Opinión Nacional

Andrés Bello

Periódicamente, como en un ciclo permanente, se hacen ataques arteros a don Andrés Bello. Así ocurre siempre con la gente que se destaca en lo que hacen, cuyos talento y éxitos despiertan la envidia de los mediocres, los que por ser demasiado pesados apenas levantan vuelo muy cerca del suelo. No sé si semejantes ataques son producto de la mala fe, pero sí sé que nacen de la más crasa ignorancia.

El caballito de batalla sigue siendo el hecho de que Bello no haya regresado nunca a Caracas después de su larga estada en Londres. Suele agregarse una supuesta infidencia de don Andrés, lo que habría generado la sospecha y desconfianza de sus contemporáneos propulsores de la independencia. Incluso hace poco le oí a un alto funcionario municipal el disparate de que Bello había tenido que irse de Venezuela por temor a represalias, por haber participado de alguna manera en la prisión de Miranda, ignorando, quizás intencionalmente, que cuando el encarcelamiento del Precursor ya Bello llevaba mucho tiempo en Londres. Es más, cuando Bello llega a Londres, junto con Bolívar y López Méndez, Miranda los acoge en su casa y les expresa su afecto.

Bello va a Londres, en 1810, porque la misión enviada por la Junta de Caracas a solicitar la ayuda británica, formada por Simón Bolívar y Luis López Méndez, pide, por iniciativa de Bolívar, que envíen con ellos, como secretario, a Bello, cuyos amplios conocimientos y dominio del Inglés les sería muy útil. Prueba irrefutable de que no había tal desconfianza. Y es significativo que el Bolívar de entonces era el joven radical de la Junta Patriótica, lo que hoy suele llamarse un “cabeza caliente” o un “come candela”.

Concluida la misión Bolívar regresa a Caracas, y dispone que López Méndez y Bello permanezcan en Londres, donde todavía había mucho qué hacer por la causa de la independencia.

La permanencia de Bello en Londres fue, efectivamente, muy productiva, pues él se dedicó a difundir las ideas independentistas y a recabar ayuda, en toda Europa, para la lucha. Concluida esta, y estando Bello en difícil situación, que en algunos momentos fue de gran miseria, pide ansiosamente al gobierno de la Gran Colombia su regreso, sin que, por diversas razones, lo lograse. En esas circunstancias le llega la oferta de un empleo del gobierno chileno, junto con los gastos de viaje, y, aunque vacila, decide ir a ese país, más que todo acosado por la penuria económica.

Otro que nunca regresó a Venezuela fue Simón Rodríguez, pero no porque no pudiese, sino porque no quiso. Rodríguez regresa de Europa, pero no a Caracas, sino directamente a Bogotá, en busca del Libertador, bajo cuya protección aspiraba a poder aplicar sus novedosas ideas pedagógicas. Bolívar ordena que se le dé el dinero necesario y las facilidades para irse a Caracas, pero cuando se lo dicen, induciéndolo a volver a su patria y a su familia, les responde, airadamente: “¡Qué patria ni qué zarandajas! Yo no tengo patria ni familia. Mi patria es el Mundo, y mi familia la humanidad”. Nunca he sabido que a don Simón se le haya criticado por eso.

Aunque Bello nunca regresó a Venezuela, siempre la tuvo muy presente en su pensamiento y en sus afectos. Con frecuencia escribía a sus hermanos en Caracas, y periódicamente enviaba dinero a su madre, no obstante las dificultades para hacerlo, pues los envíos generalmente tardaban meses en llegar a su destino, pues debían ir de Santiago a Londres, y de allí a Caracas. El mismo periplo debían hacer también los viajeros. Es sabido, además, que cuando el gobierno chileno le ofreció darle la nacionalidad chilena, Bello la rechazó, por no querer renunciar a la venezolana. En vista de lo cual se dictó una ley especial, por la cual se le declaró “chileno legal”, sin tener que renunciar a su nacionalidad originaria.

La obra de Bello es inmensa. Fue un verdadero polígrafo, cuyos conocimientos abarcaron numerosas áreas del saber humano. Fue, además, si no el primero, al menos uno de los primeros escritores hispanoamericanos que expresaron su convicción de que Hispanoamérica, una vez lograda la independencia política, económica y militar, debía asumir también la independencia cultural, lingüística y literaria. Lo prueba, por una parte, su Gramática, escrita especialmente, como él mismo lo declara, para sus hermanos de América, y no para los españoles. Bello es, además, el primero en formular el concepto del castellano de América, que sin dejar de ser la misma lengua de España, tiene sin embargo su carácter continental, y sus modalidades nacionales, tan respetables como las de España. Por otra parte, en su silva “Alocución a la Poesía” expresa el mismo criterio, referido particularmente a la poesía: “Divina Poesía, / tú de la soledad habitadora, / a consultar tus cantos enseñada / con el silencio de la selva umbría, / tú, a quien la verde gruta fue morada, / y el eco de los montes compañía: / tiempo es que dejes ya la culta Europa, / que tu nativa rustiquez desama, / y dirijas el vuelo a donde te abre / el mundo de Colón su grande escena”.

La sabiduría de Bello fue tan grande, que, siendo un adolescente, apenas dos años mayor que Bolívar, puesto que había nacido en 1781, le dio clases al futuro libertador, hecho al que este, mucho después, se refirió con admiración y gratitud.

Aunque fue siempre un hombre ideológicamente muy equilibrado, su pensamiento está muy lejos de haber sido el de un conservador. Todo lo contrario, sus ideas pedagógicas, su pensamiento filosófico, sus concepciones jurídicas fueron de las más avanzadas para su tiempo, y en algunos aspectos aún hoy tienen plena vigencia.

Andrés Bello fue, junto con Miranda, un entusiasta precursor de la idea de la integración hispanoamericana. Ambos insignes caraqueños fueron, además, los venezolanos más universales de nuestra historia.

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