Ahora Podemos Comenzar a Aprender a Leer
Sí, hace aproximadamente 35 millones de siglos apareció la primera forma de vida en nuestro planeta: las cianobacterias, también conocidas como algas verdi-azules.
Pero… ¿cómo demonios sabemos eso? Bien; las cianobacterias cuando mueren dejan atrás una muy delgada lámina de sedimentos, sobre la cual vive y se desarrolla la nueva generación de cianobacterias. Esos sedimentos con el paso de miles y miles de siglos se van transformando muy lentamente en rocas llamadas estromatolitos—que aún hoy podemos encontrar en aguas poco profundas. Y los científicos pueden conocer la edad de cualquier roca de origen orgánico (procedente de la descomposición de seres vivos), usando sus conocimientos sobre la descomposición radioactiva de los elementos; particularmente, del Carbono 14, un carbono radioactivo que cuando se descompone, se convierte en Nitrógeno 14; y lo hace a una velocidad específica: 5 mil 730 años ( más o menos 40 años).
Esa velocidad de descomposición radioactiva es llamada por los científicos: media-vida; en virtud de que en una media vida se descompone exactamente la mitad del carbono 14 original que existía en la roca; y durante la próxima media vida se descompone exactamente la mitad de la mitad que quedó; y durante la tercera media vida se descompone exactamente la mitad de la segunda mitad de carbono 14 que quedaba—y así hasta que todo el Carbono 14 se haya transformado en Nitrógeno 14. Por lo que los científicos sólo tienen que contar la cantidad de carbono 14 y la cantidad de nitrógeno 14 que existe en la roca que están examinando, para saber por cuanto tiempo ha existido esa roca—lo que en el caso de los estromatolitos formados por las cianobacterias, arroja un tiempo—o edad—de 35 millones de siglos.
¿Pero cómo demonios llegaron a aparecer las cianobacterias en primer lugar?
La mejor respuesta es… muy muy lentamente y muy muy aleatoriamente: A lo largo de los 10 millones de siglos que transcurrieron desde que nuestro planeta estuvo completamente formado, enfriado, y dotado de una atmósfera compuesta mayormente de vapor de agua, dióxido de carbono y amoníaco—y toda el agua encharcada—desde pozos, lagunas, hasta mares y océanos, eran completamente de agua dulce, existió un permanente proceso de erosión de la corteza terrestre causada por el viento y las lluvias, y los sedimentos producidos por esa erosión—al igual que es todavía hoy en día—fueron arrastrados hasta los océanos por los ríos, hasta que las aguas marinas adquirieron su salada característica: disueltas en ellas se halla todo tipo de elementos y sustancias, convirtiéndolos, en lo que podríamos llamar la sopa primordial, que agitada constantemente por tormentas y corrientes marinas, e influenciadas por la energía solar, permitieron reacciones químicas que dieron origen a una molécula muy especial; el ADN (ácido desoxidoribonucleico)—que es una especie de manual de instrucciones para construir cualquier forma de vida (vegetales, animales y hongos).
El ADN es una larga cadena de nucleótidos simples sostenidos por una “columna vertebral” de azúcares y fosfatos unidos por átomos de hidrógeno—los nucleótidos son compuestos químicos que consisten de tres porciones: una base nitrogenada, un azúcar y un fosfato—y el ADN está formado por cuatro bases específicas, llamadas respectivamente Adenina, Citosina, Guanina y Timina—y el orden en que estas bases son halladas en la cadena de cada molécula de ADN, es usado para describir los genes (un segmento específico de ADN), usando las letras iniciales de esas bases: A C G y T—todo vegetal, animal y hongo que existe en nuestro planeta, tiene una configuración única llamada genoma, que es la suma total de todos sus genes—pero todos ellos tienen exactamente las mismas 4 bases (Adenina, Citosina, Guanina y Timina); es más existen genes que son hallados simultáneamente, en las plantas de maíz, en los pollos y en los seres humanos: exactamente el mismo gen. Y con nuestros parientes más cercanos: el chimpancé (llamado científicamente Pan troglodytes) y el bonobo (llamado científicamente Pan Paniscus) compartimos exactamente el 96,1 % de todos los tres mil millones de genes que poseemos los seres humanos.
Pero para entender porqué, debemos conocer La Teoría de la Evolución.