Ambición de poder: Gómez y Chávez
La Venezuela que se asomaba al siglo XX, presenció la invasión de Cipriano Castro en mayo de 1899 en una marcha triunfal desde Cúcuta hasta el Palacio de Miraflores, inaugurando con ello el régimen de los andinos en el poder. Fue Castro un presidente estrambótico, nacionalista e irresponsable al mismo tiempo. Persiguió a sus opositores sin piedad pero simultáneamente comenzó el proceso de unificación nacional en un país cundido por las guerras civiles, las montoneras y el caudillismo. El orden lo consolidó Juan Vicente Gómez, quien el 19 de diciembre de 1908 dio un golpe de Estado que le permitió mantenerse en el poder hasta el 17 de diciembre de 1935, cuando falleció de muerte natural, languideciendo en su cama con la próstata reventada a la edad de setenta y un años, en un país donde el venezolano vivía, en promedio, cincuenta y ocho años. Eso mismo quiere hacer Hugo Chávez, pasar al otro mundo sin soltar el poder. Sin embargo hay diferencias notorias y sorprendentes entre uno y otro.
La Venezuela que acogió a Juan Vicente Gómez para que la gobernara con mano de hierro fue una que optó por sacrificar la libertad en aras de una disciplina de cuartel. Extenuada por los conflictos y ensangrentada por peleas intestinas que nunca acababan sino con el levantamiento de otro caudillo, Venezuela se rindió a los pies de Gómez bajo la consigna de «orden y progreso». Y en verdad Gómez metió a la nación en cintura, con métodos policíacos pero también con cambios institucionales que hicieron de Venezuela un país de verdad. Se le tildaba de analfabeta y aunque no lo era, supo el General Gómez rodearse de buena parte de la intelectualidad de la época. Tuvo como ministros o colaboradores nada más y nada menos que a Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul, César Zumeta, Gumersindo Torres, Diógenes Escalante y Román Cárdenas, entre otros. Nunca pretendió el benemérito ser un hombre culto. Lo suyo era el trabajo. Su visión del mundo era rural pero entendió que Venezuela requería una red de carreteras que conectara las ciudades y pueblos. La institucionalidad militar y fiscal de Venezuela se le debe a Juan Vicente Gómez. Primero con la consolidación de la Academia Militar para la formación de oficiales con visión prusiana y segundo, bajo la égida de Román Cárdenas se conformó un sistema fiscal que le permitió al gobierno ordenar el gasto público y la recaudación de los impuestos, mediante reglas muy simples que le dieron estabilidad a Venezuela.
Derrocado Castro, solamente la muerte apartó a Gómez del poder. Fueron veinticinco años en el gobierno, con un control absoluto, de la mano del Ejército y la policía. No tenía partido porque el suyo era la institución armada.
Hugo Chávez llegó a presidente simbolizando una aspiración de cambio. Con ese deseo colectivo, en un país cansado de la corrupción y de malos gobiernos, los venezolanos decidieron experimentar una transformación sin estar muy seguros de la carta oculta que Chávez tenía debajo de la manga. Guardó esa carta sigilosamente hasta que consideró llegado el momento de mostrarla. Al igual que Gómez, Chávez encarnó la idea de algo diferente que pusiera concierto en el desconcierto. Una apuesta peligrosa, conociendo los antecedentes de las asonadas militares en Venezuela, pero el pueblo venezolano se la jugó por el cambio sin saber en qué consistía ese cambio. Chávez se parece a Gómez en su mentalidad rural. Gómez nunca salió de La Mulera, estado Táchira y Chávez todavía está anclado en Sabaneta, estado Barinas. Gómez era un sujeto extremadamente simple, Chávez pretende ser intelectual sin los argumento para ello. Gómez creó el Ejército profesional y Chávez está haciendo todo lo posible para destruirlo, especialmente con la estructuración de las milicias, imitando el modelo cubano de fuerza armada. Gómez dotó a Venezuela de normas para el manejo del tesoro y Chávez las demolió con el manejo personal de los fondos públicos, como lo refleja el hecho de la existencia de un presupuesto formal aprobado mediante una ley y otro paralelo representado en el Fondo de Desarrollo Nacional (Fonden).
Se parecen en la ambición desmedida por el poder. Hugo Chávez sueña con pasar a la historia, no como un político que deja una obra escrita, unas ideas que trasciendan y que sirvan de ejemplo sino más bien como alguien que ejerció el poder hasta su ultimo aliento. Ello es así porque Chávez es prisionero de una ideología que no concibe la alternabilidad como un elemento indispensable de la democracia y pondera a ésta en la medida que le es útil para su fin ulterior que es la destrucción de la democracia misma. Por es misma razón Chávez desconfía de todos quienes están a su alrededor y los ve como competidores a los cuales hay que minimizar y apartar del camino porque no imagina el poder sin su ejercicio personal.
Por tal razón es que se rodea de incondicionales, de especie de zamuritos de la política, de gentes despersonalizadas, a quienes insulta y halaga para probar su lealtad. Los lleva al límite de lo que un hombre puede tolerar, con el objeto de medir su capacidad de resistencia y sometimiento. Eso hace Hugo Chávez, el hombre con una ambición de poder que no conoce límites y que quiere acabar sus días agarrado del poder, como lo hizo Juan Vicente Gómez.