Opinión Nacional

¡A precio de gallina flaca!

Nunca como ahora, en pleno régimen de utilería cuya obra es el espectáculo, y sus vallas testimonio de la fantasía, se habla tanto en Venezuela de patria y soberanía; conceptos devaluados, a un punto tal que al gendarme enfermo le obsesiona dejarnos sin identidad, que no sea el culto a los huesos de Bolívar y sus cartas. Ni siquiera nos quiere como brizna de paja en el viento, si recordamos a Gallegos y su personaje, Pablo Azcárate, quien de apellido le queda lo zorruno.

El Estado -ese Leviatán por el que aboga Hobbes como solución a los males del ser humano- en nuestro caso carece de entidad. ¡Y es que el Gobierno, uno de sus componentes, reside en La Habana y de manos de los hermanos Castro obtiene las instrucciones para su diario deshacer! Del pueblo, su otra pata y la que importa, resta el odio «mellizal» que el propio pueblo remienda hoy, en su hastío. Y de nuestro asiento, el territorio, así como lo ocupan misioneros cubanos quienes disponen de nuestras vidas y alimentos, también se parte y reparte como cosa sin dueño. ¡Qué oprobio!

No se trata -y sí se trata- del control que el gendarme enfermo confía a Cuba, no de su cáncer sino de la producción de cédulas de identidad y el dominio por aquélla de la información de cada habitante quien mora o transita por los caminos de la vieja República de Venezuela. Y tampoco se trata -que sí se trata- de ver a nuestros soldados tributándole honores o designando padrino de promoción a Fidel o que acepten, como lo hacen, que la bandera de éste ondee en nuestros fuertes y cuarteles.

Tampoco se mira lo anecdótico, como la presencia de las FARC o la gerencia de su negocio de narcotráfico desde nuestro territorio, o el bautizo con el nombre de un mandatario extranjero – Néstor Kirchner- del Salón del Consejo de Ministros, en Miraflores. Y a pesar de su significación y de los daños que irroga a las generaciones futuras, menos se repara -¡que sí reparamos y cómo!- en la deuda que contrae el gendarme enfermo con el llamado Fondo Chino, por una suma que ronda los 28.000 millones de dólares y pagamos con petróleo futuro a la mitad del precio presente y por barril petrolero.

Esta vez se juzga lo inverosímil, la entrega y renuncia por el gendarme enfermo de una parte de nuestro territorio, que no es del Estado sino del pueblo desde antes de nuestra existencia como tal y que la Constitución de 1999, al igual que sus precedentes, declara indisponible.

Los hechos, traducidos en acciones y omisiones que le dan forma a una traición como política de Estado, son muchos e imperdonables al respecto. En 2004, el gendarme y su canciller Pérez deciden no protestar más la entrega del Esequibo por Guyana a manos de transnacionales para su explotación; arma fuerte, que es, de nuestra negociación reivindicatoria desde cuando se aprueba el Convenio de Ginebra, en 1966.

En 2007, falseando la historia, mirándose a sí en el régimen marxista guyanés de los Jagan, el gendarme afirma que nuestra reclamación la impulsa Rómulo Betancourt a pedido de los gringos; y obvia, antes bien, que somos la víctima de Gran Bretaña y otras potencias, que coludidas mutilan nuestra geografía a conveniencia en el siglo XIX.

Un año antes, en 2006, Barbados y Trinidad debaten sus áreas marinas en sede de un Tribunal Arbitral, cuyos mapas cierran la salida de nuestro Orinoco hacia el Atlántico. El gendarme nada dice, como tampoco lo hace su Canciller Maduro una vez como otro Tribunal Arbitral, en 2007, convocado por Guyana y Surinam, fija los límites marítimos entre ambos Estados obviando los derechos de Venezuela en el Esequibo.

Para colmo, Guyana, que recién amplia su soberanía marítima más allá de las 200 millas, afirma ante el Comité de la ONU que no existe reclamación territorial pendiente que condicione su solicitud; y nuestro gendarme oculta haber sido informado al respecto, desde 2009. Mas al quedar en evidencia, su canciller Maduro simula «controlar los daños» en visita y declaración que hace desde Guyana junto a la canciller de ésta. Pero como bien lo denuncia el veterano embajador y especialista Sadio Garavini, aquél asume como buena y por escrito la tesis jurídica de los guyaneses, a saber, que el diferendo se limita a debatir la validez jurídica o no del laudo que en 1899 nos arranca, mediando un acto de corrupción, 156.890 km2 de territorio. Entierra así el significado del Acuerdo de Ginebra, que posterga el laudo y manda a la búsqueda de una solución práctica y recíprocamente satisfactoria para ambas partes. La patria, pues, se vende a precio de gallina flaca y en las narices de las Fuerzas Armadas.

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