Atentar contra el Estado
Demasiado arrogante el amigo que intenta deducir toda una concepción del Estado de quien transitoriamente ejerce su conducción. El adjetivo que tiene en ¿suerte? atrapar la pretendida profundidad del pensamiento o de celebrar la poderosa intuición en medio de la cabalgadura de los acontecimientos, no brinda otra utilidad que la de permitir nombrar la agudización de una tendencia presente en la Venezuela que se ha resistido a abandonar un pasado superado.
Los estamentos oficialistas se hicieron del Estado para atentar contra el Estado, arriesgándonos a un esperpento totalitario que se dirá tal. No garantizan la vida de nadie y promulgan una ley de desarme para traicionarla, alcanzando los peldaños más altos de la formalidad mientras sus seguidores –incluso, no revestidos de autoridad- cuentan con una patente de corso para aterrorizar a los disidentes; cualquier muerte –como la del Primero de Mayo- la imputan a una burda desavenencia personal, como podrán teñirla más adelante con un crimen pasional, sin permitir sospecha alguna sobre la manipulación o la tergiversación de las pruebas: el saneamiento de la administración de justicia, prometido como un milagro desde los días iniciales, ostenta una confortable embajada; y no es muy distante el histrionismo de los agentes de la policía política respecto al de los altos dirigentes del oficialismo que fracasan en la movilización de la otra central obrera en Las Acacias, a pesar de costearla con el dinero de todos los venezolanos.
Hablamos de un Estado que no cedula al venezolano y, cuando éste lo intenta, sufre las consecuencias de la humillante desatención, con largas y madrugadoras colas en medio del deterioro de las instalaciones: importamos –y cedulamos- a extranjeros capaces no sólo de votar, sino de cooperar en la afinación de la violencia que constituye el gran chantaje del gobierno. Y también de un Estado que no puede darle la información requerida a tiempo por el afiliado, por lo que le es más fácil pedirle que recurra a un “cibercafé” para obtener su historial en el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, lo que puede acarrear más adelante el despido del funcionario que no hará falta para lograr y certificar la veracidad de la data, auxiliado por el pequeño comerciante.
Tratamos de la extemporaneidad de un Estado que desea perfeccionarse como receptor de la renta, abriéndole cauces a las grandes transnacionales para reeditar la antigua relación, desechando la experiencia ganada por PDVSA. No puede repetir los megamercados a su antojo ni ofrecer el kilo de arroz a seiscientos bolívares, porque –simplemente- los reales no alcanzan, como un día tampoco alcanzaron para sostener desaguaderos como Corpomercadeo o ampliar los beneficios a los sectores medios a través del subsidio para la adquisición de viviendas: menos podrá a solas relanzar a la industria eléctrica, a menos que sacrifique –como lo hace- sus esenciales responsabilidades en campos como el de la educación, la salud, la infraestructura o la seguridad efectiva y real del país. ¿Acaso las cooperativas son un fin en sí mismas, importando poco que no haya riqueza a producir o que compremos caraotas dizque cubanas cuando parecen ser alemanas?, ¿qué significa el cinco mil por ciento de crecimiento de las cooperativas en relación a un principio como el destino universal de los bienes?, ¿resiste el gobierno una ligera comparación con la obra realizada por los gobiernos “cuarentones”?.
Una teoría del Estado “chavista” es el exabrupto que faltaba. A menos que sinceremos las cosas, por ejemplo: no hay principio de legalidad, pues, la idea estriba en crear delitos y penas por analogía con los discursos de Chávez y habrá que esperar la purga de las palabras para saberlos con mediana exactitud. ¿O no ha ocurrido así en el historial totalitario del mundo, “innovando” la interpretación de la ley penal?, ¿no lo cree devotamente el agitador a sueldo del gobierno que mira atentamente a los opositores en la calle?, ¿puede decirse de un salto progresista en el mundo con esto que es caricatura de revolución?.