Opinión Nacional

¡Asombroso!

El Presidente de la República, sin ninguna consulta ni debate público, firmó la “inconstitucional y desastrosa” (son palabras suyas) Ley de Inteligencia y Contrainteligencia. Lo hizo por la vía del decreto habilitante. Es decir, inconstitucional la ley y también el camino del decreto habilitante escogido para imponer esta monstruosidad contra los fundamentales derechos humanos. Con razón, la bautizaron como la “ley sapo” y la ola de repudio amenazaba con incendiar el país.

¿Por qué la firmó el Presidente? Porque creyó que era la mejor manera de perpetuarse en el poder. ¿Por qué la «desfirmó» luego? Porque el repudio de los venezolanos le demostró que atentaba contra su permanencia en el poder. En la firma y en la contrafirma hay un único absoluto: su perpetuación en el poder; lo demás es relativo e instrumental. Sería una falta de respeto al Presidente pensar que un asunto tan grave lo firmó distraído y sin enterarse.

El apoyo y silencio cómplice de los consejeros, ministros, fiscales, defensores del pueblo y viejos defensores de derechos humanos, han quedado en ridículo, como servil inmolación para el fin supremo de la perpetuación presidencial: los medios para los fines.

Lo más significativo en todo esto es que desde el 2 de diciembre de 2007 el Presidente tiene miedo a la mayoría venezolana, que ha demostrado que sus ganas de democracia y libertad son más fuertes que la obsesión presidencial por perpetuarse en el poder. La resistencia creciente a las pretensiones totalitarias terminará produciendo líderes y organizaciones democráticas con visión. Las elecciones de noviembre son vitales.

Hace diez años estábamos en plena campaña electoral; avanzaba el deseo masivo de moralizar la política y ponerla al servicio de la justicia social y Chávez capitalizaba la esperanza. En septiembre de 1998 escribí un articulo titulado El Gobierno de Chávez en el que expresaba la alta probabilidad de que, tres meses después, el Teniente Coronel ganara las elecciones, y muy poca de que hiciera buen gobierno. Con la intención de moralizar la política, pero sin capacidad gestora corrían hacia la ineficacia de cierto primitivismo estatista.

Chávez, con gran movilización y adhesión emotiva, fue elegido para cambiar el país. Diez años después, el fracaso estrepitoso y generalizado del gobierno, se mantiene gracias al petróleo a 100 dólares, y acelera la obsesión de perpetuarse en el poder como sea. En los últimos retrocesos, Chávez ha demostrado que tiene sentido de la oportunidad y miedo a que la mayoría lo castigue electoralmente. ¿Muerta la ética y vivo el oportunismo político? Es duro decirlo, pero la reacción, ante la monstruosa “ley sapo” o ante la hoy delincuente e inviable guerrilla colombiana, no vino de sus principios democráticos, sino del repudio de la calle (la nacional y la internacional). En el caso de la indoctrinación escolar, de las FARC y de la ley de Inteligencia y Contrainteligencia, se retractó con argumentos claros y correctos, pero ¿no eran razones obvias ya antes de aprobar la Ley y cuando hacía carantoñas a la guerrilla?¿No era verdad hace un mes que “a estas alturas en América Latina está fuera de orden un movimiento guerrillero”, que la guerra en Colombia es la principal excusa para el imperio, que el currículo escolar indoctrinador que se quería imponer es una barbaridad, o que la “ley sapo” es “inconstitucional y desastrosa”?
Me cuesta creer que Chávez no sabe (al igual que Raúl Castro) que lo dicho para la guerrilla colombiana es válido para el modelo cubano: está fuera de realidad y de siglo, no ofrece esperanzas para el pueblo cubano y se necesita cambiarlo con el mínimo de traumas. ¿No es válido también para los diversos “modelos” de producción “socialista” que ha impuesto en el campo venezolano o en las industrias básicas y que sólo producirán fracasos estrepitosos? ¿Por qué de una vez no se sincera todo antes de que la ruina y el repudio sean más graves? Asombroso que una persona inteligente y consciente se sabotee a sí mismo.

¿Demasiado enamorado de su propia imagen como redentor social del mundo? Esta adolescencia política, el coro de aduladores serviles y los mareos propios del poder, que no suelta a quien atrapa, pueden explicar que vea su perpetuación en el poder como una bendición para los pueblos.

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