Opinión Nacional

Breve ejercicio leninista

En los albores de la revolución rusa, Lenin intentó develar, denunciar y solventar el problema del ultraizquierdismo, aplicando a la “Europa occidental lo que la historia y la táctica actual del bolchevismo contiene de aplicable, importante y obligatorio en todas partes” [1]. Crítica fuertemente a los “comunistas de izquierda”, opuestos a la conclusión del Tratado de Paz de Brest, a los ”eseristas de izquierda” del partido socialrevolucionario y a las corrientes afines de Alemania, Holanda e Inglaterra: los destaca como pequeños-burgueses desclasados, más que proletarios; partidarios de una confrontación definitiva contra la burguesía imperial y del terrorismo, capaces de sublevarse ante el poder soviético; adversarios de la rigurosa disciplina laboral, del empleo de los especialistas burgueses y del capitalismo de Estado; celosos de su pureza, impugnan la preeminencia del “partido de los jefes”, el parlamentarismo o la participación en los sindicatos reaccionarios.

Exaltando un doctrinarismo revolucionario, gustan de las frases altisonantes so pretexto de una libertad teórica probada “en el arte de hablar para no decir nada” y, en lugar de un “sistema meditado y cabal de concepciones”, en la práctica constituyen “una tentativa impotente de aferrarse a uno u otro recurso de moda en vez de participar en la lucha de clases” [2]. Arribistas, actúan como instrumentos de provocación y ruedan con facilidad al campo contrarrevolucionario.

Afirmamos, la ambientación ultraizquierdista suple y dice compensar las carencias argumentales del régimen encabezado por Hugo Chávez en atención a su legitimidad, permitiéndose iniciativas temerarias, simultáneas y riesgosas como una integral reforma constitucional, el cierre de una planta privada de televisión y la reconversión monetaria, al lado de otras circenses como la renacionalización petrolera y de la empresa telefónica, contando con la contribución de diferentes agrupaciones de activistas tan asoleadas por los recursos del poder como los arribistas que completan la (ya modificada) nómina de los propulsores originales del proceso. Curiosamente, la provocación es una herramienta permanente del gobierno que no confía en la lucha de clases, sino emplea los odios y resentimientos para dirimir una lucha enteramente política devenida socialismo vulgar.

En una perspectiva marxista, “fuera de la lucha de clases, el socialismo es una frase vacía, un sueño ingenuo”, por lo que Lenin juzga que el cooperativismo tiende a sustituir esa lucha y la abolición de la propiedad de la tierra únicamente ha de entenderse como antesala de la abolición de la propiedad privada en general, apuntando que los “eseristas” “confunden la socialización de la tierra con su nacionalización burguesa” [3]. Posible, las medidas adoptadas por el régimen de Chávez anuncian el ulterior desarrollo del llamado socialismo científico, pero – articulado por los intereses absolutamente personales del mandatario y, más aún, sincerado como socialismo petrolero – sabrá pronto de distorsiones peores a las que finalmente llevaron al colapso de la Unión Soviética y la Europa Oriental, con los costos y sacrificios del caso, agudizando el culto a Bolívar como en Cuba el de Martí.

Inconscientemente, el chavezato rinde tributo a las enseñanzas de Lenin, a la vez que no lo soporta. Digamos, en orden inverso, que destaca como una tergiversación del marxismo del que extrae todo lo que tiene de legendario para los usos múltiples del poder, acogiendo –luego –las recomendaciones del inspiradoy promotor de la revolución rusa.

Manifiesta el líder soviético: “A nuestro juicio, la falta de teoría niega a la tendencia revolucionaria el derecho de existencia y la condena inevitablemente, tarde o temprano, a la bancarrota política”, por lo que la “vacuidad ideológica y la falta de principios que alguna gente ligera de cascos denomina libertad de todo dogma” [4], jamás habrá de confundirse con la pretendida postura heterodoxa que dice desarrollar Hugo Chávez. Naturalmente, entre los seguidores del gobierno, los hay quienes intentan una interpretación que desean sobria, profunda y coherente del presente y del futuro, pero no adquieren la jerarquía y la solvencia necesaria para abrir – siquiera – una discusión en el seno del oficialismo [5].

