A poner el descuido en cuidao…
Pero cuando la bestia está moribunda es cuando se pone más peligrosa. Y los alertas saltan a la vista: El cierre de campaña en el estado Bolívar lo realizó Capriles en Ciudad Guayana, específicamente en la parroquia Unare, la más poblada de la entidad y no pudo ser más convincente el apoyo recibido: Conservadoramente unas treinta mil personas se encargaron de crear un ambiente festivo, democrático, multicolor, pleno de sana emoción, por propia voluntad, sin presiones ni amenazas, como suele hacer a los empleados públicos y de las empresas del Estado, soldados y mercenarios, el candidato del pasado, para tratar de nutrir sus cada vez más escuálidas concentraciones -la de Catia, por mencionar su mejor referencia, dio pena ajena o, para usar la expresión del insigne intelectual N. Maduro, “una cagada”. Pero la desesperación chavista se encargó de poner una nota discordante, buscado la violencia primitiva que caracteriza su especie, un desechable fue comisionado por el “como ando en campaña…” para lanzar huevos hacia la tarima de oradores para luego escapar a punta de uñas como las ratas. Sin embargo, en una demostración de desprecio moral hacia este tipo de acciones viles, propias de perdedores, nadie osó detener con la trompada deseada, la huída cobarde del aspirante a agresor. Y la fiesta popular, de los habitantes de la parroquia, siguió su curso, anunciando la indetenible victoria del pueblo trabajador venezolano y de su juventud, que sí ama de verdad su patria, Venezuela, y lucha por su progreso, para impedir que traidores militaristas entreguen sus riquezas a parásitos internacionales en nombre de la internacional comunista, una secta de asesinos y depredadores. Pero esa violencia junto con la guerra asquerosa del propio Chávez, aunque los tiros les están saliendo por la culata, remite a extremar la seguridad del candidato de la evolución democrática. Pues, ya son varios los atentados, como cuando llegó a Anaco y en el pequeño aeropuerto lo esperaba una turba ebria de indigentes y malandros -que el chavismo, de la godarria en su mitomanía demagógica, usa con la connotación de “pueblo”- que se encargó de mantener secuestrado en el avión durante media hora al presidente de Venezuela a partir del 7 de octubre. La lluvia de piedras, botellas y cuanto objeto contundente encontraban o les suministraban los organizadores del democrático evento -me cuentan que el policía de CAP, Freddy Bernal, era el cabecilla- fue incesante, y la Guardia Nacional, cuya responsabilidad era también velar por el orden público, y que miraba y se reía, como si de una gracia se tratara -¿cuál sería su reacción en el caso negado de que una turba similar le lanzara los mismos objetos y en igualdad de circunstancias al embustero candidato del gobierno?- hasta que el pueblo de verdad, decente y trabajador, que esperaba a Capriles en Cantaura se inquietó por la tardanza y en caravana llegó al lugar y, me jura mi informante, la turba ensustanciada dejó el pelero, incluyendo, me cuentan, al duro Bernal. Pero eso sí, al paso de su bestialidad destruyeron todas las instalaciones levantadas para el líder. Pero el mitin en Cantaura fue apoteósico, a pesar de que la violencia que le es consustancial a Chávez, como la espina al pescado, destrozó a pedradas los vidrios de los autobuses del pueblo que quiso acompañar a su candidato del progreso. Y Capriles en su discurso fluido y abundante, convincente por sincero, no hizo mención ninguna del incómodo incidente. Allí tuve la certeza de su triunfo. No perdió tiempo ni en quejarse ni en insultar como hace el candidato perdedor: Un hombre de poder, violento a quien la adulancia y los intereses creados a la vera de su irresponsabilidad en el manejo de la renta petrolera, le han hecho creer que es inteligente y que en verdad domina con su carisma, cuando lo que hace es manipular perversamente los sentimientos de la ingenuidad necesitada y sobornar con los reales y la impunidad más soez. Suele ser pesaroso el despertar de estos personajes cuando el poder los abandona, de allí la desesperación que transmite a sus mercenarios la absurda idea de la violencia como represa para el ya cantado triunfo de Capriles, que logró lo inimaginable: Que quienes estaban sometidos por el miedo, lo perdieran, y ante esta insubordinación electoral, que, como ejemplo, tapizó las paredes de Alcasa con afiches de Capriles, estas turbas degradadas, que nada tienen en común con el pueblo venezolano, chavista o no chavista, irrumpan como animales, destruyendo a salvajadas la poca historia que pueda ser favorable a Chávez, logrando lo contrario a su propósito: Entre más violencia chavista, más votos para Capriles.
Yo te veo desesperado, vale
Y es que a Chávez, yo lo veo desesperado, así como lo vi gorila el año 92. La violencia de sus partidarios, su sucia manera de jugar a la política -no es político es un militar activo- y la contratación de personajes desahuciados bajo sospecha dolarizada, son convulsiones propias del desespero ante un candidato que avanza saltando obstáculos y dejándolo en la cerca con la lengua afuera. Y es que ya nada le funciona al candidato perdedor: Los babalaos lo dejaron en la estacada, aburridos de no pegar una, y los espíritus de la sabana andan con Capriles por aquellas soledades abandonadas por catorce años de desidia inmisericorde, que dan tanta lástima que hasta el propio culpable se largó a llorar a moco tendido viendo tanta miseria. Así que sí señores, la patria de Bolívar tendrá la dignidad presidencial que se merece, pero no debemos perder de vista la desesperación de una oligarquía forjada a la vera de la corrupción y cuyo líder tiene siete demandas en la Corte Penal Internacional, que puede llegar hasta el magnicidio si el descuido se lo permite. Los huevos y piedras pueden mutar en balas o bombas, hay demasiada impunidad en juego. La estrategia para estos días debe ser la del ojo avizor, tanto para cuidar los votos como para proteger al presidente Capriles. Todo chavista es sospechoso hasta que demuestre lo contrario. Sale pa’llá.