Burla insolente
Sólo en esos términos es posible referirse al reciente episodio ‑transmitido en vivo, como acostumbra- de Hugo Chávez negando los recursos para la ampliación del Hospital Pérez de León porque creía que estaba en manos de una alcaldía opositora. Pero a la vez revela palmariamente lo lejos que está su mentalidad de la de un hombre de Estado; más aún de la de quien pretende liderar la transición al siglo XXI del país más urbanizado de América Latina.
El incidente, desde luego, no sorprende: porque son hechos muy recientes, para todos está presente cómo, incluso pasando por encima de “la mejor Constitución del mundo”, se ha dedicado a despojar de instalaciones, funciones y presupuesto a todas las alcaldías y gobernaciones renuentes a someterse a sus dictados, así estos sean tan irreflexivos y arbitrarios como el comentado: en su mapa cerebral no está el interés de la ciudadanía sino su enloquecido y anacrónico delirio despótico.
En otras ocasiones hemos hablado de “las tres Tes” (tecnología, talento y tolerancia) como la tríada indispensable para construir la ciudad contemporánea; hasta cierto punto la tecnología y el talento pueden comprarse, pero la tolerancia es una condición cultural que no se improvisa ni se alquila: ella se instala en las capas más profundas de la psiquis colectiva sólo a través de largos y complejos procesos de aprendizaje y adaptación.
Lo dramático de la coyuntura actual es que Caracas particularmente, gracias sobre todo a los grandes y diversificados impactos migratorios a los que ha estado sometida desde la década de 1940 y a la rápida penetración de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, llegó a ser una ciudad razonablemente abierta y tolerante, al punto que muchos la han acusado de frivolidad por el carácter ecuménico y liberal de la religiosidad de sus habitantes y su disposición para asimilar nuevas ideas y costumbres: su mimetismo cultural si se prefiere. Innecesario decir que todo ello es incompatible con un proyecto que se quiere forjar a partir de consignas de demolición y muerte; sobre esas bases sólo puede construirse la yerma monotonía de cárceles, cuarteles y campamentos, no la explosión de eclecticismo, creatividad y libre controversia que hoy necesitan las ciudades.
