Opinión Nacional

Aquí no hay vacaciones para el duelo

Cada semana es una nueva lotería macabra en la cual pistolas, cuchillos y hasta patadas son los instrumentos utilizados, con casi absoluta impunidad, para arrebatarnos a una persona cercana. Aquí no hay vacaciones para el duelo*.  En lo que va de 2010, se han cometido 2.177 homicidios en la capital de uno de los países con más ingresos de América Latina.

Algunos ciudadanos se refugian en el sureste, la zona menos peligrosa de la Gran Caracas, y declinan los noticieros a favor de Sony Television o Warner Channel para entretenerse mientras esperan que les repique el teléfono o salte el icono del correo en el PC con la trágica noticia (si es un familiar o amigo cercano) o el cotilleo macabro si la víctima es el conocido de un amigo.

A tres nodos de nosotros

Si lo analizamos en frío, cada semana asesinan a alguien que se encuentra a tres o menos nodos relacionales de nosotros: el primo del mejor amigo de nuestra cuñada o la novia de un compañero de universidad de tu hijo. Así de cerca estamos, con la pólvora bordeando nuestra cotidianidad. No sirve de mucho negarlo, racionalizar pensando que le pasó porque usaba una camioneta grandísima y ostentosa o porque salió a comer arepas, en Las Mercedes, pasada la medianoche. Muchos homicidios son cometidos a pleno sol, con testigos y a veces por funcionarios policiales uniformados. Muy pocos van presos.

Hace unos días, frente a mi edificio en La Campiña, una comisión policial perseguía a un narcotraficante desde Chacao. Justo al cruzar por la calle García,   le empezaron a disparar  a la  Toyata Merú robada por el delincuente,  no importaban los transeúntes o vecinos. En segundos, un estudiante de 28 años,  trabajador de una farmacéutica cercana y el mecánico que lo atendía, fueron atropellados por el hampón abaleado por los policías.

Balance: dos civiles inocentes por un malandro. Y no hubo culpables, tampoco héroes.

Una nueva sensación

Hasta hace poco, al dolor de la pérdida se le sumaban la rabia y la frustración de la impunidad. Pero ahora tenemos una nueva sensación que agregar: la humillación producida al ver en televisión a los altos funcionarios de los poderes públicos  riéndose  de las cifras rojas, minimizando su impacto en el país. Esa risa lúgubre-soberbia se nutre de la congoja por la fulminación de los padres, hijos, nietos, amigos, novios, vecinos y desconocidos asesinados en la capital de la República supuestamente humanista, socialista y preocupada por sus habitantes.

No hay mayor tragedia que la impunidad aliada al Estado, que te obliga a tomarte un café con el asesino de tu madre o de  tu hija menor. La cárcel ha devenido en centro de castigo para los opositores políticos del régimen o para los ladronzuelos atrapados en flagrancia y sin los recursos para comprar su salida del sistema judicial. Los otros, los homicidas o asesinos masivos, están libres y armados, unas veces uniformados, otras ocupando carteras   en este gobierno que trata de lavarse las manos ensangrentadas con populismo,  diatribas internacionales y persecuciones contra los últimos venezolanos que dan la cara por el país.

Es urgente  cambiar el estado de las cosas, quizá sea atinado evocar el  proverbio de nuestros mayores, aplicable a las elecciones parlamentarias: “Si la escoba está sucia cuando barres, la casa nunca estará limpia”.

Twitter: @ivanxcaracas

(*): Walter Mosley. Blues de los sueños rotos, Anagrama, 2001.

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