Algo huele mal
… y no precisamente en Dinamarca en tiempos pretéritos, como decía Hamlet en el homónimo drama de Shakespeare, sino aquí y ahora, en esta tierra tildada “de gracia”, en esta sociedad latinoamericana llamada Venezuela, en esta Republica pomposamente titulada “Bolivariana”.
El Presidente y sus 27 o 28 ministros firman un decreto-ley que el primero declara a los pocos días inconstitucional y lo retira. El Contralor de la Republica declara unos 400 ciudadanos “no-ciudadanos” que no pueden postularse para cargos públicos de elección por haber sido administrativamente amonestados, pisoteando la Constitución que exige para semejante apartheid político que los que lo sufran hayan sido penalmente condenados. Cuatro de los cinco Rectores del Consejo Nacional Electoral confirman la decisión del Contralor. El Tribunal Supremo de Justicia no se pronuncia ni contra el decreto-ley ni contra el apartheid político. Se ocultan sistemáticamente las estadísticas sobre enfermedades endémicas y homicidios y secuestros. El teniente coronel se entretiene con su nuevo juguete: el PSUV, esperando gozosamente el momento en el que tiene que usar su poderoso dedo para designar sus candidatos definitivos para las elecciones regionales de noviembre. De paso descubre que las FARC tienen que incorporarse a la vida política normal de Colombia y que la guerra de guerrilla ha perdido su vigencia en America Latina, después de haberlas apoyado durante años material, intelectual y políticamente. El Ministro de Defensa predica enseñanzas “socialista”-totalitarias para las FFAA y la policía, y el de Interiores y Justicia miente en cada aparición publica (y son muchas) sobre las terribles dimensiones de la inseguridad personal.
La militarización de la sociedad ha avanzado hasta límites insospechados e insoportables. El gobierno ha usurpado el poder del Estado, de modo que los ciudadanos se han convertido, si no en súbditos, en seres sin ninguna participación en la toma de decisiones de políticas publicas, hecho cínicamente escondido por el mantenimiento de mecanismos democráticos a los que se les ha quitado su esencia democrática, como, por ejemplo, la transparencia de las elecciones y, vía “hegemonía comunicacional”, gran parte de la opinión publica y publicada. Adicionalmente, los supuestos “diálogos” del alto gobierno, especialmente del Presidente, resultan ser monólogos y anuncios burdos de decisiones tomadas por él, cualquiera que sea el área que involucran.
Todo esto hace el clima político pesado, tenso y denso, lleno de malos olores, de modo que es difícil respirar, tanto individual como colectivamente. El trípode DOR (disidencia, oposición y resistencia) hace con gran esfuerzo lo que pueda para que “las cosas cambien”. La parte más relevante es la política, esto es: la oposición, y muchos de sus actores tienen una fijación con formas de organización que crecientemente pierden algo de su vigencia, como son los partidos viejos. La presión del clima político y las dudas acerca de los modos de hacer Política (con mayúscula) hacen que muchos de los que todavía insistan en mantener su condición de ciudadanos sean NI-NI. Es indispensable convencerlos que, para lograrlo, tienen que participar en la lucha contra los malos olores, consciente y activamente, como indispensable es también conquistar los que, siendo chavistas, ya tienen dudas del régimen unipersonal, autócrata y arbitrario del teniente coronel.
Los malos olores desaparecerán solo con una acción, en el sentido que le da Hannah Arendt a esta palabra, de purificación vengadora del sistema político, de reconquista de sus valores democráticos y de reconstrucción de su ética societal. Así lograremos, no retornar al viejo régimen, sino establecer uno nuevo, por fin enmarcado en la modernidad.