Cambios cualitativos
Más allá de las esperanzas de opositores y disidentes, las elecciones legislativas del 26 de septiembre han dado una victoria insigne a la causa de la democracia y la libertad. Ninguna de las maniobras del régimen –ni el fraude institucional consistente en el “gerrymandering” de los circuitos electorales, ni las presiones ejercidas sobre los trabajadores y empleados del Estado- ha podido ocultar una verdad luminosa: en la votación popular global, el oficialismo fue derrotado por la oposición y la disidencia sumadas.
Aunque la violación del principio de representación proporcional le haya dado la mayoría simple (no la calificada que buscaba) en la nueva Asamblea, Chávez sabe que se encuentra en minoría ante la opinión soberana de su pueblo, y que la mayoría opositora está vigorizada y, en forma pacífica y constitucional, “va por él”.
Esa realidad configura un cambio cualitativo en el clima general de la política venezolana. Otro cambio cualitativo, aún más importante, lo representa el hecho de que, luego de un lustro de gobierno enteramente autocrático, con un poder legislativo uniforme y sumiso, ese poder vuelve a ser pluralista y deliberante, con capacidad de frenar los impulsos autoritarios y totalitarios del gobernante.
Como lo predijimos en un artículo anterior a las elecciones, la primera reacción del jefe de Estado frente a su derrota ha sido desafiante y agresiva, presentando ante la opinión pública internacional un lamentable espectáculo de conducta destemplada y de irracionalidad en su interpretación de lo ocurrido. Sin embargo, el entorno oficialista parece haber asimilado la nueva situación con mayor realismo, y dentro del “chavismo” se están multiplicando las voces críticas que piden rectificación y diálogo.
La oposición democrática puede sentirse satisfecha de sus éxitos, debidos a un admirable ejercicio de unidad, disciplina y desprendimiento, bajo la conducción de partidos políticos regenerados. Pero debe evitarse todo triunfalismo y, sobre todo, no bajar la guardia ante los zarpazos que podría estar preparando el autócrata, golpeado pero no desarmado, e influido por los perversos consejos de un hombre que en 1962 clamó a favor de la guerra termonuclear más bien que la aceptación de una realidad dictada por la correlación de fuerzas.