¡Atiéndeme!
Es increíble cómo el servicio al cliente, la atención al público, no parecieran ser prioritarios en Venezuela. Y digo en Venezuela, porque dondequiera que uno vaya, en cualquier parte del país, suele ocurrir lo mismo. De seguidas un ejemplo.
Hace poco tuve que ir a la compañía de telefonía celular a la que me encuentro suscrita para hacer un reclamo. Por tercera vez iba a exigir lo mismo: Suspender el cobro, a través mi tarjeta de crédito, de un servicio que había suspendido ¡hace diez meses!
Frecuentemente para ser atendido hay que tomar un número. Yo lo hice y esperé dos horas, ciento veinte minutos, para finalmente ser llamada y atendida por una señorita que hablaba por su celular mientras me invitaba a sentarme frente a ella. Luego de decirle que habían transcurrido dos horas desde el momento que llegué al sitio, conté la razón de mi tercera visita. La muchacha hizo caso omiso al comentario y como no me aclaró el motivo por el cual no habían procesado mi reclamo, pedí hablar con la supervisora. Recibí como respuesta que en ese momento no podía atenderme porque estaba ocupada. Entonces le dije que no me movería del sitio hasta que la encargada de aquella oficina se ‘desocupara’ y se tomara el tiempo de atender a una clienta en una oficina donde se supone que es para atención al público.
Mientras esperaba y arreglábamos otro asunto, un muchacho se acerca a la ejecutiva de ventas que me asiste y le pide que le de cinco mil bolívares para la fiesta de un compañero de trabajo. La muchacha busca su bolso y le saca un billete. Ante mi sorpresa, lo único que se me ocurrió fue decirle a quien nos interrumpió que me parecía el colmo que entorpeciera el trabajo de su compañera frente a un cliente, le pedí que hiciera el favor de hacer tal cosa cuando la señorita hubiera terminado conmigo y le pregunté si no le daba vergüenza semejante actitud. El joven se disculpó diciéndome que no esperaba que eso me molestara, por lo que imagino que habrán sido muchas las veces que esto ocurre y ningún cliente antes que yo se habrá quejado.
Esperé diez minutos, la supervisora me atendió y aseguró resolver el problema de inmediato, pero le hice ver que la atención dispensada a quienes sostienen la compañía en la que trabaja, que son nada menos que seis millones de usuarios, dejaba mucho que desear.
Pasaron tres horas, tuve dos tropiezos y finalmente, como ‘haciéndome el favor’, fui tomada en cuenta. Salí del sitio echando chispas.
Terminé preguntándome si el desdén forma parte de nuestra cultura de prestación de servicios, porque, definitivamente, no es el primer sitio al que asisto y me encuentro con personas que dan la impresión de fastidiarse cada vez que tienen un cliente en frente, cuando se supone que están allí precisamente para tratar al público y asistirlo en sus requerimientos.
Así como las compañías de telefonía celular inventan lemas pegajosos para la captación de clientes, los clientes tendremos que llamar su atención con enormes pancartas en la autopista donde se lea: ¡Atiéndeme!