Adiós a la madre
El pasado viernes murió Hila Paz Galárraga, viuda de Álvarez Domínguez. Era la madre de nosotros. De Fernando y mía, los mayores y de Estela e Iris, las menores de la familia. Dios nos permitió disfrutarla mucho tiempo. Estaba próxima a cumplir 95 años en aceptables condiciones para su edad, con una salud mental envidiable. Sus valores estaban perfectos. Quizás hasta más equilibrados que los nuestros, lo cual impresionaba luego de los periódicos chequeos a que la sometíamos. Murió en su ley. Tranquila, sin dolores, con placidez y hasta un rostro con cierta felicidad como si estuviera preparada para ese momento. Cuenta mi hermana Estela, con quien vivía, que la noche anterior estaba de excelente humor preguntando por todos sus hijos. Amaneció sin signos vitales.
Fue una matrona de recia estirpe. Buena hija, buena hermana, buena esposa, buena madre, buena abuela, buena bisabuela y extraordinaria amiga cuando entregaba su afecto. Leal a sus deberes y obligaciones hasta el último aliento que le permitían sus fuerzas.
Apasionada luchadora por la libertad, por el respeto a la dignidad de cada persona humana, por la justicia social como instrumento para alcanzar el bien común. Integró los núcleos originarios tanto de Acción Democrática como del Movimiento Electoral del Pueblo. Mi padre no era adeco. Simpatizaba con Isaías Medina Angarita y derivó más bien hacia Unión Republicana Democrática. Mamá era hermana de Jesús Ángel Paz Galárraga, mi tío, comprometida reciamente con su causa, especialmente en las malas. Mamá, con el apoyo incondicional de mi padre, asumió la responsabilidad de traer a la casa a la joven familia de mi tío. Ana Victoria Rangel de Paz y los hijos de ambos, Juan José, Eleonora y Marianela, vivieron con nosotros casi toda la dictadura militar que empezó el 24 de noviembre de 1948 y concluyó con el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez. Somos primos hermanos, más hermanos que primos.
Me recuerdo de muchas cosas. Imposible sintetizarlas, pero toda la familia incluyendo a mi abuela Mercedes y a papá, fallecidos hace algunos años, pasamos durante más de siete años todos los martes en la mañana en la cárcel de Maracaibo, visitando a nuestro tío, preso militar de la dictadura. Siete navidades y siete años nuevos, junto a las familias de los demás procesados. Había resistencia, clandestinidad y coraje infinito contra la tiranía. Varias veces allanaron la casa común, pero nunca doblegaron aquel núcleo humano de valientes, básicamente adecos y comunistas. Mamá fue determinante en la formación de una familia plural política e ideológicamente. Los disidentes fuimos mi padre y yo que, sin cumplir 15 años, ingresé en la Juventud Revolucionaria Copeyana. Con el respeto y hasta el apoyo, una vez dado el paso, de los mayores de la familia. Tuvimos la fortuna de crecer con dos padres y dos madres. Ella tuvo mucho que ver en eso. Pido a Dios fuerza para mantenernos fieles a sus enseñanzas y a su ejemplo.