4-D: los mitos derrumbados
Con la gigantesca abstención en las elecciones del domingo 4 de diciembre varios mitos se derrumbaron. Empecemos por el liderazgo carismático y supuestamente invencible de Chávez. El comandante recibió ese aciago día un misil en todo el centro de ese inmenso Yo que ha construido con el apoyo entusiasta de sus acólitos. Para una personalidad narcisista como la suya, ver que el pueblo no le acompañaba, ni siquiera en el centro de votación donde sufragó, tiene que haber sido una bofetada que le estremeció hasta la última fibra. De nada sirvieron las cadenas, el gasto millonario de PDVSA en propaganda, el abuso de Venezolana de Televisión y de las emisoras radiales del Gobierno. El pueblo no respondió ni a la exhortación desesperada del amo del poder, ni a las misiones populistas, ni a las amenazas e intimidaciones de Jorge Rodríguez, Oscar Bataglinni y demás dirigentes del MVR. Quedó claro ese día que el hombre de Sabaneta brilla en el firmamento porque tiene la alforja llena de un dinero que gasta de acuerdo con el estilo clientelar: sin orden ni concierto; y porque por el lado opuesto no hay otro sol que compita en esplendor. Su liderazgo es más ruido que nueces.
Otra leyenda develada es la que tiene que ver con el socialismo del siglo XXI. La gente no le compró esa oferta al señor Presidente. El pueblo no quiere respaldar nada que suene a comunismo y a cubanización. No desea apoyar con su voto la instauración de un régimen que ataca la propiedad privada en nombre del “interés social” y el “interés general”. A la gente le gusta el capitalismo. Poder comprar en los centros comerciales. Soñar con casa y vehículo propio. Ilusionarse con el viaje a Margarita o, los de mayores recursos, al exterior. El micro empresario se imagina como un pequeño empresario próspero; y éste a su vez como un gran empresario. El ascenso vertical y el éxito están asociados con la libertad de empresa y con la libertad en general. La gente, incluida la más humilde, no quiere asociarse en formas colectivistas que sólo han traído ruina a la humanidad. Sus dotes de vendedor no le resultaron en este evento. Chávez, como todo líder que basa su legitimidad en el carisma, quiere torcer la realidad a base de voluntad. En los próximos meses insistirá en las bondades del socialismo del siglo XXI. En todas las naciones donde este sistema se ha impuesto, ello ha ocurrido con el concurso de la represión y el autoritarismo más salvaje. Ya el pueblo habló. Veremos si Chávez opta por este camino.
La tercera fábula es la que sostiene que el jefe del Estado es el líder de un proyecto multipolar anti globalizador respaldado por el pueblo venezolano. El soberano no está de acuerdo con que Chávez ande por el planeta Tierra repartiendo la riqueza nacional como si fuese la suya propia. El Libertador edificó su leyenda donando para la causa patriota una fortuna que le pertenecía. Pero su imitador se pone a distribuir unos dólares que no son suyos y, además, que nadie le ha autorizado entregar a los cubanos, a los argentinos, a los uruguayos y ahora, no faltaba más, a los norteamericanos, como si el gobierno de Bush no fuese el responsable de velar por las necesidades de los pobres de New York. Mientras tanto aquí, en su país, se hunden las carreteras, aumenta la pobreza, los hospitales no tienen ni alcohol y, con las incesantes lluvias, en las escuelas públicas las aulas se convierten en islas flotantes. El soberano no se siente satisfecho con que el comandante sea candil en la calle y oscuridad en la casa. Su proyecto mundial no tiene la aprobación popular. Es un capricho insolente que una nación tan necesitada como Venezuela no quiere financiar. El pueblo sabe que Chávez confunde solidaridad internacional con soborno y despilfarro.
En este breve recuento de los ídolos rotos hay que incluir al CNE y su delirante proceso de automatización. Jorge Rodríguez y compañía insisten en que el suyo es el método de escogencia más moderno y confiable del mundo, y que el pueblo así lo ha entendido. Se cuidan de decir que también es el más costoso, y que otras naciones, más ricas que Venezuela, lo han desechado porque lo consideran un lujo dispendiosos e inconveniente para la democracia. El procedimiento aplicado por el Rodríguez desde luego que es moderno. ¡Qué duda cabe! Pero no es confiable, como quedó plenamente demostrado en la auditoría de Mariches, y, previamente, en el referendo revocatorio. La gente no confía ni aprueba el derroche tecnológico puesto en práctica por el CNE. Tiene sospechas sobre un mecanismo que inhibe al elector común y corriente, y que está concebido para amedrentar, y dejar rastros que sirven para elaborar listas como las de Tascón y el comando Maisanta, con las que se hostiga y chantajea a los funcionarios, a los contratistas, a los misioneros y a todo aquel que tenga la desgracia de depender del Gobierno.
El 4-D, cómo negarlo, salió muy maltrecha la democracia. La “democracia participativa y protagónica” se redujo a una escuálida concurrencia real de 10% del electorado. La base social del Gobierno se contrajo a sus seguidores más comprometidos y a la periferia chantajeable. La insólita coacción ejercida por Iris Varela contra los funcionarios públicos, no fue cuestionada con firmeza por ningún alto funcionario del Gobierno y, mucho menos, por los integrantes del Poder Ciudadano. A un personaje tan obsecuente como Nicolás Maduro no se le ocurre nada más ingenioso que decir que el nuevo Parlamento legislará para garantizar el mandato del Chávez hasta 2030, como si el pronunciamiento hubiese sido a favor de la gestión del caudillo. A pesar del informe de la OEA y de la Unión Europea, William Lara declara que sólo dialogaran con los partidos que hayan participado en el proceso electoral, haciendo caso omiso de la crisis política de representación que existe y de la ilegitimidad de la Asamblea electa. Soberbia y más soberbia autoritaria. El destino de la democracia no les interesa. Su único objetivo es eternizarse en el poder, no importa a quiénes aplasten. A esos caballeros hay que recordarles que Fidel Castro es una excepción en la historia mundial. Finales como el de Nicolae Ceaucescu en Rumania, más bien, son los que abundan.