Caminantes cándidos
Que recuerde, la única vez que he tropezado y me he caído en una ace-ra fue hace unos cinco o seis años en un lugar insólito: Cambridge, Mass. Caí-da además con consecuencias: desgarramiento de la camisa y contusiones que molestaron durante varios meses. Un accidente aparentemente inexplica-ble para un caraqueño que, horas antes de redactar estas líneas y en la mas grata compañía, recorría sin incidentes peligrosas aceras de Las Mercedes y El Rosal, urbanizaciones localizadas en nuestros municipios mejor administrados.
Una caminata desde el viejo CADA de Las Mercedes hasta el Centro Lido depara las experiencias más diversas: recorrer aceras donde sólo es posi-ble caminar en fila india pero que rematan en amplios espacios yermos, eviden-temente cedidos por los propietarios a cambio de mayores densidades cons-tructivas pero carentes de actividad y de mobiliario urbano. Encontrar en la avenida Tamanaco, una zona tan valorada por los inversionistas inmobiliarios como parte de la llamada “milla de oro”, una serie de locales en abandono cu-yos retiros de frente han sido invadidos por la basura y carros llevados por los parqueros de locales vecinos; y no sin razón, porque en la parcela de al lado es obligatorio caminar por la calle: los carros de los clientes ocupan ¿es necesa-rio decir que abusivamente?- no sólo el retiro de frente sino también la acera sin que ninguna autoridad se dé por enterada. Y a cada tanto tropezar (no es metáfora) con una impactante novedad: como pareciera que algunas aceras no son bastante estrechas, a comerciantes y autoridades les ha dado por atrave-sarles unos paneles publicitarios de unos dos metros de altura por uno de an-cho que generan un incómodo e injustificable efecto de embudo a la moviliza-ción peatonal; pero también debe tener un efecto de embudo psicológico: quizá lo aprecie el automovilista, pero el peatón no podrá sino maldecir al comercian-te y a la Alcaldía que por vulgares razones crematísticas colocan ese innecesa-rio obstáculo adicional en su trayecto.
Las realizaciones de Chacao a lo largo y en torno de la avenida Miranda, en cambio, son realmente dignas de elogio y deberían ser ejemplo a seguir por el resto de los municipios capitalinos. Lamentablemente no siempre es así: en la calle París de Las Mercedes, donde se construyen nuevas aceras, el pano-rama cambia y, aunque sustituyen antiguas pero no nobles ruinas, uno se pre-gunta si se trata de un gasto que ha valido la pena: aceras de escasos dos me-tros que, no habiéndose eliminado el estacionamiento en los retiros de frente, tienen dos y hasta tres rampas de acceso por parcela que reducen ese ancho a la mitad.
Está claro que los caminantes caraqueños no tropezamos en nuestras aceras porque, con tantos peligros que acechan, circulamos con todas las alarmas prendidas; pero cuando cándidamente llegamos a una ciudad donde se supone que aquellos no existen, la más leve imperfección del pavimento basta para mandarnos a tierra.