¿Antídotos contra la xenofobia?
Numerosas reacciones ha generado el brote de xenofobia que recientemente ha hecho su aparición en nuestro país. Calificados voceros de la sociedad civil se han pronunciado públicamente para dar a conocer su opinión condenatoria a propósito de una insólita acción que ha tomado por sorpresa al grueso de la población y a la cual hasta ahora no se le ha encontrado ningún tipo de explicación. Se sabe solamente que un autodenominado Frente Simón Bolívar del Pueblo Soberano de Venezuela se responsabiliza por el contenido de un deplorable comunicado donde, entre otras posturas, se propone la formación de tribunales populares para juzgar a españoles, italianos y portugueses a quienes, sin excepción, se acusa de una serie de actividades ilícitas.
Hasta ahora el gobierno, a través de la Cancillería, ha expresado su rechazo a “cualquier manifestación de xenofobia, racismo y discriminación”, pero algunos analistas y comentaristas han observado que extrañamente el primer magistrado, quien no acostumbra a reservarse sus puntos de vista, por polémicos que éstos sean, no se ha manifestado expresamente sobre el particular, salvo un ambiguo comentario en su programa radial, en el cual retó a los xenófobos “a dar la cara”, ignorando que la están dando sin disimulo alguno, como es fácil comprobarlo en Caracas en las adyacencias del Palacio Legislativo. Entienden, quienes así opinan, que sería muy conveniente sin mayores circunloquios que el jefe del Estado contribuyera a enfrentar esta circunstancia exteriorizando, con la mayor propiedad, su pensamiento al respecto, que no debiera ser otro distinto al que ya ha adelantado, por ejemplo, el titular de la diplomacia venezolana.
Lo cierto es que el brote de xenofobia no deja de causar preocupación en un país que, como el nuestro, desde los primeros tiempos del nacimiento de la nacionalidad, ha sido proclive a recibir, quizás no con excesivo beneplácito pero sí con escasas reservas, distintas corrientes inmigratorias que se integraron a nuestra población sin mayores traumas, sobre todo a partir de la situación que se creó con los centenares de miles de desplazados por la II Guerra Mundial, origen del convenio entre nuestro país y la Organización Internacional de Refugiados que, más adelante, se transformó en la adopción de una política propiamente dicha, por parte del Estado venezolano, para la recepción de inmigrantes provenientes de distintos países europeos.
Precisamente, las colonias aludidas en el lastimoso comunicado objeto de este comentario, han sido quizás, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, las que mejor se han destacado en el propósito de incorporarse abiertamente a la sociedad venezolana, contribuyendo así, de manera efectiva, a nuestro proceso de desarrollo mediante el meritorio aporte, entre otros, de sus conocimientos, destrezas y habilidades.
Por supuesto, no existen antídotos contra la xenofobia. Pero los países disponen de recursos para enfrentarla y combatirla con relativo éxito. Prueba de ello son, por ejemplo, las políticas destinadas a promover la naturalización que, en Venezuela cuentan hoy con un fuerte apoyo institucional al respecto, ya que la vigente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela dispone, al tratar el asunto, que quienes “tuvieren la nacionalidad originaria de España, Portugal, Italia, países latinoamericanos y del Caribe”, gozarán del privilegio de obtener la carta de naturaleza con un tiempo de residencia reducido a cinco años en vez de los diez exigidos para los extranjeros de otras nacionalidades.
Llama la atención que el comunicado objeto de este comentario haga referencia, exactamente, a los naturales de países que, de acuerdo con el instrumento constitucional “bolivariano” más bien tendrían que estar recibiendo un tratamiento preferencial en la materia y no ser objeto de intolerantes manifestaciones de xenofobia, a menos que no haya el menor interés por parte del régimen “revolucionario” en facilitarles el apropiado y oportuno proceso de adaptación e integración a la sociedad venezolana. O se trate, entonces, de una más de las tantas y frecuentes contradicciones a que ya nos tiene acostumbrados el oficialismo.