¡Abajo la oligarquía! ¡Que viva la aristocracia!
Hay que reconocer que la oligarquía siempre ha tenido mala prensa. Combatirla con saña no es un invento de la revolución Bolivariana. Desde mucho tiempo atrás cualquier movimiento libertario que se respete ha encontrado en la abominable oligarquía la víctima propiciatoria para emprender la batalla por la liberación de las masas oprimidas. Cuando resulta que oligarquía simplemente significa el gobierno de unos pocos y, verdaderamente, cuando uno presta atención a lo que pasa en las revoluciones, resulta que jamás fueron tan pocos los que nos gobernaron.
Porque resulta que en las revoluciones como la bolivariana hay que llegar a la conclusión de que nuestra oligarquía se reduce a una sola persona. Tal vez por eso las revoluciones son tan sanguinarias contra la oligarquía, porque si no la eliminan al menos la reducen a su mínima expresión. En nuestra patria hermosa no podemos hablar del gobierno de unos pocos ¡Que se frieguen los aspirantes a oligarcas! Ahora tenemos el gobierno de uno solo. Los candidatos a oligarcas, pobres aprendices, que se vayan al demonio.
No hablemos de Cuba, donde el oligarca mayor lleva meses muriéndose y tiene al país temblando porque no encuentra que hacer cuando le falte. Cuba ha logrado alcanzar una oligarquía tan escuálida que se concentra en un líder que está por encima del bien y del mal. Se podría decir que más que una oligarquía pequeña Cuba es un ejemplo clásico de monoteísmo. Pero no lancemos campanas al vuelo, porque es legítimo afirmar que nuestra oligarquía monoteísta va camino de ser más concentrada que la cubana. Nuestro culto a la personalidad no tiene parangón y si algún pueblo en la tierra se atreve a retarnos en jalabolismo ¡Aceptamos el reto! Estamos seguros de derrotarlos porque en ese culto nadie reza mejor que nosotros, si no que le pregunten a Eliecer Calzadilla.
Por eso cuando a mi me preguntan sobre qué culto profeso, digo rápidamente que yo no soy oligarca, yo soy aristócrata, lo que significa, según los cánones clásicos, el gobierno de los más preparados. Normalmente son pocos, pero yo abogo porque seamos muchos y lleguemos a alcanzar una aristocracia popular, en la que no tengamos que vivir aplaudiéndole las ocurrencias al Mesías, líder indiscutible de nuestra oligarquía. Aunque hay que reconocer que si hay algo que atenta contra el logro de una aristocracia popular es el populismo. Mientras las grandes mayorías vivan esperando que el oligarca único les resuelva todos los problemas, los aristócratas seremos unos pocos inadaptados que tendremos que nadar contra la corriente con pocas expectativas de éxito.
Porque hay que reconocer que pocas cosa son tan atractivas como un oligarca único que nos llene de discursos igualitarios, que nos incluya, que nos ilusione y nos considere, mucho más cuando nuestro oligarca tiene real para ofrecernos algunas migajas que, aunque nos mantengan en la pobreza, nos llenan de esperanza. Ese oligarca carismático que nos llena de amor resulta siempre ser un fenómeno histórico. El oligarca único no se hace, nace, por eso su encanto dura tanto.
Pero yo seguiré abogando por la aristocracia. Luchando porque sea popular, pero convencido de que aunque seamos pocos los aristócratas valdrá la pena luchar por el gobierno de los preparados. Teniendo claro que las mayorías se equivocan y que aunque millones de moscas coman excremento es mejor buscar un sano alimento.