Amereida en Chile, busca su contrario
Estuve hace quince años en la colonia de Amereida, en Ritoque, hacia el Norte de Valparaíso, Chile. Se trata de un conjunto de viviendas, hospedería, salas de reuniones, sala de música para conciertos, talleres de carpintería y herrería, espacios abiertos, incluso un cenotafio y un cementerio (en construcción cuando realicé mi visita), fundado por el arquitecto Alberto Cruz y el poeta argentino Godofredo Iommi, ya fallecido, hace cincuenta años, junto a un grupo de profesores de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, algunos de los cuales allí viven y ejercen su función docente. Todo lo que allí existe ha sido construido por estudiantes y profesores con sus propias manos y alguna ayuda de obreros del lugar, y las características de diseño y el proceso de construcción de cada edificio es tema de discusiones colectivas. Allí también, entre las dunas cambiantes y junto al mar gris y frío, los estudiantes construyen pabellones provisionales para exponer sus trabajos finales de grado y sostener discusiones a partir de ellos.
Durante esa visita, pude hablar con Alberto Cruz, nacido en 1917 y a quien suponemos aún activo, y al menos con uno de los residentes en la colonia, David Jolly, con quien perdí el contacto con los años. Cruz ha sido el alma inspiradora de esa facultad desde sus comienzos y dio forma a los principios filosóficos que fundamentan lo que allí comenzó a hacerse hace más de cincuenta años y se mantuvo como venerado guía, digamos espiritual, durante todo el tiempo transcurrido.
Cruz me recibió con amabilidad y a cada pregunta que le hacía me respondía que a él lo que le interesaba era oírme, hasta llegó a decir que quería aprender de mí. Yo me sentía cohibido, o tal vez intimidado. Pero la conversación fue grata y lamento hoy, todavía, no haber podido grabarla
Amereida me da hoy la oportunidad de hablar de Chile, un país que me cautivó cuando encontré en él a mis dieciocho años, en 1958, lo que se me ocurre llamar el cauce para mis preocupaciones de entonces. Regresaría después en 1960 para casarme con una chilena de padre venezolano, vivir allá durante casi dos años antes de seguir a Francia con mi primer hijo y una beca de la UCV. Experimenté en la visita inicial y en el tiempo que allí viví, una generosidad y una calidez que no he podido olvidar. Casi cada vez que establecía contacto personal con alguien afloraba una actitud análoga a la que después habría de mostrarme Cruz en esos minutos de conversación en Valparaíso.
Hoy mi modo de ver a Chile ha cambiado. Regresé a Santiago en 1991 en tiempos de democracia y desarrollo económico. La actitud abierta, la modestia sincera propia del talante del chileno de esos años, me pareció que se había perdido o transformado. Lo conversaba con viejos conocidos que invariablemente me daban la razón. O terminaba achacándoselo a la mayor edad y rigidez de mi parte o a que simplemente se habían invertido los papeles: Chile era hoy Venezuela y Venezuela Chile.
De todos modos creo que se han mantenido en los chilenos los rasgos más auténticos, los que vienen desde mayor profundidad, los que arrancan de eso que hoy llamamos el inconsciente colectivo. Y sigue siendo válido decir que en Chile es moneda corriente la actitud reflexiva de Alberto Cruz, el deseo de darle ¨contenido¨, a lo que se hace, de explicarse, de interpretar. Como que se tratase de una necesidad producida por una geografía que a lo largo de miles de kilómetros parece empujar al ser humano desde las faldas andinas hacia un horizonte marino que es misterio y pregunta a la vez.
Mientras que en nuestras tierras tropicales el mar es cálido y amable, invitante, la naturaleza poco dada a mostrar extremos irreconciliables, el sustento parece darse por sí solo; y más que sentirse rechazado por el medio ambiente uno diría que se ofrece a acogernos, y alejarnos de la laboriosidad, de la reflexión, a apoyarnos en la intuición.
