenido por el presidente de la República frente a su más cercano contendor, estiman que finalmente, dada la magnitud de la victoria alcanzada, es posible esperar que el ahora relegitimado titular del Ejecutivo Nacional resuelva la adopción de políticas de apertura y tolerancia de las cuales ha estado alejado todo el tiempo de la gestión presidencial que inició en febrero de 1999 y que tan necesarias son, entre otros factores, para que el país supere la crisis que afecta a la sociedad venezolana, sin mayores distingos, en temas puntuales, como seguridad y empleo, educación, salud y vivienda, entre otros.
Asimismo, algunos de quienes favorecen esa postura optimista, por calificarla de alguna manera, juzgan pertinente apoyar al primer magistrado en su anunciado propósito de promover el diálogo y el entendimiento entre el gobierno y segmentos precisos de la población, sin distinguir entre oficialismo y oposición, al menos en cuanto al país político se refiere.
Sin embargo, es oportuno recordar, a este respecto, la conseja popular de que “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. Y es así, puesto que si alguien ha demostrado de manera fehaciente a través de su comportamiento como candidato y como gobernante que no acepta la disidencia y que, antes bien, privilegia la intolerancia y la intransigencia como recursos lícitos en las relaciones políticas, es el jefe del Estado quien, sin hacer concesiones al disimulo, ha dividido a la sociedad venezolana en sectores irreconciliables al mejor estilo de la prédica maniqueista.
Por ello, quienes nos hemos manifestado escépticos en relación a la conducta del régimen y, sobre todo, de su cabeza visible, no estamos en capacidad de cambiar de posición pues nuestras críticas son simplemente reflejo de la realidad y no obedecen a simple afán oposicionista. Veáse, por ejemplo, merced a un análisis primario, absolutamente elemental, lo que puede esperarse de la composición de los poderes públicos como consecuencia de la megaelección que, a no dudar, si bien consolida el apoyo del que ha disfrutado el Presidente en los sectores populares, al mismo tiempo conspira en contra del equilibrio y la independencia que, entre aquéllos, es indispensable en los regímenes democráticos.
De un Poder Ejecutivo omnímodo y de un Legislativo complaciente, amén de unos poderes regionales mayoritariamente comprometidos con el proyecto político que promueve el primer magistrado, no hay que esperar otra cosa diferente al robustecimiento del absolutismo que, en el aspecto político, marcará el sexenio presidencial que, para efectos protocolares, estará por comenzar en los próximos días.
Bien remotas, pues, las posibilidades de que la democracia participativa y protagónica a la que alude con frecuencia el jefe del Estado, se convierta en rasgo característico de la V República, siendo que ésta más bien parece encaminarse hacia una experiencia institucional plenamente identificada con el personalismo, la militarización y el populismo. ¿Por cuánto tiempo?