Así no es como se gobierna
¡Así, así, así es que se gobierna! (con error gramatical y todo) se ha convertido en el grito de guerra de las huestes chavistas, cada vez que el comandante anuncia algún atropello a la propiedad privada, un abuso contra la oposición o le lanza una injuria a Uribe o a Obama. Dentro de la nomenclatura oficial gobernar se convirtió en sinónimo de arbitrariedad y despojo. Producto de su desmesura, improvisación e incuria –aplaudida por las falanges tarifadas que acompañan al jefe de Estado en cada acto público- el país se encuentra sumido en el caos. Sin electricidad, sin agua, sin seguridad ciudadana, sin empleos bien remunerados, sin escuelas, liceos y universidades acordes con la era del conocimiento, sin seguridad social, sin funcionarios competentes dedicados a resolver los problemas nacionales.
Eso sí, en Venezuela contamos con la inflación más alta del continente y una de las más elevadas del mundo, Caracas aparece entre las ciudades más violentas del orbe y el Presidente de la República es el mandatario que más gasta en donaciones, regalos y canonjías a los países extranjeros. Resultado de su negligencia y de su culto al comunismo marxista, el Producto Interno Bruto cayó 2.9% el año pasado, a pesar de que los precios del petróleo se recuperaron mucho más de lo esperado, situándose su promedio muy por encima de lo que el gobierno había calculado. La recuperación gradual del capitalismo le permitió al teniente coronel contar con enormes recursos financieros, pero esto de muy poco le sirvió a la nación, pues él se apropió de ese excedente -plusvalía, diría ahora que se declaró marxista- para malbaratarlo en tratar de convertir el desbarro bolivariano en modelo para el resto de la región.
En enero de 1959 cuando Fidel Castro bajó de la Sierra Maestra el sistema comunista, a pesar de las evidencias que abundaban, todavía representaba un sueño redentor para las naciones subdesarrolladas (aunque en realidad Cuba no lo era tanto). El hermetismo en torno a la Unión Soviética y a sus países satélites, y el secretismo alrededor de Mao Zedong y la Revolución China, habían contribuido a mitologizar la cruzada comunista y a convertir sus líderes en una especie de apósteles del nuevo evangelio. Con toda una escenografía muy bien montada en el plano publicitario, Castro y el Che Guevara emprendieron el supuesto rescate de la isla oprimida y explotada por el imperialismo yanqui, mediante las confiscaciones, invasiones, estatizaciones y colectivización de la producción y la economía. Guevara, más voluntarista que los franciscanos, llamó a la renuncia, a la abnegación, a la emulación socialista, y reivindicó la fuerza motriz de los incentivos morales frente a los vulgares incentivos materiales concedidos por el capitalismo. Tanto frenesí altruista podía entenderse por la confrontación planetaria entre el comunismo y el capitalismo; entre el modo de vida americano (american way of life) y la presunta austeridad comunista.
Han pasado 50 años de ese ensayo de ingeniería social y Fidel Castro junto a su hermano Raúl, con pequeñas variaciones, se mantienen aferrados al mismo esquema. La URSS se desintegró, los países de la órbita soviética se independizaron, unos y otros comenzaron a moverse hacia la economía de mercado hace dos décadas, en Rusia no quieren saber nada de Marx, ni de Lenin, ni de los bolcheviques; incluso, cuando hablan de revolución, se refieren a la Revolución Burguesa del febrero de 1917, mientras llaman despectivamente a los sucesos de octubre, “golpe de Estado”. En China la imagen de Mao forma parte de la antropología política. Todo esto ocurre en los antiguos santuarios del comunismo mundial, sin embargo, Cuba se mantiene impertérrita, mineralizada, tiesa como una pirámide egipcia.
A esos fantasmas del pasado, de los que nadie quiere acordarse, son a los que invoca el caudillo criollo. En los antiguos países comunistas ahora se gobierna con criterios de organización y racionalidad pragmáticos, con las normas básicas de la economía de mercado, lo cual implica estimular al máximo la producción privada y la participación de la iniciativa particular, con funcionarios profesionales, pero en Venezuela, Chávez viola todas esas reglas. Se busca de lugarteniente para que dirija al Indepabis a una versión rediviva de Torquemada. El comandante dejó de contar con verdaderos ministros, funcionarios y gerentes a su lado, optando por rodearse de comisarios del pueblo o representantes del partido, tal como dicta la más rígida ortodoxia stalinista.
Venezuela vive en medio de la mayor la incertidumbre, sin seguridad jurídica y sin una política económica capaz de reactivar las inversiones y animar el empleo productivo. No existe un plan coherente para encarar la enorme crisis de los servicios públicos. El teniente coronel Chávez Frías viola todas las normas del buen gobierno: estimula la inflación, deprime la moneda nacional, incrementa el déficit fiscal, regala los recursos nacionales.
Las víctimas más sufridas de esa impostura son los más pobres. Serán estos quienes le pasen factura el próximo 26 de septiembre, no importa cuántas maromas ejecuten sus títeres en el CNE.