Opinión Nacional

Calma y cordura

La situación de división que en el país impera se parece mucho a esas parejas que se aman demasiado, con un amor imposible, y están heridos, dolidos el uno con el otro por todo lo que se han dicho. Ya no importa quién lastimó primero, ambos hemos dicho cosas duras, ambos estamos heridos. Pero también uno siente que no puede seguir así, que no es normal cargar con tanto dolor a cuestas, que a lo mejor no podemos estar juntos como quisiéramos, pero podemos coexistir, perdonarnos.

En estos días hemos visto expresiones de dolor legítimas, respetables y conmovedoras, como todo lo que duele. No se puede desestimar el dolor ajeno, porque ningún dolor es ajeno si somos auténticos seres humanos. Con John Donne decimos: «Nadie es una isla completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas porque están doblando por ti».

Hay momentos en la historia de los pueblos que son de transición. En el mundo hay muchos ejemplos.

Adolfo Suárez, presidente del gobierno español, se reunió con su «enemigo» Santiago Carrillo para negociar, con su contrincante de una guerra civil que dejó un millón de muertos y sufrires que aún perduran, la organización de la democracia española. Ambos tenían razones para no sentarse, pero encontraron una superior para hacerlo: el destino de España.

No tenemos que irnos tan lejos. En nuestra patria, a la muerte de Gómez, a López Contreras le tocó encabezar una difícil transición. Un cuento la resume: dicen que por la mañana llegaban los militares gomecistas enardecidos al despacho de Miraflores y le decían al Ronquito (que este sobrenombre le daban por su manera de hablar): ­General, esto no se aguanta, hasta cuándo estos estudiantes manifestando en la calle y ahora y que quieren organizar partidos… ¡Esto es inaceptable!…

Y López respondía: ­¡Tienen razón, tienen toda la razón, váyanse tranquilos que yo me ocupo!

Los militares se iban tranquilos y a golpe de mediodía llegaban los representantes estudiantiles: ­Mire, Presidente, que estos militares suyos no nos dejan manifestar, nos quieren poner presos si organizamos actos políticos… ¡Esto es inaceptable!… Deben entender que aquí viene la democracia.

Y López respondía: ­¡Tienen razón, tienen toda la razón, váyanse tranquilos que yo me ocupo! La primera dama, testigo silente de ambos encuentros, se le acercaba con un cafecito al general de tres soles: ­Eleazar, yo a usted no lo entiendo, vienen los militares y le dicen una cosa y usted les dice que tienen razón, y luego vienen los estudiantes a decirle exactamente lo contrario y usted también les dice que tienen la razón.

Y López miraba a su esposa con una profunda ternura y respondía: ­¡Tienes razón, mija, tú también tienes toda la razón! Creo que Venezuela está nuevamente en un momento de transición. Todo el mundo atento a las señales que se produzcan en los próximos días. Como en la canción que cantaba José Luis Rodríguez: «Le pido al cielo un poco de silencio, estamos todos cansados de gritar». Los venezolanos nos merecemos un escenario distinto al de la confrontación, al de la orfandad institucional, al del odio y la venganza. Esta sigue siendo tierra de promisión y esperanza, de gente buena y amable, de mentes inteligentes y destino feliz. Podemos tener un país como el que todos nos merecemos. Las transiciones siempre se llevan en los cachos a los que las conducen, pero al final la historia agradecida les da su puesto y la memoria colectiva les reconoce toda la sangre que le ahorraron a sus países.

Quiera Dios, manifestándose en la conciencia de nuestros dirigentes, que este momento difícil que vivimos sirva para reconstruirnos en el encuentro, para tender puentes, para escucharnos y cambiar. Esta no es una lucha entre buenos y malos. Aquí, como diría López Contreras, todos tenemos un pedacito de razón. El rompecabezas del país se arma haciendo coincidir las piezas de todas las razones.

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