Reclama Lenin la “buena costumbre (de) de hacer una exposición coherente y acabada de los fundamentos de las propias opiniones y de la propia táctica” y es ella, la “buena costumbre marxista (la que) nos ha ayudado a desenmascarar el error de nuestros ‘izquierdistas’” [6]. Pide una preparación a fondo en lo ideológico y político, cabal comprensión del período de transición, una relación con las masas para crear los medios y métodos adecuadamente proletarios y un programa claro respecto a sus objetivos y tareas inmediatas, evidentemente ausentes en los clanes que hoy dirigen el Estado venezolano, como si fuesen congénitamente portadores de los valores universales de la revolución.

Igualmente, al exigir una labor prolongada, una acertada teoría, un verdadero movimiento de masas y una lucha de concepciones programáticas y tácticas, espera una preparación prudente, minuciosa y circunspecta, orientada al predominio del proletariado. Y éste, “como cualquier otra clase moderna (…) no sólo forma su propia intelectualidad, sino que, además, conquista partidarios entre la gente culta” [7]: algo que no ha ocurrido, porque tampoco ha logrado Hugo Chávez y su régimen éxito alguno en el movimiento obrero venezolano y, al fracasar electoralmente, crea y subvenciona grandes aparatos sindicales alternos a la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), ineluctablemente convertidos en tribunas para la mutua acusación de sus dirigentes por motivos nada ideológicos: el despilfarro y la corrupción.

Colegimos – de un lado – que la búsqueda de una identidad común para la revolución y los revolucionarios tiene por clave la de vivir y de sentirse, la de pensar y actuar, en el seno y desde la clase revolucionaria por excelencia, por lo que poco nada habría de buscar fuera de ella, en la historia y conformación de la sociedad de clases que es y ha sido Venezuela: por ende, en una estricta perspectiva marxista-leninista, la ambigüedad, la procedencia pequeñoburguesa, la irresponsabilidad y –agregamos un dato de la “antipolítica”- la espectacularización desembocarán en un socialismo vulgar y en la contrarrevolución. Y – de otro lado – que hacerse sentido común o representación social supone algo más que dirimir sus vicisitudes, herencias y novedades a través de los meros afanes propagandísticos y publicitarios.

Tergiversación o simulación marxista, el ultraizquierdismo oficialista no transita la limpia, ancha y lisa acera de la avenida Nevski de Petersburgo, como dijera Lenin, pero rinde tributo al líder soviético cuando hizo caso por azar o instinto a sus observaciones. Y, así, dibujando un arribo leninista al poder, Chávez comprendió la importancia de la correlación política de fuerzas, aunque no propenda a hurgar en la delicada y peligrosa correlación social.

“Médula del marxismo y de la táctica marxista” [8], un atento examen de la correlación de fuerzas le ha servido para el paulatino despliegue de un autoritarismo fielmente apegado a los sondeos y estudios de opinión en el que pesa menos el papel del proletariado y más, el de las fuerzas, grupos y corrientes que le permitan prolongarse en el poder. Leninista inconsciente, abandonó el abstencionismo electoral, penetró el ámbito parlamentario hasta desnaturalizarlo, ganó los comicios de 1998, y ahora promueve un capitalismo monopólico de Estado y aspira a la centralización y férrea disciplina de un partido único.

Intuyó aquella fórmula de la revolución como resultado de una crisis general nacional, afectando por igual a explotadores y explotados, por lo que ha de velar por agravarla. Empero, esa crisis es la que paradójicamente mantiene en pie al chavezato.

Absurda situación para el oficialismo y la oposición, pues –unos- no pueden mantenerse en vilo, dependientes de los precios del petróleo y de la galopante adquisición de armamentos, sin un mínimo orden y concierto que –fatalmente- los lleve al encuentro del proletariado. Y –otros – no podrán navegar más sobre la improvisación ideológica, creyéndose en medio de un simple accidente histórico de la vida democrática, empleando a fondo los recursos de la llamada “antipolítica”.

