Benedicto: Cogito ergo sum
Tú y yo sabemos que esas palabras en latín del conocidísimo filósofo francés René Descartes (1596-1650), significan: “Pienso, en consecuencia, existo”—y aunque él las pronunció sólo para demostrar lógicamente que; con sólo pensar, él probaba que existía; en contraste a que él no podía demostrar de la misma manera que cualquier cosa que él se imaginase existía o no, yo te invito a pensar profundamente tus más recientes declaraciones sobre regresar el latín a la misa y de ordenarle a tus sacerdotes que le nieguen la hostia a los divorciados; aunque se hayan vuelto a casar.
Piensa Benedicto: aunque tus curas repiten a cada rato: “La Iglesia Somos Todos”, la sociedad no está compuesta de curas y monjas, sino que los creyentes son en su inmensísima mayoría, personas laicas, y no misioneros cristianos ansiosos de padecer todo tipo de sacrificios en su diaria tarea de salvar almas, a cambio de la prometida recompensa eterna en el más allá.
Y, Benedicto: ¿Cómo demonios crees tú que los creyentes van a difundir la “Palabra de Dios”, si tú pretendes que lo hagan en un idioma que ya nadie usa para comunicarse socialmente—y mucho menos entiende? Eso lo que va a lograr es convertir en un secreto sacerdotal las frases que pronuncian tus sacerdotes durante la Eucaristía—en pleno siglo veintiuno cuando casi a diario sale al mercado una nueva tecnología de comunicación de masas. ¿No ves el absurdo de tus ideas frente a esa realidad?
El divorcio; Benedicto, es un hecho sumamente común en la sociedad actual—y ningún edicto tuyo va a cambiar esa realidad. Las personas católicas divorciadas—tanto las que permanecen solteras, como las que se han vuelto a casar—acuden a las iglesias y capillas, en busca del “eterno e inconmensurable amor de Dios”—y de los miles de Santos y Vírgenes en quienes ellas creen.
¿Porqué las espantas? ¿Porqué les haces el “Fo”? ¿Porqué eres tan intolerante? ¿No te das cuenta que estás destruyendo con tus acciones, la inmensa—y muy positiva—reforma llevada a cabo por Karol Wojtyla; Juan Pablo Segundo, tu predecesor?
¡Piensa Benedicto! ¡Piensa!
Si sigues en eso, vas a transformar a la Iglesia Católica en un club privado de hombres célibes—porque parece faltar poco para que también corras a las monjas de “vuestro territorio”—y cuyo club sería visto por el resto del mundo como compuesto por fanáticos religiosos extremistas, empeñados en hacer regresar al mundo hasta la Edad Media.
¡Piensa Benedicto! ¡Piensa!