Al Niño Jesus, Chávez y adversarios
Solíamos en mis tiempos pedir al Niño Jesús que nos trajera un regalito. La tragicomedia de los medios y las desdichas en la economía deshicieron esta hermosa tradición. He visto pedir desde lo hondo de mí a San José, celoso en el cuido de su hijo putativo, que él solo espera que por algún milagro de la Providencia no vendan triquitraques y demás fuegos artificiales, ni cañones ni pistolas reales a nadie, para que la quietud reine y María pueda amamantar al Niño y, la exigencia reclamaba del Dios Padre, con tanta o mayor insistencia, para que los librara del escandaloso pánico que tales monstruos les provocaban. José llegó a decirse que era más simple librarse de la miseria criminal de Herodes el Grande, que del sátiro sadismo de esta era. La del ruido convertido en escándalo y la gente mutada en sátiros u otros monstruos que conocidos no fueron en aquella época. Miles de niños fueron asesinados, dicen que catorce mil, afirmación endeble porque supondría una población muy alta de mujeres parturientas en los mismos días, pero valga la exageración porque cuando se asesina a un niño se asesina la vida, la vida de todos los niños, asumiendo en negativo la sentencia de Andrés Eloy, cuando se tiene un hijo, sentenció, se tiene a todos hijos del mundo. Y la angustia de José razones tuvo, quiero decir que tiene, porque allá pudo esconderse de los asesinos al servicio de Herodes, asesino él mismo, en esta era no. Nadie puede evadirse del terror que portan esos ruidos, donde quizá se encubren otros criminales que en genérico se conoce como la inseguridad. De esta realidad, la hoy muy nuestra, nadie se escapa. Nadie y nadie, por esas bellas paradojas del habla, nadie somos todos!.
Pero, bien, a pesar de estar en esta era, a mi se me ocurre que debo pedir al Niño Jesús que se asuma ya un poco mas grande y que pueda dialogar con los políticos nuestros, con tal sabiduría como la que empleó con maestría infinita en sus debates con los sacerdotes del templo. Total, es cosa de encontrar la verdad, de eso se trata. Se me ocurre advertir al Niño Jesús que a nuestro presidente no hable, que no lo convence nadie y ello porque él está seguro de poseer la verdad, no cualquier verdad sino que la verdad es suya y es él el camino para poder acceder a ella para quien quiera encontrar además de la verdad en sí misma, la felicidad eterna. Mi compadre Ney, un poeta excelso que el Niño Jesús conoce muy bien, escribió en un soneto, hace doce años o poco menos, si bien recuerdo, premonitorio, que concluye cuando el mismo Dios es sometido a la voluntad omnímoda, omnisapiente, supermánica, de nuestro señor, Presidente. Él resolvió para siempre la cuestión de la trascendencia, el paraíso está aquí, él lo construirá aquí en la tierra y ello es tan sencillo, como fue para el mocito Jesús sacar a látigo limpio a los mercaderes de los lugares sagrados, el Templo. Estos mercaderes no sólo eran los dueños del mercado, sino que habían usurpado los valores de la espiritualidad religiosa que debe estar transparente en esos sitios. Claro, ya no estaba Jesús tan chiquito, ya era un hombrecito, cuasi jecho y derecho. Tan sencillo predica nuestro Presidente su misión, primero, extirpará el cáncer del capitalismo salvaje, en su corazón, el imperialismo yankee. Después, como se sabe, montado sobre todos los espacios y tiempos, se irá a Europa y luego a Japón, Australia, en su segunda fase, para, en definitiva, sepultar en la paila mas honda del infierno al capitalismo el salvaje e hipócrita. Y así será, al menos yo creo que así será y como yo he prevenido tanto y tantas veces al Nino Jesús que no venga mas por estas tierras, que no hay nada que hacer, que se cuide, creo que ese cuidado pasa por dejar tranquilo al Presidente y así, además, se liberará de que nuestro Presidente demuestre que no es él el Mesías sino un engendro satánico, el mismo Satanás y que él esta seguro de eso, porque sencillamente no puede haber dos mesías y es él, el presidente, el único Mesías verdadero, auténtico. El verdadero Mesías
Pero, echa esta advertencia, asunto de principios, me atrevo a pedirte, Oh Niño Jesús, que vengas, que sea esta la última vez y esta vez no arriesgas nada, si sigues mis consejos. Es como un paseo con un programa turístico más o menos seguro si tomas algunas providencias. Llega a Caracas de manera invisible y ya seguro de que nadie te sigue, buscas a los líderes de la “oposición democrática”. Allí hay de todo: rezanderos, logreros, místicos, poetas, nepotistas, absolutistas, santeros, filósofos, aventureros, gente de muy buena ley y de muy mala ley, diversos por diversas razones e intereses, pero tienen algo en común, su empeño relativo en probar que nuestro presidente no es el Mesías, mejor dicho que no es Dios. Que es mortal y falible. Así creen. Yo estoy tentado a creer eso mismo, pero siempre he sido temeroso a los empeños y verdades absolutos. Con ellos, te pido ese regalo, con tu sabiduría, que los convenzas de algo simple y sencillo. Admitir que podría ser bueno salir de Chávez, pero que para salir de él no basta que él se vaya o lo echen. Eso puede ser bueno. Pero es tan riesgoso que llegue otro peor o mejor que él que sin ser él, sea lo mismo que él. Omnisapiente, omnipotente, supermánico. Y que todo sea hecho por él y que la tierra no gire más alrededor del sol sino alrededor de él. Que se rodee de gente que le haga el coro y que se sientan ser como él. Sordo, insensible a la razón y a la belleza o, de peor manera aun, que haga de la razón y la belleza su razón y su belleza.
