Ante las inhabilitaciones, el escenario del conflicto
«Nosotros vamos a llegar hasta el final. Yo me voy a inscribir en el CNE como candidato a la Alcaldía Metropolitana el día 5 de agosto, no hay nada, ni decisión de ningún poder que pueda retroceder mi inscripción ante el organismo electoral». Quien así se expresa, categórico e irrebatible, es el actual alcalde de Chacao y candidato a la alcaldía mayor por el partido Un Nuevo Tiempo Leopoldo López. Por su parte, Enrique Mendoza, ex gobernador y candidato a la gobernación de Miranda decía recientemente en Caicagüita: “Después del 23 de Noviembre estaremos resteados con los abuelos y abuelas mirandinos, para hacerles más feliz y digna toda esa larga existencia que todavía les queda por vivir”. (Noticias24, 17 de abril de 2008). Para ambos candidatos, todo parece decidido y resuelto: serán los candidatos y triunfadores en Miranda y el DC.
Aparentemente, nada que cuestionar. Salvo una pequeña y no por ello menos considerable objeción: tanto López como Mendoza se encuentran inhabilitados y según todos los indicios nada ni nadie hará que el régimen les permita participar del proceso electoral y entregarles el trofeo que bien merecido se tienen: los correspondientes mandatos sobre dos de las más apreciados e importantes enclaves políticos y sociales del país. En los cuales, según todas las encuestas, aparecen como imbatibles. Pues si la oposición triunfa en el Zulia y en Carabobo, hasta hoy segura en manos de Henrique Salas Feo, la sumatoria de Miranda y el Distrito Capital pondrían en manos de la oposición el corazón poblacional, administrativo, industrial y productivo del país.
Yo comprendo a Leopoldo y a Enrique Mendoza. Y los respaldo. Pero me pregunto qué harán ellos y qué haremos nosotros si el 5 de agosto el régimen persiste en violar sus derechos constitucionales manteniendo la inhabilitación de ambos candidatos. No les queda a ellos y no nos quedarán entonces a todos nosotros más que dos opciones: o poner al país en pie de guerra no sólo boicoteando, sino impidiendo dichas elecciones – por los medios que sean y estén a nuestro real alcance – o bajar la cabeza y hacernos el harakiri.
¿Están conscientes Leopoldo López, Enrique Mendoza y Manuel Rosales -que ha reafirmado su decisión de respaldarlos a todo evento – que esas son las únicas dos opciones con que contaremos de llegar a las elecciones de noviembre si persisten en su actual decisión? Si así fuera: ¿están dispuestos a comprometerse a asumir de manera activa y categórica la dirección de una oposición y un vasto movimiento contestatario en pie de guerra antes que arrodillarse en el momento postrero ante el totalitarismo del régimen? Frente a cuyas respuestas, de ser afirmativas, cabría preguntarse si cuentan con el respaldo unánime de los restantes partidos y candidatos. ¿Qué piensan Henry Ramos, los Salas, Julio Borges, Andrés Velásquez, Ismael García y todos los restantes partidos y dirigentes de la oposición, algunos de los cuales ya presentaron sus candidatos alternativos a los mismos cargos o qué actitud asumirá la disidencia de PODEMOS frente a este eventual impasse? ¿Está la oposición en su conjunto dispuesta a jugarse la vida por ellos tres o tendrán otras estrategias ante el futuro? Pues sin una férrea unidad, no habría estrategia frontal posible. El único resultado previsible sería entonces el fracaso.
De no hacer nada de aquí al 5 agosto, tal como ya lo plantea Leopoldo López y parece confirmarlo Enrique Mendoza, la única alternativa imaginable es la guerra a muerte o la capitulación. Hoy, en cambio, cabrían otras opciones capaces de darle la merecida victoria a la oposición nacional. Bien dice Sun Tzu que la mejor victoria es la que se logra sin combatir. Por ejemplo: someter la decisión de López, Rosales y Mendoza al conjunto de las fuerzas opositoras o a quienes ellas designaran. Al caso, un grupo de opositores independientes calificados intelectual, moral, ética, profesional y sobre todo políticamente. Quienes podrían establecer la línea a seguir e imponerla a todo trance. Una de ellas, por ejemplo sería la de unirnos todos contra la inhabilitación y el proceso electoral, si no se respetan los derechos constitucionales de los involucrados. Asumiendo todos los riesgos y consecuencias. Por cierto, razones no faltan. Ya un grupo de los mejores y más grandes constitucionalistas del país dirigidos por el Dr. Arteaga Sánchez decidió en la materia: la inhabilitación adelantada por Russian es írrita y escandalosa. Nada que discutir. Si dicha comisión decidiera que no hay elecciones, es que no hay elecciones.
Pero también cabe una segunda posibilidad, política y estratégicamente tan legítima como aquella: esa misma comisión podría determinar que más allá de la justicia del caso y el derecho constitucional que nos asiste, la suprema obligación política nos impone golpear a fondo en el corazón mismo de la estrategia del régimen llevando candidatos alternativos, capaces de recibir el endoso del respaldo con que hoy cuentan los inhabilitados y representarlos a ellos y representarnos a nosotros para darle la adecuada y correspondiente paliza, haciendo inocua la siniestra jugada de los esbirros del presidente de la república. Es claro: tal decisión debiera asumirse cuanto antes, para dar tiempo al desarrollo de las respectivas campañas. En tal caso, que pongan el Sr. Russian y los señores del TSJ sus barbas en remojo. No se hable del presidente de la república. En cuanto a López y Mendoza, se hubieran conquistado un puesto de honor en la dirección de las grandes batallas del futuro, que apenas comienzan.
Aún así, posiblemente ambas alternativas sean ilusorias: de darse a plenitud cualquiera de ambos escenarios y mostrar la oposición la unidad, la fortaleza y el coraje que implican las alternativas mencionadas, precipitaría los demonios del gorilaje miraflorino y nos veríamos enfrentados a la hora de la verdad. En condiciones favorables a la oposición, vista la madeja de problemas nacionales e internacionales en que está entrampado el gobierno y la crisis social y económica que ya tiene encima. De modo que de todas las opciones, la peor y que debemos rechazar frontal y vigorosamente es la más estúpida, aunque aparentemente la más justa e inmediata: hacer como si nada, persistir los inhabilitados en sus candidaturas hasta que sean definitivamente derrotados por forfeit y nosotros como quien oye llover.
El tiempo se agota. El pueblo democrático exige una respuesta. En ella nos podría ir la vida.