Auge y caída del ídolo
En el libro “La ruta antigua de los hombres perversos”, el antropólogo e historiador René Girard analiza la historia de Job en la Biblia que, tras perderlo todo, es repudiado por familiares y conciudadanos. Nos cuenta en especial los diálogos de Job y de quienes dicen ser sus amigos, diálogos que aclaran la verdadera dimensión social de Job: convertirse en el chivo expiatorio de su comunidad. Uno de los aspectos interesantes del libro es que las discusiones de Job con sus “amigos” recuerdan esas caricaturas de procesos judiciales en los regímenes totalitarios de la Unión Soviética y sus satélites, que London en “La Confesión” y Koestler en el “Cero y el infinito” nos han descrito magistralmente. Las mismas formas de intimidación y de presiones psicológicas para lograr las “confesiones espontáneas”, necesarias para mantener el simulacro de la “verdad única”. La descomposición ideológica del sistema judicial que destruye la creencia en una justicia imparcial y autónoma y hace imposible una verdad común. Nos dice Girard: “En los sistemas totalitarios, los dirigentes … sólo escriben libros infalibles, sólo enuncian palabras geniales. Se les trata como a la verdad viva, al rey sagrado. Tal es lo que se llama el “culto de la personalidad”. La ruta antigua de los hombres perversos, que se inicia con la grandeza, el poder y la riqueza y que termina con la caída y el desastre, no tiene que ver sólo con víctimas y chivos expiatorios inocentes como Job, sino particularmente con el destino de los verdaderos “hombres perversos”. “El público acaba cansándose de sus propios ídolos; acaba quemando lo que antes adoraba, en el olvido de su propia adoración.” En efecto, la historia de la humanidad está llena de ídolos caídos. Mussolini fue venerado por multitudes durante más de veinte años y fue literalmente destrozado más o menos por la misma multitud, que, como bien dice Girard, “nada calma salvo la histeria.” Lo siguieron ciegamente y se volvieron contra él no menos ciegamente. La adoración se transforma súbitamente en execración. En palabras de Girard, “la “hybrys” siempre obtiene su castigo. Una ascensión demasiado rápida se paga con una caída precipitada”. La primera fase de la “ruta” es la idolatría delirante. El ídolo ejerce sobre la comunidad un poder sin límites. En la súbita caída, el pueblo se vuelve contra su ídolo para sacrificarlo. En las democracias, en cambio, los Presidentes se van a su casa, al final de su período y mueren tranquilamente en sus camas.