No te costará mucho este milagro. O quien sabe. Tú fuiste desde chiquitico hasta adulto, de vivo hasta muerto, un sabio de esto. Hiciste de la Palabra la esencia de tu pensamiento. Digo mejor la razón y forma de tu magisterio. Tu obra fue la identidad de palabras y hechos. Creaste una doctrina excepcionalmente humana y tan bella que se pudo hacer de todos y tanto que si el malo o el bueno hacen uso de ella, la palabra en sí misma limpia queda. Por eso ha durado todo el tiempo la iglesia católica, la buena en cada sacerdote bueno, en cada hombre bueno; la miserable, la otra, la de la Inquisición, los pederastas y cosas como esa, porque tu palabra está y estará muy por encima de ella y de ellos. Su permanencia está en tu magisterio, y en tu palabra la razón de él. Como ves se trata de eso. De conversar con ellos sobre asuntos bien serios que para superarlos requieren de la palabra, pero de la palabra sabia que como ahora se dice, su fuente sea la razón crítica, la ciencia y su orientación, sea la ética. En dos palabras, dotar de una fuente teórica que permita saber que sustenta sus acciones y de un programa sencillo, transparente para saber cómo se lograría la identidad de la teoría y la práctica en la vida del país.
Permíteme, Oh Niño, que te pida de todo corazón este regalito. Que se pongan de acuerdo en los temas que van más allá de las vísceras, de los pequeños intereses. De la ira, de la venganza. De la manipulación. Probablemente sea prudente, quizá hasta bueno, que cada partido, asociación, grupos etc., que entran en el juego tengan unas reglas tan claras como para que no haya trampas. Tal vez la cuestión comience por tener claro que la democracia no es ya una sencilla forma de jugar con el voto y los votos. Un hábil dictador puede hacerlo mejor. Que la democracia está más allá del escabroso juego de las mayorías. Que la razón y la belleza no admiten votos sino reflexión, intuición, incluso, pero no presunciones. Que se escriba y se asuma que para superar los males inherentes a las manipulaciones electorales, al voto meramente voto, se debe exigir condiciones muy claras, definidas, a quienes aspiran tener una función pública en el gobierno y estado que vendrá. Es decir, en la AN, en los tribunales, en el ministerio público, etc. Que el desalmando clientelismo no signará las relaciones de poder en esa dialéctica macabra que hace del de arriba esclavo del de abajo y el de abajo un chantajista del de arriba. En ese juego la consciencia no vale. Valen la picardía, la trampa, la miseria. Y, en consecuencia, la cualidad de la democracia pierde la posibilidad de su ejercicio real y se convierte en máscara que oculta una terrible dictadura, que juega con la libertad del mismo modo como se da recompensa al amaestrado animal en los circos.
Las funciones de los integrantes de los poderes públicos, de las instituciones todas, suelen estar definidas con alguna claridad, por tanto, ha de buscarse a quien con mayor idoneidad pueda satisfacer esas exigencias. El otro componente es lo que se debe establecer con las relaciones del ciudadano con el estado, del ser social con los demás hombres y de la sociedad, la economía, la naturaleza, la ciencia, el arte. Si se logra este acuerdo en los principios será más fácil acordarse en torno a las personas que pueden, de la mejor manera, satisfacer tales exigencias. No te será difícil encontrar a Ramón Guillermo Aveledo que según me dicen es sabio, sobrio, honesto, tiene un tono barquisimetano muy marcado y ha deferido sus intereses para tiempo después, mucho más lejos. Se me ocurre pedirte para ti un regalo, asúmelo por un apóstol, semejante a los once que quedan confiados en tu palabra, en ti. Pero, no por displicencia, sino por lo que acabo de decir, que sea cuanto posible se pueda, parecido a San Pablo. Discípulo tardío, que llegó a ti por sus propias razones y las tuyas, no recogido ni llamado por ti, tal vez interrogado, ¿Quo vadis?. ¿A qué vamos? ¿Quiénes dirigen y cómo? Probablemente el núcleo de este tema. Pero más: como vamos y qué haremos para no ser y hacer lo mismo.