Antes y después
No será lo mismo. No seremos los mismos. Habrá nuevas huellas en los caminos, marcas de cambio.
Es joven el siglo. Hacemos historia. Se lo contaremos a hijos, nietos y bisnietos. Nos sonríe la buena fortuna. Nos toca en suerte poder pasar de meros espectadores a desempeñar el papel de protagonistas. Dejamos de ser
transeúntes, turistas en nuestra propia tierra, para convertirnos en lo que alguna vez fuimos y nunca debimos dejar de ser: gente de nuestro país.
Mañana, a estas horas, estaremos marchando por nosotros, por los que antes como nosotros también caminaron, con la alegría activada. Pasado mañana, a
estas horas, estaremos cansados, con los pies adoloridos y hasta con callos nuevos, pero felices. Con nosotros marcharán los espíritus del progreso, de
la justicia social, del desarrollo. Vamos a rellenar lo que está hueco.
Vamos a darle sentido a las palabras. Vamos a otorgarle valor a los símbolos, a no permitir que los sigan mal utilizando.
¿Entenderán? No lo sé. Acaso sea ésa la gran diferencia entre lo que pienso
y lo que opinan otros. Quiero creer que sí, que allá arribota en el poder, lograrán al fin entender sus errores y rectificarán. De veras, quiero creerlo. Pero cuesta, cómo me cuesta. Porque rectificar es un acto de valentía, de coraje, de sapiencia. Y esas tres cualidades no abundan en el régimen.
Hay una notable diferencia entre prestarle atención a la historia, entenderla, comprenderla y aprender de ella, y caer en la torpeza de conducir el carro de la nueva historia con los ojos clavados en el espejo retrovisor. Es la diferencia que existe entre la obsesión y la razón. Ah, pero la obsesión es útil a la hora de desatar pasiones insensatas, es buena cuando se quiere manipular.
Yo no voté por este gobierno. No me agobia, entonces, el peso de una asfixiante desilusión. Nada de este desastre me ha tomado por sorpresa. Pero por esperado, por presentido e intuido, no es más leve el dolor. Acaso eso hace que me parezca peor lo que está ocurriendo. Pues la queja gruesa, la voz colectiva que se eleva, proviene de ciudadanos que alguna vez creyeron en cantos de sirenas, en los boleros escritos por estos eficientes fabricantes de miseria. Y son ellos, los millones que fueron víctimas de esta trampa, quienes nutren lo que algunos, injustamente y con la superficialidad que los caracteriza, llaman oposición, cuando no es otra cosa que el dolor compartido de un pueblo que creyó ver un oasis en medio de un interminable desierto, porque estaba tan sediento que bebió arena creyendo que era agua. Y serán las suelas de los zapatos de esos tantos
desilusionados las que se unirán a nuestras suelas, y nutrirán una marcha
que más que una queja, más que un clamor, es una exigencia, un canto a la democracia y a la libertad.
La ausencia de democracia genera que la democracia se mueva. Es el efecto paradojal de algunas drogas.
Hay un antes y un después. La línea que los divide es el 23 de enero de
2002.
Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó, la ley respetando, la virtud y
honor…