Al árbol debemos solícito amor
El 10 de abril 1905, Cipriano Castro había designado por decreto al 23 de Mayo como día nacional del árbol, la primera fecha consagrada en el calendario oficial para tales efectos. Esta fecha se cambió por la del 15 de Mayo, cuándo, en 1909, el gobierno del Gral. Juan Vicente Gómez lo estableció por decreto. Para la fecha se consagró al Himno al Árbol, letra de Alfredo Pietri y música de Miguel A. Granado, como la canción emblemática de la efemérides. El 29 de mayo de 1948, hace 60 años, se designó por decreto al Araguaney como el árbol nacional, reasignando para esa fecha la celebración del día nacional del árbol .El 19 de mayo de 1951, el Ministerio de Educación emitió una resolución en la que dispuso celebrar la semana del árbol, tomando como día del árbol el último domingo del mes de mayo.
La semana del árbol y el día del árbol, constituían unos días escolares de especial importancia. La mayoría de los niños sembraban un árbol por primera vez en su escuela, en su casa o en un parque, en un acto que se asumía con devoción, con cariño, con especial amor a la naturaleza y su ícono más representativo. Un país que había sido diezmado por una continua guerra civil en el siglo XIX y por las implacables endemias tropicales que lo sumían en el atraso, trataba de recuperarse a través de una campaña de salubridad masiva y de educación participativa, en una estrategia de fortalecimiento poblacional trazada desde el Plan de Febrero de 1936 de López Contreras y continuada por la administración del Presidente Medina , en un esfuerzo nacional sin precedentes para rescatar a la nación del fatalismo secular que se desbordaba por toda su geografía . En medio del combate civilizatorio, la escuela formaba a una ciudadanía activa que simultáneamente a su alfabetización, combatía contra el anófeles en una guerra que comenzaba a ganarse desde la escuela. Ese es el ámbito en donde el Himno al Árbol adquiría una dimensión muy particular, ya que sembraba de mística ambientalista a toda esa población que se preparaba para derrotar la insalubridad y la ignorancia. Quizás, el distraernos en diatribas menudas del día a día, no nos haya permitido mensurar con toda justicia la labor de esos libertadores civiles que a través de sus conocimientos aplicados, de su mística de trabajo, de su profunda fe en el país, conjugaron en su presente la palabra nación para convertirla en verbo activo, duplicando la esperanza de vida de la población. Cuando hablamos del subdesarrollo del país, no nos recordamos de esos compatriotas desarrollados integralmente en capacitación, espíritu y talento, cuya senda bastaría ser continuada por todos para lograr la prosperidad de la nación.
Uno de esos hombres que se ganan con todos los honores un gentilicio sin haber nacido en el suelo patrio al cual sirven, por su gran contribución a engrandecerlo, el científico suizo Henri Pittier, artífice de uno de los trabajos naturalistas mas notables en el continente americano, promovió la idea de la creación de un parque nacional para resguardar lo que consideraba la mayor riqueza de esta tierra , su asombrosa biodiversidad, tesoro que lo había enclavado en Rancho Grande, donde transitaba el 6,5% de las aves existentes en el planeta, en un espectáculo único donde 540 especies de aves diferentes convertían aquel paraje en uno de los monumentos naturales mas increíbles del globo, muchas de ellas posándose en especies vegetales del terciario, auténticos fósiles vivientes , testigos orgánicos de los cambios orogénicos que originaron aquellas montañas. Con tales evidencias científicas en sus manos, Pittier logró su propósito y el 13 de Febrero de 1937 se decreta el primer parque nacional en Venezuela, el Parque Nacional Rancho Grande que cambia su denominación en 1953 por la de Parque Nacional Henri Pittier, en homenaje al eximio científico cuyo talento investigativo era tan vasto como la diversidad natural que descubría para el inventario de la Humanidad. Podríamos