Opinión Nacional

Bienvenido al abismo

A Fernando Mires

No hay otros paraísos que los paraísos perdidos

Jorge Luis Borges

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No puede menos que alegrarnos tu lúcida presencia entre nosotros, en momentos tan cruciales para la existencia de la Venezuela democrática. Precisamente cuando el régimen lanza todos sus aprestos para terminar de asfixiar las libertades públicas y reeditar, en el colmo de una tropical irresponsabilidad, un experimento tan catastrófico como aquel que tantos de nosotros respaldamos en el pasado y que yace hoy pisoteado y escarnecido por las pocas tiranías totalitarias que lo sobreviven: en Cuba y en Corea del Norte. Sólo comparables con las peores que aún respiran en África y en algunas heredades del estalinismo soviético, no del todo extirpado, como es el caso de Bielorrusia.

No deja de ser asombroso que de las dos ramas del totalitarismo moderno – el nazi-fascismo y el socialismo marxista -, aún pervivan incrustadas como formas tenaces y perseverantes sólo los últimos despojos de este último: Fidel Castro y Kim Jong-il. Mientras que el totalitarismo nazi-fascista haya sido prácticamente extirpado de la faz del planeta. Y en su lugar florezcan sólidas y potentes democracias, como es el caso de Japón, Alemania e Italia. Tampoco deja de ser asunto digno de mención que de las formas tiránicas, si no totalitarias, de dictaduras despóticas, como por ejemplo las que ensombrecieran nuestra región durante los setenta y ochenta – me refiero a las dictaduras militares de Brasil, Uruguay, Argentina y Chile – se hayan extinguido casi por su propio peso abriéndole paso a regímenes democráticos, algunos de ellos ejemplarmente prósperos y estructuralmente sólidos, como el Chile de la Concertación.

¿Por qué la dictadura de Fidel Castro, que hundió en la miseria y la depauperación espiritual y política a la sociedad cubana, muestra tanta solidez y consistencia luego de casi medio siglo, sin haber creado una sola institución que garantice el tránsito a la normalidad democrática y facilite el retorno de la prosperidad a una isla que tuvo en su momento los más altos índices de cultura y desarrollo, mientras la dictadura de Augusto Pinochet supo construir el puente material y político que garantizó el regreso a la democracia, con un saldo de graves quebrantos, es cierto, pero con bases materiales y espirituales tan sólidas como para permitirle a ese país ser gobernado incluso por una de las víctimas de la represión del pasado?

¿Por qué son tan terminales, gangrenosas y devastadoras las tiranías totalitarias inspiradas por el marxismo-leninismo y, por el contrario, aunque parezca aberrante y contradictorio, relativamente breves y abiertas al futuro las tiranías alimentadas por fuerzas endógenas ajenas a las izquierdas?

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Que las dictaduras de corte totalitario, inspiradas en los utopismos mesiánicos, no desarrollan sus propios anticuerpos ha quedado suficientemente demostrado por la historia. Las de inspiración nazi-fascistas, estrechamente emparentadas con las de proveniencia marxista, tuvieron que ser enfrentadas en un duelo mortal. Si su naturaleza imperial y expansionista no hubiera llevado a Hitler y sus aliados a declararle la guerra al resto del mundo, muy posiblemente hubiera sobrevivido tanto como su caudillo, dejando en herencia un ordenamiento político y territorial completamente distinto del que emergiera de su derrota. La Unión Soviética no hubiera crecido a expensas de los restos de la desintegración europeo oriental del Tercer Reich y Europa hubiera alcanzado una unidad continental imposibilitada durante medio siglo por la disgregación y la balcanización que sucediera a la guerra fría.

En cuanto al totalitarismo soviético, pudo existir tanto como le fue posible. Antes que ceder a sus propias fuerzas de regeneración, que fueron absolutamente aniquiladas por el estalinismo, sobrevivió tanto como le dieron sus fuerzas. Agotadas hasta la extenuación por su congénita incapacidad de progreso y regeneración, el imperio soviético que prometiera existir tanto tiempo como el milenario de Hitler, no fue capaz de seguirle el pulso a la confrontación bélica, económica y tecnológica con el capitalismo. Se derrumbo por su propio peso. Fue un caso de auto implosión semejante a los que acabaron con la existencia de los imperios de la antigüedad.

Es allí, en su medular incapacidad de generar los antídotos a sus fuerzas intrínsecamente destructoras, en donde radica el potente, el soberano, el tremendo poder aniquilante, nihilista, apocalíptico de los totalitarismos. De los cuales, sin duda, el de origen marxista pareciera ser el más persistente, el más tenaz, el imposible de erradicar mediante el desarrollo de fuerzas endógenas. O se derrumba producto de su propia extenuación y decadencia, o sobrevive más allá de su muerte. Pervive incluso en estado vegetal, parasitario, como el castrismo.

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Puede que ese carácter cancerígeno y pertinaz de los totalitarismos marxistas tenga su origen primero en la pertinacia de los anhelos utópicos y su causa última en la permanente infelicidad del hombre. Que incapaz de asumir tal condición se ve empujado ciegamente y sin cesar a la inútil y siempre infecunda tarea de construir la felicidad sobre la tierra. Pocos mitos más entrañables a esa su naturaleza contradictoria que el de Sísifo. Un dato existencial suficientemente subrayado por las filosofías del siglo XX, particularmente las existencialistas: Sartre y Heidegger. Ninguna casualidad que éste fuera el pensar máximo posible de la Alemania nazi y aquel su correlato en la Francia marxista.

