Cambios en el metodo científico
La bondad más resaltante del Método Científico en su acepción original, lo constituye, sin lugar a dudas, el haberse constituido en nuestro principal instrumento para abordar y validar nuestras investigaciones. Ese mérito, no se lo podemos arrebatar porque constituye la base del conocimiento que hemos generado como explicación al estado de cosas y eventos que nos rodean. Pero, inefablemente, el método no podía estar exento de su revisión.
Inicialmente, la Metodología surgió como una asignatura instrumental, llamada a mostrar de una manera descriptiva, las fases, etapas, los pasos a seguir en la aplicación del método científico para encontrar y validar nuevos conocimientos. Incluso, desde el punto de vista educativo , la generalidad del método se fue haciendo secular en el tiempo, originando la tendencia de una orientación metódica que pretendía ser impermeable a los cambios, en el afán recurrente en las empresas humanas de encontrar la piedra filosofal de la permanencia que eternizara nuestro pensamiento, en virtud a nuestra percepción de inamovilidad que le asignamos a un valor de certeza que magnificamos vistiéndolo de una aristocrática verdad absoluta en contraste con la verdad relativa, mas modesta y mas humilde, menos jactanciosa y de menor linaje divino. De vez en cuando, la ciencia hace recurrente una especie de “platonismo sisífico”, permítaseme la disgresión de la expresión, en el cual creemos (mas por nuestras acciones automáticas que reproducimos al hacer ciencia que en un estado de fé como si lo era en la antigüedad), que el conocimiento auténtico solo es el reproducible mediante la validación de la experimentación. Es decir, convertimos al experimento en un dogma, así como en un momento, los autos de fé negaban al experimento.
Transformamos entonces al experimento en una especie de ritual no confesado, en un guión validante con una única interpretación posible, sin la cual no acreditamos y no podemos “rankear” nuestra experiencia, ya que ésta debe ser modelo, absoluta, aséptica y descontaminada de todo gérmen o bacteria que incida en su verificación. Es tan parecida esta actitud a la de los censores de Galileo, que se me hace imprescindible la cita para ilustrar la antinomia ante el lector.
Cuenta la anécdota que el célebre sabio, invitó a su observatorio al Obispo de Florencia y su ilustre comitiva para que vieran el espacio exterior como él lo había hecho a través del instrumento que diseñó para tal propósito.En particular, había colocado el artefacto orientado a la visión de Júpiter y sus satélites. La idea de que Júpiter tuviera satélites, contradecía la creencia reinante de un universo geocéntrico donde todo giraba alrededor de La Tierra. Se trataba de confrontar el conocimiento que se creía cierto (el geocentrismo) con la evidencia visual de su negación. Los honorables visitantes accedieron a la invitación del notable renacentista y enfocaron su visión al planeta mayor del sistema solar. Galileo, con ansiosa expectativa, le preguntaba a los doctores de la Iglesia si podían observar las lunas de Júpiter. La primera reacción que obtuvo fue la incredulidad de los magistrados, que comenzaron a revisar el aparato para ver si no tenía ciertas “figurillas” que se reflejaran en el lente para simular las lunas y engañar al espectador. Cuando Galileo validó la veracidad de su instrumento y los magistrados reconocieron que no había truco en la observación, tomó la voz el obispo como el personero de más alta investidura y le dijo a Galileo en presencia de los otros dignatarios, una frase lapidaria: “si, se ven las lunas, pero el mundo está muy bien sin tus lunas”.
Se trataba del poder omnímodo de la institución eclesiástica en la época, que había desbordado su natural competencia teológica. Ahora se trata del poder de la ciencia formal. Porque de alguna manera, la formalidad ha tratado y sigue tratando a través del tiempo, de hacer definitivamente inamovibles los criterios que dieron lugar a esa especie de espacio científico comteano que funcionaba con precisión de relojería laplaciana, pero al que tambien le llegaron sus lunas de Júpiter cuando en la búsqueda del detalle se encontró con el denso bosque de la complejidad.
En efecto, la causa hay que buscarla en el propio manantial de la ciencia, la observación del fenómeno y nuestra capacidad predictiva para pronosticar lo que debe repetirse. El fondo de la situación, es que estamos supeditados a que los fenómenos que observamos vuelvan a ocurrir si reproducimos las condiciones que se sucedieron para que así sucediese. Esto trae a colación la experiencia de Oparin: reprodujo las condiciones ambientales de la Tierra para tratar de propiciar, a partir de la energización de la materia inorgánica, la materia orgánica y en consecuencia la vida. Pero el experimento in vitro no resultó, a pesar de que se obtuvieran compuestos como el metano y el amoníaco, pero que no alcanzaron para “crear” la vida en un laboratorio a partir de su “no existencia”.
¿Qué milagro produjo la primera molécula de ADN? ¿Qué tipo de ingeniería biológica la produjo? Nuestra historia científica sigue siendo un recuento de aproximaciones en las cuales, al abrir un paquete de regalo encontramos otro de características similares dentro de él, generando una pasmosa fractalidad que ya hemos constatado en los modelos matemáticos que intentan simular a la naturaleza.
Cuando justamente atravesamos la frontera micro para abordar la nano, nos hemos topado con el elemento caótico, aquél cuya fenomenología es mutante y que genera nuevos espacios de resultados no predecibles ni reducibles por nuestra antigua previsión lineal. Ello inevitablemente ha llegado a la mesa de observación científica donde cada vez con mayor frecuencia nos vemos obligados a diagnosticar “pacientes” caóticos. El debate se abre en todo el mundo.El pensamiento científico ortodoxo se niega a salir de su navegación de cabotaje, con su método científico seguro, tratando de expresar a través de él la conciencia del Dios que no cambia.¿ Pero que pasa si la dinámica de ese Dios es el cambio, donde nada permanece infinitamente estable, donde el tiempo pierde su rigidez y hasta la materia inanimada tiene super cuerdas para emitir sonidos en una fenomenología sorprendente? Allí es donde debemos reescribir la historia. Pero con todo el respeto que merecen los más plecaros filósofos de la complejidad, no creo que para ello debamos desechar el conocimiento que se ha suscitado en el pasado. Entiendo, que lo que tenemos en el fondo es un problema de escalas.El modelo que funciona para las grandes dimensiones, los grandes tiempos ,no opera para las pequeñas dimensiones y los pequeños tiempos.Porque en la medida en que nos acercamos a lo diminuto, lo que creíamos un punto perfectamente esférico comienza a revelar una rugosa piel llena de relieves accidentados y una geografía con una inmensa vastedad de diferencias en medio de su pequeñez que crece inconmensurablemente, ¿ Es acaso un contrasentido el que, buscando el limitado punto lejano que avizoramos desde lejos como una pequeña y hermosa esfera perfecta en su redondez, nos encontremos con otro vasto universo donde se diversifica lo que creíamos conceptualmente único?.
La búsqueda incesante de las respuestas, sigue motivando a la investigación como el proceso que contribuye definitivamente a la expansión del conocimiento humano.