asegurar que la conciencia de lo extraordinario de ser venezolano quizás no llegue a completarse sin visitar este paraíso botánico.En el bosque nublado que rodea la Estación Biológica de Rancho Grande, es posible encontrar 150 especies diferentes de árboles ¡en un área de 0,25 hectáreas ¡ . El árbol gigante conocido como el «niño» (Gyranthera caribensis), el gigante vegetal del Caribe, es endémico para esta región de la Cordillera de la Costa y está bien representado en las zonas más altas del parque. Este impresionante árbol llega a alcanzar los 40 m de altura y presenta enormes raíces tabulares. Colocarse al lado de él, en un ambiente que se formó en el Cenozoico, contemplando aquel tronco que gira mientras busca las alturas, manteniendo una juventud longeva con una vitalidad extraordinaria, quizás nos llegue a explicar la proverbial laboriosidad de Pittier, que en mucho tomaba para sí las cualidades proverbiales del gigante vegetal. Cuando el ilustre suizo llegó a Venezuela para radicarse definitivamente en ella tenía 62 años. En siete años publica más de 100 trabajos relacionados con la majestuosidad biológica del parque. A los 69 años publica su obra maestra Manual de las plantas usuales de Venezuela (1926). En 1936, a los 79 años de edad, asumió el cargo de Jefe del Servicio Botánico del Ministerio de Agricultura y Cría. Ya entre sus 74 y 76 años había sido Director del Observatorio Cajigal. A sus 80 años obtiene para Rancho Grande el decreto de Parque Nacional. Continuó trabajando incansablemente al frente del Servicio Botánico hasta el momento de su muerte en 1950.Tenía 93 años. Había nacido en un cantón suizo en 1857. Tardó 30 años para descubrir América, ya conocido el Mediterráneo y el Medio Oriente.Su elipse vital lo había llevado por los bosques tropicales de Costa Rica, donde fundó el Servicio de Meteorología en 1887, México,. Guatemala, Panamá, Colombia, Ecuador. Dio forma y estructura al Herbario Nacional, hoy Instituto Botánico.
A veces, hay hombres que son el vivo ejemplo de los grandes árboles y que parecen tomar de ellos la clave de su vigor. Viven buscando la energía donde la luz solar se convierte en la activa savia que da esplendor a la vida. Viven y viven, multiplicando sus horas en un esfuerzo creador que descubre el Cosmos para los otros. Humboldt lo hizo antes del estallido del volcán de la emancipación americana y lo predijo en Europa, cuando conoció aquellos jóvenes a quienes dió clases de ciencias naturales al aire libre y a quienes sobrevivió.Vivió 90 años.El tambien admiró y valoró un árbol, el Samán de Güere, del cual hizo una descripción científica que resume su historia. Un daguerrotipo nos brinda un retrato de Humboldt, dos años antes de su muerte. Precisamente en el año que nacía Pittier. Humboldt murió pensando en aquel Samán de su juventud, en aquellos bosques tropicales, en aquellas regiones equinocciales que le darían el mayor conocimiento que hombre alguno poseyera en su época.Los efluvios de aquellas evocaciones, atravesarían los bosques bávaros y sus coníferas, para recalar en los Alpes Suizos donde un niño de dos años comenzaba a soñar un claro de luna en un fantástico bosque futuro donde el verdor de un niño vegetal gigante era capaz de esconder al propio sol en el impresionante manto de su copa.
Hay una geografía que une a estos dos grandes hombres en todo este relato. Hay un árbol detrás de sus vidas y de sus sueños. Hay una ventana donde las aves del orbe pasan migrando continentes, saludando a aquellos árboles que las vieron nacer aún antes de ser aves. Porque en la naturaleza, el recuerdo se mantiene y los descendientes conservan la herencia de la comunicación que vence al tiempo.
Hay hombres que son árboles de vida, y hay árboles que enseñan humanidad en los valores de sus ramas extendidas donde un pequeño gran mundo puede acampar, donde un paraíso puede soñar, en la armonía sinfónica de todas las especies. Por eso, más allá de lo efímero, al árbol debemos solícito amor.