Valga la digresión, en la órbita oficialista existen corrientes de claro acento pequeño-burgués –en los términos de Lenin- que comparten con otras que pacientemente esperan por imponer una definitiva versión del socialismo que llaman científico, pero desconfiadas de una estelarización del lumpemproletariado que puede traducir la inhibición, inconsciencia de clase y –en definitiva- la incertidumbre que pesa sobre la conducta del proletariado [9]. Y en la opositora, hay sectores que apuestan por una salida a lo Pinochet (Chile), aunque pudieran ganarse otra a lo Videla (Argentina), siendo demasiado tarde para reensayar el autogolpe de Bordaberry (Uruguay), provocando la inhibición de otros sectores convincentemente políticos, permitiendo así la exitosa incursión ultraizquierdista del gobierno.

En síntesis, todos – gobierno y oposición – rehuyen cualquier combate ideológico que, amén de una “imprecisa” correlación actual de fuerzas, los ate hacia el futuro. Sin embargo, más a la víspera, al sucumbir el modelo de desarrollo económico, no habrá otro remedio que la confrontación de ideas que, en definitiva, signifique recuperar el sentido y la responsabilidad del compromiso político, pues ya no hay espacio para tanta ligereza y – parafraseando a Ortega y Gasset – la moneda falsa no puede circular sin la verdadera.

[1 Lenin, Vladimir I. (1920) “La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo”. Ediciones en Lenguas Extranjeras. Pekín, 1975: 36.

[2] Lenin, Vladimir I. (1902) “El aventurerismo revolucionario (recopilación de artículos)” . Editorial Progreso. Moscú, s/f: 14, 21.

[3] Lenin, Vladimir I. (1905) ”Socialismo pequeñoburgués y socialismo proletario”. Editorial Progreso. Moscú, 1980: 8. Cfr. Lenin, V.I. ”El aventurerismo…” : 22.

[4] Lenin, V.I. Ibidem: 1,23.

[5] Nos ha parecido interesante la tentativa de Rodolfo Sanz, por ejemplo, contrastante con la amplia divulgación de autores como Heinz Dieterich (editado por la alcaldía menor de Caracas), aunque cada vez más el régimen parece adecuarse al célebre canón de Norberto Ceresole. Podría asegurarse que el “guía espiritual” y silencioso zurcidor es Jorge Giordani, uno de los dos ministros de Planificación y Desarrollo que ha tenido el chavezato tan prolijo en titulares y despachos ministeriales en casi nueve años. No obstante, a la espera de su reemplazo, el Plan de Desarrollo Económico y Social 2001-2007, no esboza seriamente el otro orden socio-político deseado y su último libro, “La transición venezolana, y la búsqueda de su propio camino” (Vadell Hermanos, Caracas-Valencia, 2007), esgrime un cierto moralismo socialista, insiste en la crisis de legitimidad del Estado sufrida por el régimen desplazado, amén de las cifras que hablan de su gestión. Quizá Giordani, como malabarista ideológico, está más cerca del reformismo de izquierda que una vez detectó en el Movimiento Al Socialismo (MAS), de acuerdo a “La propuesta socialista del MAS ¿Hacia un reformismo de izquierda?” (Vadell Hermanos, Caracas, 1989), deslizándose inadvertidamente hacia las ejecutorias del trienio 1945-1948. Puede inferirse una postura mejor fundamentada en los distintos comunicados del PCV, pero – al menos, los que trascienden a la opinión pública – circunscrita a la aparición del Psuv.

[6] Lenin, Vladimir I. (1918) “Acerca del infantilismo ‘izquierdista’ y del espíritu pequeñoburgués” . Editorial Progreso. Moscú, 1980: 6.

[7] Lenin, V.I. “El aventurerismo …” : 15.

[8] Lenin, V.I. “Acerca…” : 8.

[9] Recordemos el caso suscitado por el movimiento Solidaridad de Polonia en los ochenta, al acunar –por ejemplo- la esperanza de los marxistas para la recuperación del sentido socialista del régimen y, en todo caso, aceptarlo y confiarlo como su destino necesario y quizá natural e inalterable, a juzgar por las crónicas de Ludovico Silva recogidas en “Ensayos temporales –poesía y teoría social-“ (Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1983) y “Filosofía de la ociosidad” (Academia Nacional den la Historia, Caracas, 1987).

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