Opinión Nacional

Benjamín Franklin le Arrebató el Rayo a los Dioses

Desde tiempos remotos las civilizaciones humanas consideraron al rayo como una inequívoca manifestación de Dios—desde el griego Zeus y los escandinavos Thor y Odín, hasta el Dios judío, musulmán y cristiano—en el caso de los cristianos, lo observamos en la muerte instantánea de Dióscoro por un rayo, cuando degolló a su hija de 18 años de edad por negarse a idolatrar a imágenes paganas y aferrarse a su fe en el cristianismo—esa niña, es hoy venerada por los cristianos; especialmente en Venezuela, con el nombre de Santa Bárbara; hasta un refrán dice: “Sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena”, parábola usada para regañar a todo aquél que rara vez acepta consejos, y sólo los busca cuando ya es demasiado tarde.

Pero esa creencia en que los rayos eran una manifestación de los dioses llegó a su fin cuando Benjamín Franklin diseñó experimentos para demostrar su hipótesis de que los rayos eran simplemente una corriente de aire electrificado—incluyendo su famoso uso en 1752, de una llave metálica que colgaba del cordel de una cometa, que elevó hacia las nubes, para atraer la electricidad que él estaba seguro se acumulaba en las nubes de tormenta—además de todo otro objeto natural o ser vivo—todavía hoy en día usamos la terminología inventada por Benjamín Franklin durante sus extensas y abundantes investigaciones de la electricidad; por ejemplo: batería, conductor, condensador, carga, descarga, no-cargado, negativo, positivo, shock eléctrico, electricista y pararrayos.

En la época de Franklin—mediados del siglo 18—muchos otros seres humanos se hacían preguntas sobre muchas cosas, hasta que se decidieron a compilar todo el conocimiento humano producido usando la razón (el raciocinio) y el método de investigación científica (redactar hipótesis y luego investigar y / o llevar a cabo experimentos para comprobar o refutar esas hipótesis)—y excluyendo deliberadamente todo conocimiento producido a partir de creencias religiosas.

A esa época de la humanidad se le conoce hoy como la Era de la Ilustración, momento en que comenzó a desarrollarse sistemáticamente el conocimiento científico que en sólo un poco más de dos siglos ha hecho progresar a la humanidad a una velocidad asombrosa, si la comparamos con la velocidad de su progreso durante los anteriores 600 siglos que llevaba existiendo en el planeta Tierra.

Es por ello que la enseñanza y aprendizaje del método de investigación científica es vital tanto en el campo de las artes y las humanidades, como en el de la propias ciencias—y más aún, porque la cortesía, la tolerancia social y las tradiciones en las cuales están enraizadas todas las culturas humanas, harán que persistan por milenios por venir, las creencias en mitos y leyendas y en lo sobrenatural, creencias que en ningún caso explican la realidad fenomenológica; es decir, la verdad de lo que acontece en nuestro mundo y en el resto del Universo, y como funcionan las cosas realmente—desde los objetos inanimados, hasta todo ser viviente.

Por ejemplo, los más hermosos de los versos, pinturas, esculturas, composiciones musicales y literarias, danzas, y toda otra manifestación artística, sólo son posibles gracias a las reacciones físico-bioquímicas que ocurren en nuestro cerebro a una velocidad tan pasmosa que la más avanzada de las súper computadoras de hoy, parece moverse a paso de morrocoy en comparación—y las 100 mil millones de neuronas que existen en todo cerebro humano adulto se comunican a tal nivel de complejidad, que sólo podría compararse con los más de 6 mil 500 millones de personas que hoy conforman a la humanidad hablando simultáneamente; todas con todas las otras, a través de su teléfono celular personal—y no disponemos de mucho tiempo para dominar el siempre creciente conocimiento científico; porque como nos recordó el poeta español Gustavo Adolfo Bécquer:

Al brillar un relámpago nacemos
Y aún dura su fulgor cuando morimos
La gloria y el amor tras que corremos
Sombras de un sueño son que perseguimos
Despertar es morir.

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