Buenos Aires, tradición y raigambre
Cada vez que por las razones que sean, trabajo, salud o esparcimiento nos corresponde salir de nuestro país, difícilmente nos cuesta dejar de establecer comparaciones y sabemos que las mismas son muchas veces odiosas e injustas.
En ese sentido, ha causado un impacto grato y agradable nuestra estadía en la cuna de Carlos Gardel, en el imborrable Buenos Aires, punto de partida y de llegada de muchas culturas, manifestaciones, costumbres en un crisol de buen aire, de don de gente y de extraordinaria policromía musical, cultural, política y gastronómica.
Lo primero que debemos acotar es que desde los tiempos de la crianza e infancia me correspondió oír los relatos de mis abuelos, quienes les correspondieron vivir en Buenos Aires por casi dos décadas. Mucho de esos relatos, anécdotas y recuerdos fueron corroborados en este corto periplo rioplatense.
Argentina ha sido siempre un gran país, durante la primera mitad del siglo XX fue considerado el quinto país en importancia por su economía, industria, cultura y demás, sin embargo, como en todas partes, los excesos, las distorsiones y los errores cuentan y se hacen sentir en lo cotidiano, y el país austral sintió y experimentó en la última parte de la década de los noventa y los que va de esta, con contadas excepciones, una clase política depredadora y irresponsable que socavó las bases de su economía y sociedad.
Sin embargo, lo más relevante es que la infraestructura societal y cultural se mantiene intacta y representa justamente la esperanza del país. Las manifestaciones que observamos de disciplina, de ciudadanía, institucionalidad, respeto, hospitalidad, pluralismo y servicio abundan por doquier en el sentir y latir del pueblo argentino.
Nos causo cierta envidia ver la limpieza y pulcritud de la ciudad de Buenos Aires, el respeto por el peatón, la seguridad a cualquier hora, el don de servicio y hospitalidad en un país que no puede desligarse de la influencia europea en su cocina, en su paisajismo y arquitectura y demás.
En ese trajinar por las avenidas y calles de Buenos Aires, tuvimos el gratísimo placer de visitar la sede del Congreso Nacional, La Casa Rosada, La Plaza de Mayo, la imponente Av. 9 de Julio la más ancha y larga del mundo con 16 canales de circulación, la Av. Corrientes plagada de librerías, tractorias, cafés y almacenes, el obelisco, la añorada y pintoresca calle caminito de Carlos Gardel, la Catedral Metropolitana en la que están los restos de San Martin, El Museo Nacional de Bellas Artes el boulevard peatonal Florida en que sobresalen las grandes casas, boutiques y una de las sedes de la Librería El Ateneo, la calle Talcahuano de los Tribunales de la Nación, la casa y museo de Jorge Luis Borges, pero además uno queda estupefacto al ver el Teatro Colon de Buenos Aires, o la magia y aire intelectual que se respira en el Gran Café Tortoni, sumado a los espectáculos de cena tango shows del Querandi, Michelangelo, La Esquina de Carlos Gardel, Señor Tango o el propio Café Tortoni.
Pasear por Recoleta, Belgrano, Retiro, Palermo, Puerto Madero, Santelmo y el Centro de Buenos Aires es una experiencia inolvidable. Pues logramos ver como se mantiene el ornato, el paisajismo, los estilos arquitectónicos de los distintos sectores de la ciudad donde tiene encuentro lo tradicional, lo antiguo y lo moderno sin que se sienta contradicción. En Buenos Aires disfrutamos de muy buen cafés, alfajores y medialunas, de suculentos bifes o churrascos, de una gama rica y variada de vinos y cepas locales, de buena lectura de los diarios El Clarín y La Nación en un ambiente de seguridad y ciudadanía. En fin ese país todos los días vive, actúa y despierta, incluso gracias al apoyo que Venezuela le ha prestado, muy por el contrario a lo que sucede en nuestro país azotado por los desmanes populistas y autoritarios.
(*) Profesor de la Universidad de Los Andes