Estas cosas y muchas otras, y entre ellas no la menor el hecho de que Chile haya acogido a tantos venezolanos rechazados aquí y Venezuela a chilenos rechazados allá, me han hecho pensar, en tono que podría ser de juego pero que me tomo en serio, que Chile y Venezuela son como Yin y Yang, opuestos y complementarios, son un Norte y un Sur que constituyen unidad en términos psicológicos. Unidad que es característica de nuestra psique y encuentra su expresión adecuada en los versos de Antonio Machado: busca tu complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario.
En el campo de la arquitectura, por ejemplo, mientras entre chilenos el filosofar siempre parece requisito previo a la propuesta de imágenes de arquitectura, nosotros tenemos desconfianza ante todo lo que contribuya a restarnos energía para el Proyecto. Y no es que una cosa sea mejor que la otra, sino que son complementarias. O contrarias, no en el sentido de enemigas sino de opuestas.
Creo que entre nosotros una experiencia como la de Alberto Cruz y Amereida sería improbable (no imposible). En primer lugar sería difícil encontrar un Alberto Cruz; austero, profundamente religioso, paciente, sacerdotal y, respetado irrestrictamente por todos. En segundo lugar no creo que habría una institución venezolana, por más católica que fuese, capaz de dar décadas de apoyo, de afrontar todas las circunstancias, superar todas las coyunturas, todo ello sin suspender su delegación de autoridad. En tercer lugar, las modas pasajeras, el aleteo de algún rumor sobre lo que convendría hacer, y el constante impulso (¿será tropical? ¿es neurosis?) que nos fuerza a empezar de nuevo y a desdeñar lo que nos precede, nos habría puesto a transitar las sendas de la “reestructuración”.
Podríamos imaginar entonces que la inmediatez, la improvisación, la desmedida confianza en lo intuitivo, el olfato presto a todo lo que propone un cambio de dirección, el entusiasmo que desborda en coyunturas más que en situaciones, y la irreligiosidad, podrían producir aquí una experiencia contraria (y complementaria) a Amereida y su clero. ¿Por qué no?
Leyenda de la Foto:
El cementerio de Amereida, hace quince años, en construcción por profesores y estudiantes
(%=Image(2281620,»C»)%)
Y SI HABLAMOS DE POLÍTICA ¿CUAL ES EL CONTRARIO?
Salvador Allende no hacía de la simpleza o la ignorancia una virtud. Desde su formación civilista hizo política. Conoció la derrota democrática. Era Parlamentario, parlamentaba. Respetaba a sus adversarios. Elaboró un pensamiento político coherente. No promovió el militarismo en su gobierno, fue víctima de él… y de la militancia que pretendía apoyarlo. Como Presidente cometió errores, quiso corregirlos. Fracasó seguramente, pero no para la Historia.
Allende tuvo su opuesto chileno en un militar simplista. En un militar no democrático. En un militar que ocultaba sus estrategias y sus decisiones. Que atemorizaba, refugiado en la represión. En un militar que se instaló en el Poder para no dejarlo sino a conveniencia de su proyecto político. En un militar que dejó prosperar corruptelas y arbitrariedades en sus partidarios. En un militar que presionó al Poder Judicial. En un militar que puso al Parlamento a su servicio. En un militar que forjó una Constitución a su medida…y se la legó a sus sucesores.
Es fácil saber cual es el opuesto venezolano de un Salvador Allende. Cuando nuestro Gran Conductor hace ya años expresó amenazante que su revolución no era como la de Allende porque estaba armada, se situó en oposición radical al legado de Allende, quien nunca amenazó con la guerra o la muerte.
Para cualquier chileno de hoy eso podría estar claro, pero es difícil deducir enseñanzas de la Historia. Ya hablamos del nacional-socialismo del presente venezolano, ahora decimos que el régimen que nos gobierna es lo opuesto de Allende y sus intenciones. Hemos heredado la basura dictatorial de Pinochet, no la prestancia democrática de la víctima del Palacio de la Moneda.
Que el moralismo revolucionario no siembre la confusión en chilenos o venezolanos: lo de aquí es represión, oculta o abierta. Y como es del siglo veintiuno, los métodos son otros, también el discurso, las estrategias… y las acciones. Ejemplo: la “regulación” de las manifestaciones durante la Copa América.
Recordemos de nuevo a Alberto Cruz: es lo mismo pero no es igual.