Opinión Nacional

Cambalache

1. 1935. Franco y Mussolini dominan a sus anchas en Alemania e
Italia y se preparan a dar el gran zarpazo que sumirá a Europa en el baño de
sangre más grande de su historia. Son aclamados por sus pueblos, que juran
vivir en el más paradisíaco de los mundos, mientras la oposición yace
aprisionada, en el destierro o asesinada. Mientras tanto, Franco, la rata,
montado sobre las atalayas de la legión extranjera en el Marruecos español,
conspira con el generalato nacionalista y monárquico para derrocar la
república, asesinar medio millón de republicanos y establecer una dictadura
que se prolongará hasta su muerte, más de cuarenta años después. Las
democracias europeas, entre tanto, hacen la vista gorda, se desgarran en
luchas intestinas, le hacen carantoñas al nazismo alemán, al fascismo
italiano y a la tenebrosa sombra que se cierne sobre España, lavándose las
manos ante los conflictos que poco después sumirán en una lucha de vida o
muerte a la democracia en toda Europa. Stalin, el monstruo, montado sobre
millones de cadáveres, desata los procesos de Moscú, en los que serán
juzgados por traición a la revolución y fusilados todos los revolucionarios
que le adversan y que no hace mucho fueran sus «compañeros el alma». Si
alguna vez fueron visibles los signos de esas tinieblas de las que hablara
cuatro siglos antes en sus Centurias Astrológicas un médico y vidente
francés llamado Michel de Nostradamus, ese «ahora» comienza precisamente a
perfilarse bajo el galope de estos cuatro jinetes del Apocalipsis.

Culminarán su obra con seis millones de judíos gasificados y la friolera de
veinte millones de caídos en las hogueras de la segunda guerra mundial.

Ese mismo año, en Buenos Aires, que vive entonces el despliegue
de una bonanza económica traída por la carne y el trigo, un joven y
talentoso compositor escribe y compone el espejo de tanta ignominia en un
tango que se convertiría en el retrato de los tiempos: «Cambalache». Su
nombre: Enrique Santos Discépolo. Llevado por el nihilismo de un alma
porteña escribe entonces que «el mundo fue y será una porquería, ya lo sé,
en el 506 y en el 2000 también. Mezclado con Stavisky va don Bosco y la
Mignon, don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín.» Stavisky: un
estafador; don Bosco, el ángel salesiano; la Mignon, una barragana; don
Chicho, el capo di mafia argentino de esos años; Napoleón: el genial
aventurero francés o un loquito que finge de tal allí en Vieites, el loquero
bonaerense; Carnera: campeón mundial de los pesos pesados en el 34 y en el
35; San Martín: el soldado argentino que liberara a su patria y contribuyera
a liquidar al imperialismo español en los países del Sur, muriendo
desterrado en el Perú, tal como sucediera con casi todos nuestros próceres.

Y en una genial síntesis sartreana del pantano en que nos ha «revolcao la
vida» termina extendiendo su diagnóstico: «da lo mismo que ser cura,
colchonero, rey de bastos, caradura o polizón».

