Angustiosa adivinanza
El rutina es sencilla: provocar directa e indirectamente los acontecimientos, fijar una postura oficial y dejar que la molienda de toda la maquinaria propagandística y publicitaria se encargue de traducirla a la población, sensible e interesada. De sonar muy dura la palabra presidencial, atajan sus consecuencias con una versión más amable de los periodistas y demás comentaristas de las plantas radiales y televisivas del Estado, no sin estimular al dirigente que – sencillamente – desea sobrevivir.
Poco importa la procacidad del mensaje y hasta de las líneas políticas que sugiere, pues lo válido en toda circunstancia es interpretar oportuna, adecuada y debidamente la palabra presidencial. Claro está, se corre el riesgo del desacierto y quienes incurren en algún tropiezo, así sea menor, deberán correr con las consecuencias del caso.
Respecto al lenguaje conceptual, todos sabemos que los actos supuestamente políticos de las fuerzas guerrilleras colombianas tienen su mejor expresión en el secuestro de los inocentes con los sufrimientos del caso, pero acude presuroso el pretexto de la retención. Y, así, no hay argumento alguno que dar para lo que presume el modesto periodista del oficialismo que es una operación política (prisioneros de guerra, medios de presión, etc.), acogiendo pronto la poderosa certeza presidencial y conviertiendo hasta las acciones delictivas ordinarias, como la del consabido banco guariqueño, en un asunto de retención, formando parte de las novedades lingüísticas de un régimen que les crea una inevitable confusión. Sin embargo, se impone la adscripción, la ciega militancia y hasta la difícil quincena salarial por encima de cualquier interrogación. Por consiguiente, los eufemismos dictan la pauta, siendo urgente para la supervivencia desaprendida por Luis Tascón, atinar según soplen las señales desde palacio. Por supuesto, esto genera una situación de incertidumbre y de angustia personal para el fablistan oficialista.
En relación al lenguaje político, ocurre algo semejante. Una acelerada acción de amedrentamiento, presión o amenaza contra la oposición real e imaginaria, puede celebrarse un día, mientras el otro ha de saber de una condena presidencial que siembre de mayor incertidumbre y de angustia al accionante: es el caso de Lina Ron y su no menos célebre asalto a la sede arzobispal de Caracas, en la que no valió eufemismo político alguno.
Y no valió, así diga que es un mártir el artefactista del explosivo, desgraciadamente fallecido, porque tales acciones necesitan del olfato, de la intuición o el natural cálculo del promotor para cuadrar bien con los eventos que están en marcha. Recordemos las gestas ultraizquierdistas con motivo del referéndum de reforma constitucional, las más propicias para enrarecer el ambiente político del país, en contraste con la aventurada toma arzobispal por quien se hizo famosa al plantarse frente a las sedes de los medios impresos (como la de “El Nacional”), junto a dos parlamentarios deseosos de salir del anonimato: la hazaña empañó la festividad palaciega de Estado al recibir a otros rehenes colombianos y, simplemente, no hay capacidad de tiempo ni de trabajo para cuadrar una agenda de desestabilización del gobierno, desde el gobierno mismo que la aprovecha para imputar a la oposición.
La clave de bóveda de las andanzas del poder, solamente la tiene su titular. Los demás, por cercanos seguidores que sean, deben adivinarla y el que no hable Tascón con Hugo Chávez desde 2004, demuestra que sobrevivir en la órbita del gobierno pasa irremediablemente por una correcta predicción de las intenciones presidenciales, así se le hagan favores de extraordinaria magnitud.
Tres rápidos comentarios
Los parlamentarios discuten una reforma de la Ley de Tránsito Terrestre y, se dice, les preocupa mucho que haya propietarios de más de tres vehículos. Sin embargo, incurrimos en la osadía de siempre: creer que las cosas se resuelven únicamente por la vía de la ornamentación jurídica cuando ni siquiera la actual ley es básicamente cumplida y la anomia – terrible en el caso de los motorizados – se ha profundizado hasta lo indecible. Desearíamos que surgieran alternativas desde la propia sociedad civil, autodisciplinada – a pesar de la orfandad de Estado – para andar las calles. No es posible lograr un cambio integro desde la oposición, pero sí necesario asomarlo mediante una intensa y vasta campaña de ciudadanización: ejemplo de las opciones culturales que puede propiciar, así nos encontremos lejos del poder … Interesantísima resultó la entrevista que le hizo William Echeverría a Liliana Ortega, quien preside COFAVIC. No existe una relación comprobada, en términos históricos y sociales, entre los hechos de 1989 y los de 1992… Creo que, al ver las encuestas, el régimen ha optado por desalojar a los buhoneros de las calles. Tamaña iniciativa, impensable en la perspectiva del lumpemproletariado que lo ha sostenido, les procura mayor apoyo de la restante población que los ha sufrido. Empero, a la oposición más seria y responsable, le preocupaba y preocupa más solventar el problema por la vía de generar empleos formales y adiestrar para el trabajo, aunque ni remotamente el régimen siente la gravedad de los miles de subempleados lanzados a la intemperie. Por cierto, ¿y la “recuperación” de los espacios tardará tanto?, ¿no hay responsabilidades legales por dejarse tomar los espacios públicos, aceptando el deterioro?.