Desde luego: tanto el uno como el otro arrancan de un diagnóstico terminal y catastrofista del hombre y su sociedad. De un rechazo total a la naturaleza del proceso de socialización capitalista y el predominio de la técnica y la mercancía como instrumentos de reproducción e intercambio. Acompañado del nostálgico correlato: la añoranza por un pasado irredento en que supuestamente predominaban relaciones fraternas, artesanales, tribales. Una añoranza que va tan lejos como para reivindicar la fuerza bruta como máximo poder de transformación de la naturaleza y el trueque de los productores como forma superior de la socialidad.

De allí la naturaleza apocalíptica de la denuncia y el carácter mesiánico, escatológico de la propuesta. La razón renuncia a la reflexión de matices, a la valoración de logros intermedios posibles apostando en cambio a extremos totales, absolutos e irreconciliables. Las sociedades que se articulan sobre bases tan totales – en todos sus significados y referido a todos los ámbitos de la vida – no pueden ser menos que totalitarias. Pretenden el rechazo total al universo secular – mediante el instrumento de todos los totalitarismos: el partido único – y la afirmación asimismo total a un orden trascendente, que luego de la correspondiente labor de desintegración y aniquilamiento de lo real fáctico dejará la mesa servida para el gran festín de la ansiada construcción edénica ideal: la felicidad total, el reencuentro originario, el paraíso. Siempre pendiente. Siempre postergado. Jamás logrado.

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Sorprende el carácter irreductible a la crítica de que han podido hacer gala los utopismos clásicos, responsables no sólo de los afanes paradisíacos como fin último y trascendente de la historia – el edén como escatología – sino de las imbricaciones totalitarias que le han sido consustanciales – las dictaduras como instrumentos de perfección. Basta una rápida lectura de La República de Platón para descubrir los genes de los peores totalitarismos modernos. En La República están prefigurados el odio a la idiosincrasia, el rechazo a lo concreto diferenciado, la negación de la historia como única esencia de lo humano al mismo tiempo que postuladas las peores lacras de que harán gala la Alemania nazi y la Rusia soviética: la nomenklatura de gendarmes, la eutanasia, los campos de concentración, la búsqueda del hombre nuevo, la raza superior. Y por sobre todo ello: el sometimiento absoluto a un Estado total que debe poner en pie el mundo maravilloso haciendo tabula rasa de lo existente y armando un modelo de perfección incontaminado. La estatolatría como religión, el partido como eclesial instrumento operativo, la política devenida en policía y la asepsia total como ideal de perfección.

En la misma obra en que Platón desarrolla su idea de la verdad como revelación, denunciando el mundo de la percepción como engañosa proyección ideológica, anticipa la parafernalia del horror hitleriano como necesario producto de la búsqueda de la virtud. El modelo de comportamiento perfecto está dado por el mundo de las abejas; el de la procreción y la vida en familia en el instintivo comportamiento de los perros. El mundo social debe ser regido por funcionarios escogidos y seleccionados con la misma rigurosidad de criterios con que se selecciona a los ganadores de un concurso canino.

No hay por cierto antecedente más ilustre del odio a la diversidad de opiniones y a la libertad de expresión que “La República”. Veamos algunas perlas: “Comencemos, pues, ante todo por vigilar a los forjadores de fabulas. Escojamos las convenientes y desechemos las demás. En seguida comprometeremos a las nodrizas y a las madres a que entretengan a sus niños con los que escojan, y formen así sus almas con más cuidado aún que el que ponen para formar sus cuerpos. En cuanto a las fábulas que les cuentan hoy, deben desecharse en su mayor parte.” ¿Cuáles son esas fábulas, cuáles sus inventores: “Las que Hesíodo, Homero y demás poetas han divulgado, porque los poetas , lo mismo los de ahora que los de los tiempos pasados, no hacen otra cosa que divertir al género humano con fábulas.” “Invenciones corruptoras” las llama Platón. Y es obligación del Estado de la utopía prohibirlas terminantemente “porque semejantes historias son peligrosas”. Un extraño y distante antecedente de la Ley Resorte.

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De esa búsqueda tan desesperada como inútil por la perfección plena y la felicidad total, acicate de todos los movimientos históricos, han surgido los peores desajustes y las más violentas invenciones del hombre: los regímenes totalitarios. Lenin y Hitler, Stalin y Mussolini. Movidos todos ellos y sus siniestros epígonos por un impulso inicial progresista y justiciero y, por lo mismo, propios del lado de la acera ocupada por las huestes de las izquierdas. Mientras, lo real concreto ha persistido en su silencioso y pertinaz trabajo de zapa. Ha creado lo que es, con sus imperfecciones y sus injusticias, pero con su tremenda e invencible pugnacidad. La sociedad del intercambio, del libre mercado, de la productividad y el interés, de la propiedad privada y el derecho, de la tolerancia. La misma sociedad que ha creado y vivido de la esclavitud y la explotación, pero que ha sido también capaz de ponerles fin y emancipar a sus individuos dando origen a la democracia y la libertad.

Bienvenido al abismo: vuelve el delirio de la fe y la desmesura de lo real maravilloso del caudillismo militarista a hacerse carne de un continente que no ha sido hasta ahora más que un fracaso. Vuelve, aferrado al castrismo y con el cómplice silencio o la confesa anuencia de las izquierdas. Es hora de enfrentar esa fe y derrotar esos delirios. Del éxito de la razón práctica depende nuestra vida. Medio siglo de lucha contra el fascismo lo ha desenmascarado hasta el cansancio. Es hora de desenmascarar a las izquierdas.

Especial para El Papel Literario de El Nacional, Caracas, 26 de mayo de 2007

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