Brasil y Venezuela: reforma y revolución
Mássimo D’Alema, ex Primer Ministro italiano y Presidente del Partido DS, la escisión mayoritaria y moderada del viejo Partido Comunista, ha afirmado recientemente que la izquierda se divide en dos alas: la reformista, incluyente y democrática, que él llama “izquierda de gobierno”, y la extremista, radical y maximalista, que es incapaz de gobernar en democracia. Para D’Alema, su amigo Lula es un ejemplo de la “izquierda de gobierno”. Chavez no se cansa de repetir que el Brasil de Lula debe asumir el liderazgo de las “fuerzas progresistas” de América Latina, pero su conducta en el gobierno está muy lejos de seguir el ejemplo de la “izquierda de gobierno” de Lula y se parece en cambio a la izquierda radical. El gobierno de Lula se caracteriza por tres palabras claves: reforma, consenso y diálogo. Las palabras equivalentes de Chavez serían: revolución, confrontación y violencia. A diferencia de Chavez, Lula entiende que la democracia sólo se adapta a la reforma gradual y rechaza el cambio total y violento, que la democracia no puede subsistir sin el diálogo y la tolerancia, entre los grupos sociales y políticos, y que la negociación, como proceso de decisión interdependiente, es el instrumento fundamental de la política democrática. Para que la democracia funcione es necesario que haya un consenso mínimo sobre la reglas del juego político, como por ejemplo el reglamento interior y de debate de la Asamblea Nacional, que el chavismo ha modificado unilateralmente en diferentes ocasiones y en apenas pocos meses. El pavoroso desastre socioeconómico venezolano, más allá de decisiones económicas erradas, tiene como causa fundamental la sistemática política de confrontación, que ha dividido y polarizado la sociedad creando inestabilidad y desconfianza. Sin estabilidad y sin confianza no hay inversiones, sin inversiones no hay crecimiento económico, sin crecimiento no hay empleo y sin empleo no hay consumo. Un círculo vicioso que sólo nos lleva a un brutal y progresivo empobrecimiento del país. Por ese camino, sólo el ingreso petrolero nos salva de convertirnos en un Haití, el único “Estado fracasado” en América, por ahora. Gran parte de los sectores que apoyaron a Chavez en 1998 creían que era un Lula. La democracia en Venezuela sólo tiene futuro si, después del fin del actual gobierno, el liderazgo de la izquierda mayoritaria abandona el extremismo y retoma el camino democrático.