Opinión Nacional

Barquisi…muertos

En las crónicas del asombro que la realidad de los últimos años va escribiendo, encontramos cada día pasajes increíbles, movimientos, giros y revolcones de una historia caracterizada por actores perdidos en un autismo sin fin.

Un presidente cuyo proyecto “socialista” fue derrotado electoralmente, y que aun se empecina en imponer. Un diputado oficialista que denuncia aparentes irregularidades administrativas y hechos de corrupción y que recibe como recompensa una patada en sus posaderas. Un gobierno que culpa de todos sus males, de su ineficiencia, ineptitud y mediocridad a un canal de noticias. Una administración que se hunde en las aguas de la insensatez al apoyar políticamente a un grupo guerrillero extranjero con excusas humanitarias, legitimando así todos sus delitos. Una agenda de prioridades oficiales donde lo urgente son las necesidades extranjeras antes que las nacionales. Pese a la vigencia de la Constitución del 99 y de su espíritu descentralizador, competencias, atribuciones y organismos locales y regionales son asumidos por la paquidérmica voracidad centralizadora “revolucionaria”, creando ahora la peculiar modalidad de una policía “subversiva” e “insurgente”.

El asombro, es así el único resultado posible al escuchar la eufórica retórica presidencial, y al constatar el abismo que se hace cada día más grande, entre los hermosos deseos de obras y hechos, y la patética realidad de maniobras y desechos de la actual gestión.

Aterrizando en el ámbito local, son muchos los cambios que ha vivido Barquisimeto en años recientes. Ud. seguramente, en su legítima condición de habitantes de esta ciudad, hará su propio balance, resaltando quizá su crecimiento urbano, el aumento del tráfico, construcciones, descontrucciones, inauguraciones y clausuras. Los contrastes marcan la pauta. Más allá de los matices, seguramente, todos coincidirán en un aspecto: el aumento sostenido, incontenible, estructural de la inseguridad.

El saldo rojo, nefasta evidencia del quiebre social, moral y humano del país, de las muertes violentas de cada fin de semana, antes realidad exclusiva de Caracas, hoy es triste nota común en las páginas de sucesos de los medios del interior de Venezuela, entre ellas, si, también, los de Barquisimeto.

La nostalgia de una caminata, del cine Rialto hasta la Avenida Morán a las 10 de la noche, atravesando una avenida 20 con aceras despejadas y sin las metálicas estructuras de la informalidad, o de cualquier otra acera, calle o avenida de la capital larense, hace 15 años atrás, surge inevitable, para recordarnos que la ciudad es hoy territorio sin ley, y que el malandraje, tanto el callejero como el institucionalizado, tanto el del ratero como el del “boliburgues” socialistamente enriquecido al amparo del nuevo Estado revolucionario, le restan espacios, cercan y arrinconan al resto de sus habitantes.

Quizá lo más grave del asunto, es que el tema de la inseguridad como el de otros tantos, se nos haya convertido en un lugarcomún, en una costumbre.

La vida, como nunca antes, ha perdido hoy y aquí, su valor. Es esa la verdadera guerra que el país va perdiendo. Violencia institucionalizada de un gobierno excluyente e intolerante con quienes disienten de su visión del mundo, violencia institucionalizada que prefiere señalar culpas que asumir responsabilidades, violencia que se extiende en todos los intersticios del cuerpo social.

La violencia ya no es reseña periodística, o imagen televisiva que aprecias en tu casa. Esa reseña, se acerca cada día más a ti, te rodea, te persigue, te busca, sigilosa y macabra. Hoy las balas cortan el crepúsculo y te pasan rozando las orejas. Hoy los gritos de cualquier victima de la inseguridad dejaron de ser lejanos, y se atraviesan en la mitad de tu almuerzo, en el centro de tu sopa, salpicando tu mediodía, interrumpiendo tu cena.

Quizás, sin saberlo y darnos cuenta, hemos perdido los espacios de una ciudad tranquila y cívica, musical, generosa y segura, con más esperanza y menos miedo, cuando la vida era una posibilidad alejada del azar de un secuestro, de un robo o de un asesinato. para dejarla en las manos de la inseguridad, y de quienes la ejecutan, la toleran, la permiten y la hacen posible.

La ciudad es una pluralidad de deseos y convicciones, un agregado de almas y expectativas de vida. El presente, sin embargo, se empecina en anunciarnos el futuro de un nombre no querido, no esperado, la amenaza de una nueva etimología impuesta por la indolencia y la inseguridad en todas sus expresiones y circunstancias, pero acaso posible en la certeza de lo que vamos siendo como comunidad, como sociedad, vecindario, urbanización, calle, vereda y barrio. Barquisi…muertos.

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