Aniquilación de la “quinta”
Sabido, la decisión de la sala electoral ha generado perplejidad en las altas esferas del gobierno. Los “juridicistas” de la hora, en el intento de frenar el revocatorio, prueban toda suerte de maniobras para abonar a una crisis institucional violentando las normas. Los “violenteros” del momento, revisan sus mochilas para costear, desde el Estado, alguna gesta callejera que sirva de defensa de ésta, la tan presunta revolución, sin que alcance la máscara para ocultar la flagrante violación de los derechos humanos. La movilización del oficialismo está teñida de desesperación y anhelan un choque decisivo con las fuerza opositoras de comprobada vocación pacífica y democrática.
Una decisión perfectamente predecible, dada la temeridad con la que ha actuado el trío de los rectores del oficialismo, no deja de sorprender a los que sistemáticamente presionan y amedrentan desde el alfombrado del poder. El estímulo de una baja pasión, es el recurso por excelencia de aquellos que no tienen dotes, talento ni destrezas políticas y llevan a escena el insulto y la agresión física para intentar preservar los fueros de palacio. Sin embargo, lo que esencialmente se pone en evidencia es el desprecio a la noción más elemental del Estado de Derecho, convertida la Constitución y las leyes electorales en un amasijo inservible de papeles, cuando la razón no acompaña al Gran Dispensador de Miraflores.
El “chavista” más incauto hará del reconocimiento de la solicitud referendaria, la salida automática de Chávez. E, incluso, el gobierno ha creído convencerlo de que se trata de un acto caprichoso y arbitrario de una oposición malvada. Obviamente, esta campaña para idiotas, fracasa día a día. El “chavista” de buena voluntad está comprobando, por una parte, que la solicitud es para que el voto de la ciudadanía decida los destinos del país luego de reconocida la cantidad objetiva de firmas que la avalan, y, por otra, que las instituciones supuestamente novedosas de la llamada “quinta república” están profundamente cuestionadas en manos del elenco que hoy conduce al Estado: el CNE interpone todos los obstáculos posibles a la libre manifestación de los venezolanos, trampeándola; no hay una división de los poderes, una separación de los órganos del Poder Público realmente convincente; el Defensor del Pueblo calla cuando la sangre corre por las calles, hay tortura y prisión para la disidencia, tanto como la mudez del Contralor no da cuenta de las altísimas cotas de corrupción alcanzadas.
Las instituciones de la “quinta” están siendo aniquiladas por aquellos que la crearon. Les interesa el propio pellejo en palacio que esto de fundar repúblicas, apenas un dispositivo retórico ya caduco.
DOS REFERENCIAS
Los días corren apresuradamente y es difícil dar cuenta de toda la literatura política reciente. Por ejemplo, con algunos meses sobre el hombro, el último título de Domingo Alberto Rangel o la compilación de Domingo Irwin y Frédérique Langue.
“Alzado contra todo (memorias y desmemorias)” de Rangel (Vadell Hermano Editores (Caracas-Valencia, 2003), sorprenderá a pocos dada la prolija producción el autor en la que siempre deja constancia del dato autobiográfico. No obstante, en un país que cultiva el olvido, constituye una buena noticia el ejercicio de la memoria escrita, deber insoslayable de todo pasante y protagonista de la escena pública.
La terquedad marxista del autor, corre por todas las paginas intentando alcanzar a “Mi vida” de Trotsky como modelo. Hay escenas muy bien logradas, como la cita de los escolares para presenciar el tránsito del anciano Peñaloza hacia el Castillo de Puerto Cabello (27) o la incursión política de las prostitutas (90ss.), al lado de otras de las que esperábamos más que un telegrama de explicación, como las circunstancias que lo llevaron al exterior desde el cuartel San Carlos, por los sesenta (221). Estamos ante un escritor de vocación (240), antes que el militante político que fue promesa cinco o seis décadas atrás. El ensayista se cuela a todo trance en las páginas comentadas, sacrificando la confesión.
Irwin y Langue ofrecen una compilación de interés: “Militares y sociedad en Venezuela” (UCAB-UPEL, Caracas, 2003), ofreciendo el difícil tema con la sobriedad y coherencia que puede dispensar la ciencia social. Sobre todo con el primer capítulo, del propio Irwin, asistimos a una estupenda actualización de aquéllas categorías que dan cuenta de las relaciones civiles-militares y del control civil. E, incluso, accedemos a trabajos como el de Inés Guardia Rolando en torno al caudillismo del XIX, avisándonos de todo lo que guardan las arcas universitarias y que, al fallar la imprenta, una herramienta fundamental, el olvido tritura tesis y trabajos de ascenso.
El militarismo chavista de la hora todavía requiere de un bisturí que no tema a las profundidades del tejido. El título en cuestión es un buen elemento introductorio que contrasta con los pasquines que circulan sobre tan delicado tema.