Abstenerse para defender el voto
Como desde el 2 de febrero de 1999 -fecha en la que Hugo Chávez hace un simulacro de juramentación como Presidente ante la “moribunda” (la Constitución vigente desde el 23 de enero de 1961)- todo marcha al revés en Venezuela (PDVSA no se dedica a producir petróleo, sino a ejecutar programas sociales; Alcasa no se ocupa de aumentar la producción de aluminio, sino de crear el “hombre nuevo”; el Ministerio de Relaciones Exteriores no se preocupa de elevar el nivel profesional de su personal, sino de fanatizar a los miembros del servicio diplomático) los eventos electorales no podían escapar del mundo bizarro en el que vivimos. Por lo tanto, estamos frente a una verdadera paradoja: para defender la importancia esencial de las elecciones en la democracia, habrá que abstenerse en la próxima consulta prevista para el 7 de agosto, cuando se elegirán los concejales y los miembros de las juntas parroquiales. El mundo absurdo en el que habitamos está obligando a los demócratas a proponer la abstención, como manifestación de protesta frente a un régimen que pretende utilizar los comicios, como instrumento para pervertir las elecciones y transformarlas en la fórmula ideal para implantar una tiranía, pero preservando la fachada democrática.
Desde los griegos se sabe que la apariencia y el contenido muchas veces no coinciden e, incluso, que la primera enmascara y oculta al segundo. Sin embargo, nunca como ahora en la Venezuela posterior a 1958 se había producido un hiato tan grande entre la forma y el fondo. Las consultas comiciales, en apariencia símbolo inequívoco de la democracia, han devenido en el instrumento más eficiente para montar una dictadura de corte fidelista. Lo que el doctor Castro no quiso hacer en Cuba (o sea, las elecciones), Chávez –forzado por las circunstancias internacionales que surgen tras el derrumbe de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría- se ha visto obligado a llevar adelante. Ahora bien, como el jefe de la revolución bonita no cree en las instituciones de la democracia representativa, ni en el voto como fuente de poder y legitimidad de las autoridades públicas, sino que considera las consultas como una imposición de la que no puede librarse, so pena de que la comunidad internacional lo coloque en la mira y se desaten todas las fuerzas que lo eyectarían de Miraflrores, transformó el Consejo Nacional Electoral en un ministerio de asuntos electorales, al frente del cual colocó al psiquiatra Jorge Rodríguez, a quien lo único que le hace falta para ser Ministro es asistir a los muy esporádicos Consejo de Ministro que el primer mandatario convoca. La misión del CNE y de todo el Poder Electoral es garantizarle a Chávez todos los triunfos que necesita para preservarse como autócrata.
Esta tarea la asumieron Rodríguez y sus aláteres como si tratase de una orden imperial. No hay arbitrariedad, atropello o burla que no hayan cometido para demostrarle al jefe que actúan con devoción franciscana. Se niegan a auditar el registro Electoral Permanente; le entregan a la oposición una lista de electores sin direcciones, alegando que esta información es “secreta” (cuando antes ellos mismos le permitieron a Luis Tascón que fotocopiara todas las planillas del referendo revocatorio); con las máquinas “caza huellas”, que sólo se utilizan en los aeropuertos de algunos países amenazados por las redes internacionales de terroristas, presuponen que los electores son unos delincuentes que deben ser empadronados; con los cuadernos electrónicos atentan contra el secreto del voto, esencia de la transparencia electoral; se niegan al conteo manual de las papeletas de todas las máquinas electorales, a pesar de que las máquinas de Indra fueron seleccionadas porque, precisamente, permitían que ese conteo se realizase; impiden una observación calificada e independiente, con autoridad suficiente para oponerse a los desmanes de Jorge Rodríguez y sus compinches. Todos los abusos imaginables los ha cometido el CNE para demostrarle su fidelidad incondicional a Chávez.
Entonces, ¿qué es lo que los demócratas debemos custodiar? No tengo dudas de que se trata de asumir la defensa irrestricta de las elecciones transparentes y sin ventajismos de ninguna naturaleza, como mecanismo para garantizar que el voto sea la única fuente de legitimidad de los poderes públicos y el instrumento a través del cual se produce la alternancia en el Gobierno y en los organismos del Estado sujetos a la voluntad popular. En las actuales circunstancias –con un CNE obsecuente y entregado sin reservas al Presidente de la República y a su proyecto autoritario- esas condiciones no están ni remotamente garantizadas. De allí que acudir a la cita electoral del venidero 7 de agosto con las ultrajantes características establecidas por el dúo Chávez-Rodríguez, contribuirá a degradar aún más la institución del voto y a vaciar los procesos electorales de todo contenido democrático.
Chávez está cubanizando a Venezuela, no con el ejército de barbudos que vino de la Sierra Maestra bajo el comando de Fidel Castro, sino con gente como Jorge Rodríguez y el resto de los rectores del CNE, que sin necesidad del desenfundar un fusil ni disparar un solo tiro, están armando el escenario para que se instaure una dictadura totalitaria parecida a la que en su momento impusieron Mussolini y Hitler, déspotas que contaron con el favor y el fervor popular expresado de forma entusiasta en las urnas electorales. La diferencia puede estar en que estos líderes obtuvieron victorias sin valerse de secuaces en los organismos electorales. Sus triunfos fueron genuinos. Algo que Chávez sólo puede asegurar manteniendo el control férreo del CNE.