Opinión Nacional

A propo del Oscar: extranjeras y propias

¿Qué tienen en común, además de la nominación al Oscar 2010, las cinco películas extranjeras que compitieron por la estatuilla? Con todas sus diferencias temáticas y de estilo, la autocrítica a episodios del pasado o del presente de los países en donde se filmaron.

            En primer término La Teta Asustada de Claudia Llosa, toca con sutileza y sin recurrir a flashbacks (lo que habría obligado a su directora a disponer de imágenes violentas) la época del terrorismo de Sendero Luminoso en Perú.  La trama gira sobre la metáfora de una supuesta enfermedad de una joven  que amamanto el terror de los senos de su madre, quien sufrió la tortura física y psicológica de la violenta guerrilla. La hija, que padece las secuelas del trauma de esa época de violencia, se pasea entre su pueblo, un barrio de migrantes andinos en las afueras de Lima, y el mundo urbano que poco entiende sobre ellos, en el lugar como trabaja de empleada doméstica para una mujer rica.  De otro lado, El Secreto de sus Ojos, de  Juan José Campanella, es un thriller que si bien no se detiene a explorar sucesos políticos – con la excepción explicita de referencias a Isabela Perón – nos muestra el ambiente de la corrupción del poder, sobre todo en el sistema judicial, la cual no es una característica particular de Argentina, sino de toda América Latina.

Si el film peruano se centra en una comunidad indígena que estuvo expuesta al azote de una guerra gestada por la ideologías fanáticas aceptadas como dogma y mito, por estudiantes de la Lima, la película argentina hace énfasis en la viveza criolla de abogados, jueces, y de toda una sociedad burocratizada, de clase media y rica, en la cual no hay espacio para sentimentalismos como el de su personaje principal. En todo caso, ambas películas no evaden una crítica severa a episodios turbulentos de sus países.

Un Profeta, del francés Jacques Audiard, es la crónica de las mafias que se mueven en paralelo entre prisioneros en la cárcel y sus contactos que trafican droga en las ciudades. El proceso que vive Mallik, un joven delincuente analfabeta de origen árabe, en el cual se transforma de un mensajero y diligente servidor del poderoso clan de corsos en su prisión, a su ascenso hasta convertirse en inclemente  líder de los negocios ilícitos que se manejan desde ese penal,  muestra los universos paralelos en los que se mueve el crimen, pero también, la identidad de personajes pertenecientes a minorías nacionales y religiosas.

El film trata un tema de gran preocupación en toda Europa: las difíciles relaciones de desconfianza entre sus minorías, y en especial, el de nacionalistas con la creciente comunidad musulmana, amén de no caer en los prejuicios simplistas de la visión occidental, pues presenta también las tensiones entre musulmanes no árabes y los que vienen del Medio Oriente y el Norte de África.  Un juego de espejos sobre la delincuencia, las mafias y la discriminación.

Ajami es “la película israelí menos israelí” de todas las que se han hecho hasta el momento, puesto que la mayoría de sus protagonistas son árabes israelíes – más del 15% de la población árabe israelí que reside en ese país con totales derechos políticos – y muestra los conflictos sociales, religiosos y tribales en un barrio de clase baja, junto al puerto de Yafo, al sur de Tel Aviv. En Ajami ocurren varias historias aparentemente inconexas que terminan por vincularse mostrando, sutilmente, las tensiones entre judíos y árabes, entre árabes musulmanes y cristianos y beduinos, y entre árabes israelíes y palestinos de Cisjordania.

Los dos directores, el judío Yaron Shani y el árabe Scandar Copti, ambos residentes de Ajami, logran que la trama detectivesca trascienda al enramado de difíciles relaciones entre varias comunidades, reflejando como situaciones de la cotidianidad no escapan a los grandes conflictos de la sociedad israelí.

La Cinta Blanca, una obra maestra del director Michael Haneke, aparentemente se limita a la historia de acontecimientos criminales y misteriosos que ocurren en un pueblo en el norte de Alemania, durante la víspera de la Primera Guerra Mundial, pero el narrador-protagonista nos advierte en off, desde el comienzo, que los acontecimientos que allí sucedieron, quizá tengan que ver con cosas que ocurrieron luego en su país. Por supuesto, se refiere al nacionalismo extremo de la primera Gran Guerra, y su posterior derivación en lo que luego sería la ideología Nazi.

Quién intente identificar, con detalles, a los responsables de las maldades y perversiones que ocurren en ese pueblo, quedará insatisfecho al no tener las claves suficientes para determinar con exactitud, quienes son los autores intelectuales y materiales de esos hechos. Y es que Haneke no está interesado en esos detalles, sino, en mostrar como la responsabilidad individual y colectiva se fusionan cuando en la atmosfera de todo un colectivo se van sembrando las semillas de una doble moral que predica el bien supremo y practica, o permite que se desaten los demonios, del mal. La Cinta Blanca no nos pone fácil la interpretación de los orígenes del Nazismo, e incluso, del totalitarismo, pero nos da las pistas para que identifiquemos los primeros síntomas, sobre todo, en aquellos niños de apariencia apacible, que años después harían los peores crímenes contra la humanidad.

La metáfora de esta cinta – ¡la de la blanca! – no se limita a trazar lo que solo ocurrió en Alemania, aunque por supuesto esa es la referencia obligada, sino, a todo tipo de fanatismo, laico y religioso, que como en la película, presenta una visión de mundo en blanco y negro.

Cinco films nominados por ser “extranjeros” al idioma oficial de los que compiten por el Oscar de la Academia de Hollywood, pero que al presentar antecedentes y advertencias a tomar en cuenta, para profundizar en el problema de la identidad individual y colectiva en la era de la globalización y tribalismo en la que vivimos – entre grandes pasiones y aun mayor frivolidad – se perciben como “propios” y comunes a todos los seres humanos de nuestros tiempos.

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