Opinión Nacional

¡Aló majestad!

Uno de los graves problemas que confrontaron los presidentes de la llamada
cuarta república y que afecta a los mandatarios de muchos países, es la
barrera burocrática que se levanta entre las órdenes que éstos dan a sus
colaboradores y el cumplimiento de las mismas. Más de una vez fuimos
testigos de cómo se tomaban decisiones en Consejo de Ministros o bien el
Presidente de la República emitía una orden ante cualquier circunstancia
grave, y meses después la misma distaba mucho de haberse ejecutado. Las
excusas sobraban: desde la falta de presupuesto hasta culpas que iban
descendiendo en una escala de cargos para alcanzar al más débil. Una de las
causas del descalabro democrático fue, más que la falta de voluntad de los
mandatarios por hacer obras y solucionar problemas, la ineficiencia y la
indolencia burocráticas contra las cuales se estrellaban las mejores
intenciones. Pero había otros escollos en el camino del querer hacer y eran
los trámites legales que debían cumplirse. Ni siquiera haciendo uso y abuso
de las Leyes Habilitantes, los mandatarios de la era pre chavista lograban
soplar y hacer botellas. Aún con esa especie de salvoconducto para obviar
una cantidad de fórmulas, quedaban algunas por cumplir que retardaban o
distorsionaban las órdenes del Jefe del Estado.

Todo eso es historia pasada. Ahora, gracias a las transformaciones
producidas por la revolución pos marxista y neo fidelista que encabeza el
comandante en jefe de los ejércitos y milicias patrias, el lapso que existe
entre las órdenes y hasta simples deseos expresados por el Jefe y su
ejecución, se mide en horas. El método es el siguiente: todos los domingos
el presidente Chávez se dirige al país con un programa de variedades cuya
duración depende del humor del protagonista. En la medida que se acerca un
nuevo acto comicial, ese humor lo impulsa a estar en contacto con el pueblo
durante siete u ocho horas y de manera ininterrumpida. Para aumentar el
rating del show dominical, la oficina de prensa de la Presidencia publica
avisos en la prensa en los que promociona «Aló Presidente» como un programa
de tubazos, bailes, cantos, participación protagónica del público asistente,
etcétera. Lo más interesante -por el tema que nos ocupa- es detenerse en el
capitulo de los tubazos. Para aquellos no familiarizados con el argot
reporteril venezolano, un tubazo es una noticia no solo importante sino
además original, es decir una que solo difunde el medio de comunicación que
la conoce y que deja muy mal parados a todos los demás. ¿Quién que no sea
Hugo Chávez en carne y hueso puede dar tubazos del calibre y efectos de los
que se producen en Aló Presidente?

Esos tubazos parten de ideas que se gestan en la mente del candidato a la
eternidad, mientras trata de conciliar el sueño en las madrugadas y después
de haber ingerido la octogésima taza de café. ¿Qué tal si eliminamos todos
los peajes en las autopistas del país para que el pueblo no pague para el
mantenimiento de las mismas? ¿Para qué entonces tenemos petróleo a más de
$80 el barril sino es para regalar los reales? Algo hay que dejar en
Venezuela. Llega el domingo y anuncia que debería eliminarse el cobro de
peaje en la autopista tal o cual y a las pocas horas la orden es cumplida y
todos los funcionarios adscritos a ese peaje son despedidos. Otro día piensa
en voz alta y dice que la hacienda que ocupa el oligarca fulano era
originalmente de su tatarabuelo (de Chávez) y al día siguiente la Guardia
Nacional o el ejército o las brigadas campesinas chavistas toman posesión
del fundo, sin que haya mediado orden judicial alguna.

Cada domingo o en sus cadenas de cualquier día de la semana, el propietario
del país formula deseos, ideas, sueños, visiones o aspiraciones que una
legión de súbditos se apresta a cumplir de inmediato sin que haya
constitución, ley, tratado internacional o Declaración Universal de los
Derechos Humanos, que lo impida. Todas y cada una de las instituciones que
se supone sirven para controlar los abusos en el ejercicio del poder, para
legislar sobre los límites del mismo y para juzgar los que se cometan, dicen
amén al hombre que sueña despierto. A veces se trata de un caso singular de
sonambulismo como el del domingo 14 de octubre cuando amaneció en La Habana.

Allí, al lado de ese cuasi cadáver que es Fidel Castro, estuvo a punto de
decir que Cuba tenía dos presidentes pero algo lo hizo contenerse y resultó
que es Venezuela la que los tiene. Y además forma ya una Confederación con
Cuba a la que en cualquier momento podría sumarse Bolivia.

Si algún mandatario de la tan estigmatizada cuarta república hubiese
pretendido, por ejemplo, formar una confederación con cualquier país
bolivariano para así complacer pos mortem a El Libertador; aquí se habría
armado la de San Quintín: el Congreso se habría declarado en sesión
permanente para discutir el tema, la oposición lo habría acusado de traición
a la Patria, el Fiscal General estaría amenazando con iniciar un juicio ante
la Corte Suprema y los Magistrados de ésta opinarían sobre la
inconstitucionalidad de la propuesta presidencial. Pero tratándose del
máximo y perpetuo, aquí no pasa nada. La prensa extranjera ha tratado el
tema con la alarma que se merece, la mayoría coincide en que se trata de un
propósito nada velado de Chávez de convertirse en el sucesor de Castro, no
en Cuba donde el hermano Raúl agarra los reales pero no lo traga, sino ante
la Izquierda paquidérmica internacional.

Suponemos que la Onidex debe estar ya diseñando una cédula de identidad
y un pasaporte con la nueva nacionalidad cubano-venezolana o simplemente
confederada. Y es factible que ocurra mucho antes del cambio de hora que un
día se le ocurrió al sonámbulo, pero que se quedó atascado en el camino de
su ignorancia y la de su hermano ministro de educación.

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