2 Este modesto cronista, prisionero del tiempo en el país de sus
desvelos, recordó «Cambalache» viendo esta semana por las plomíferas
pantallas de televisión las declaraciones de una verdadera escuadra de
caraduras, colchoneros, reyes de bastos y polizones, dignos de tangos peores
que los de Santos Discépolo. Por ejemplo: un rostro desencajado, más de un
baboso con bajo coeficiente intelectual sumido en una pea que de un árbitro
electoral, llamado por más señas Eduardo Semtei, declarando que si se
desconocen los resultados de los comicios del 28 de Mayo, habrá sangre. ¿Es
árbitro o carnicero este politicastro más conocido por sus vías urinarias
que por sus obras de hombre público? Otro, éste además de caradura un
auténtico rey de bastos, señalado urbi et orbi como Don Luis, explicando que
si la Corte Suprema de Justicia – todos cuyos miembros salieron de sus
faltriqueras digitales – encuentra «algún indicio» de culpabilidad
renunciaría al Congresillo, obra de sus personales anhelos. ¿Y por qué más
bien no renuncia de una vez? Y hay más: Colchoneros eximios como nuestros
inefables amigos del PPT bebiéndose el décimo cáliz de cicuta y jurando que
si siguen recibiendo patadas en el trasero de parte del Gran Elector
terminarán por encresparse y pueda que hasta le retiren su cálido y
desinteresado apoyo. Sigue: un polizón digno del Reino de este Mundo, como
ministro de interiores excelente motorizado de primeras damas pero tampoco
muy afamado por su agudeza de espíritu, se burla de la alta jerarquía
eclesiástica, acusándola de roba cámaras, y negando de paso la denuncia
hecha por Monseñor Baltasar Porras según el cual dos camarógrafos de la
Disip filmaron su misa en Mérida. Su subordinado lo desmiente en sus propias
barbas. Continúa: José Vicente Rangel, la más digna figura sumida en este
Cambalache tropical, vuelve a repetir que el gobierno es puro y casto de
cualquier atentado a la libertad de expresión y que la salida del aire de 24
horas es -exactamente como ya lo dijera en el caso de El Mundo y Teodoro
Petkof- asunto «estrictamente empresarial». Declaraciones de Napoleón Bravo,
que finalmente rompe el silencio, demuestran fehacientemente lo contrario.

Silencio final.

No hay espacio para seguir describiendo el ambiente cambalachero
y tanto y tanto caradura, polizón, rey de basto y colchonero que comienza a
hacer pestilente e irrespirable el aire de esta VRepública, que se nos
vendió como la más alta pureza del espíritu revolucionario. Hiede, y no
precisamente en Dinamarca. Y en el colmo del espíritu cloacal que impregna
toda las obras del Chavismo y su comandantesco caradura mayor, una auto
mentada Junta de Patriotas Revolucionarios – todos más dignos de una galería
de malhechores que del gremio de profesionales que juran ser – monta una
costosísima campaña de guerra sucia publicando gigantescos avisos de prensa
contra Arias Cárdenas. Aseguran ser trescientos. Pero como no lucen muy
acomodados cabe preguntarse: ¿quién les proveyó esas dos o tres centenas de
millones que costó tan escatológica campaña?

Antes, tales obras de ingeniería excremental mostraban la plasta pero
ocultaban el ano. Ahora lo exhiben con el más estruendoso descaro en
televisada rueda de prensa. Como si Enrique Santos Discépolo hubiera escrito
«Cambalache» en Caracas, luego de una visita guiada a Miraflores, tal día
como hoy. En verdad os digo: a la galería de matones y estafadores de
Discépolo sólo le faltaron los hombres de paja del fascismo venezolano.

3 Se avecinan tiempos muy duros, queridos y sufridos lectores. El
autoritarismo venezolano comienza a quitarse la careta y desde el tenebroso
fondo de nuestros olvidados tiempos surge el fantasma de sórdidos
enfrentamientos. Cuando la revolución y la matonería se dan la mano, el
resultado se llama fascismo o dictadura proletaria. Lo peor sería hacer como
aquel abúlico y pusilánime personaje de la breve historia narrada por
Bertolt Brecht, quien contaba que cuando la policía política fue a buscar al
vecino judío, él no se metió porque, al fin y al cabo, él era ario. Tampoco
quiso meterse cuando la misma policía política vino a buscar a su vecino
comunista. El no lo era. Y cuando se llevaron al otro vecino, el católico,
guardó silencio. ¿Por qué habría de reclamar, si él era protestante? Por eso
no entendía qué demonios hacía él ahora, también encerrado en un campo de
concentración, si había sido tan obsecuente.

Comenzarán por su vecino, pero terminarán con Ud., querido y
desprevenido lector. Y si es periodista, antes de poner las barbas en remojo
luche por lo suyo, que es lo nuestro y es de todos: democracia. Habrá que
poner la vida sobre la mesa en su defensa. Va llegando la hora.

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