26 de Septiembre, hora cero
No se equivoca el megalómano: guardando las debidas distancias y manteniendo las necesarias y humildes proporciones, Venezuela podría despertarse el 27 de septiembre como Berlín el 10 de noviembre de 1989. Con la felicidad de haberle puesto fin a una pesadilla. Ante esta atmósfera de caos y descomposición, todo es posible.
1.- Dos conceptos antinómicos del sentido y la función del parlamento, dos propósitos antagónicos del concepto del Estado y la democracia se enfrentan en estas elecciones parlamentarias del 26 de septiembre. Se da por supuesto que las dos grandes facciones que luchan por el control de la asamblea se encuentran en un mismo terreno y luchan por el mismo objetivo. Nada más falso. Bajo el concepto de parlamento, oficialismo y oposición comprenden realidades absolutamente antinómicas. La cohabitación de ambos conceptos y facciones es imposible. Como imposible la convivencia en un mismo espacio de los sistemas hoy en lucha: dictadura o democracia.
El chavismo, que busca el Poder total mediante la dictadura socialista, ya ha conseguido de la asamblea lo que considera deben ser su esencia y sus funciones: una entidad meramente formal perfectamente sometida y acoplada a los proyectos y decisiones del ejecutivo con el sólo objetivo de sancionar – no de representar, discutir ni presentar alternativas reales – la agenda legislativa presentada por el presidente de la república para darle consistencia legal al zarpazo castrofascista. Pues también la dictadura tiene su orden, sus leyes, su legitimidad. La usa y malversa el dictador con un doble propósito: darle legitimidad parlamentaria a lo que carece, por ese mismo hecho, de toda legitimidad democrática. Y cumplir la apariencia de legalidad para satisfacer las exigencias de la opinión pública internacional y acomodarse formalmente a los requerimientos de la Carta Democrática de la OEA, mientras insista, por necesidades contingentes, en permanecer en ella. Y ella, en mirar de soslayo.
El parlamento no es para la dictadura una entidad autónoma, representativa, el foro en donde se discuten públicamente las visiones de diversos grupos de intereses para decidir el curso político de la sociedad, como sucede en toda democracia representativa. Como tampoco poseen autonomía el sistema judicial, la contraloría, el ministerio público o los otros poderes del Estado. Incluidas, desde luego, las fuerzas armadas Bajo el régimen imperante, ninguno de ellos, y muchísimo menos el parlamento, constituyen poderes autónomos, encargados del control recíproco y el balance y equilibrio de sus funciones. Son meros apéndices aprobatorios de un solo y gran poder, ultra centralizado y omnipotente, así sobrevivan en la formalidad de una apariencia democrática. El régimen imperante es, stricto sensu, la dictadura de quien es el Juez Supremo, el Legislador Supremo, el Comandante Supremo, el dueño de la república: Hugo Chávez. Y los aparentes espacios de autonomía que detentan – como por lo demás incluso los entes descentralizados, como concejos, alcaldías y gobernaciones que se encuentran bajo el control del oficialismo – son producto de ciertas circunstanciales necesidades de funcionamiento pero, por sobre todo, formalidades justificatorias. Ya existen, por cierto, las entidades alternativas, meros sátrapas del presidente de la república. Uniformados, para mayor garantía de subordinación. Pueden suplantar a los gobernadores actualmente existentes por un mero acto presidencial. La asamblea no será óbice: ya ha dictado el reglamento correspondiente.
De allí el sentido autocrático y ultra conservador con que Chávez se enfrenta al proceso eleccionario próximo. El desiderátum sería para Chávez obtener las dos terceras partes de la asamblea y reforzar, con la presencia de un batallador o anuente tercio disidente, la apariencia democrática del régimen. La única diferencia entre ese y este parlamento, sería la algarabía, el reclamo y la protesta opositora, condenada siempre a la impotencia. La función legitimadora, pasiva y obediente sería la misma. Es más: si el oficialismo, a través de su omnímodo control del CNE pudiera asegurar ese tercio – o un poco menos – en manos de los partidos opositores, supuesta la incapacidad numérica de esa oposición para ganar esos puestos en buena ley – lo que no es el caso -, Hugo Chávez se lo aseguraría. Es de la esencia del fascismo que rige en Venezuela – que salvo los uniformes nada tiene que ver con las dictaduras militares clásicas – su naturaleza plebiscitaria. Que se vote, pero que no se elija.
2.- Fue ese temor a servir de comparsa “terciaria” bajo la compulsiva manipulación del CNE, el que llevó al abstencionismo mayoritario que dejara en manos del ejecutivo el control absoluto de la asamblea en las elecciones de 2005. Dos factores anularon la trascendencia de ese reclamo, que tuviera en su momento el inmenso impacto de más de un 80% de abstención y mostrara que, en realidad, el régimen no controlaba electoralmente más del 17% de la ciudadanía: la inexistencia, en primer lugar, de una estrategia alternativa que tuviera la capacidad y el liderazgo suficiente como para paralizar al país e imponerle al régimen condiciones elementalmente aceptables de arbitrio electoral. Y la disposición, complementaria a esa mengua, de pasar por encima de ese gigantesco acto de descontento popular corriendo a buscar candidaturas para el proceso electoral agendado constitucionalmente para ese mismo año 2006.
Bajo esas condiciones tan contradictorias, el empeño político de los distintos sectores opositores ni siquiera pretendió obtener la victoria en las presidenciales de diciembre de 2006, sino recuperarse del shock abstencionista de diciembre de 2005. Como lo señalaran expresamente los promotores de la candidatura de Manuel Rosales – hoy asilado en Lima – se trataba, en el mejor espíritu olímpico, “sólo de competir, no de ganar”. Petkoff lo expresó con toda la brutalidad de que su sinceridad puede ser capaz en momentos particularmente inspirados: quien creyera, dijo textualmente, que se había presentado a Manuel Rosales a la justa para ganar la presidencia “creía en pajaritos preñados”.
La recuperación del insólito traspié de diciembre del 2005 y del acto meramente gimnástico de diciembre de 2006 se logró con el triunfo electoral de 2007, esa “victoria de mierda” atropellada despótica e inconstitucionalmente por el plebiscito del 15 de febrero de 2008. Y alcanzó el momento electoral más esplendoroso en noviembre de 2008, cuando la oposición se llevara las joyas de la corona: Caracas, Zulia, Carabobo, Táchira y Nueva Esparta. Si la miopía de algunos no hubiera impedido la unidad perfecta, el éxito hubiera sido aún mayor. El caso de la gobernación de Bolívar y la alcaldía de Valencia son paradigmáticos.
No ha hecho el gobierno desde entonces más que intentar anular, quebrantar, boicotear y atropellar el dominio opositor en esos espacios. El caso de la Alcaldía Metropolitana es proverbial. El enfrentamiento entre dictadura y democracia ha alcanzado su más alta cota. Ni el régimen puede tolerar no terminar por imponerse plena y totalmente. Ni la oposición subordinarse a la voluntad autocrática del caudillo. Es lo que se decidirá, en gran medida, en la confrontación de septiembre. Chávez quisiera terminar por aplastar a la oposición y permitirle un mínimo reducto legitimatorio. La oposición, terminar de lanzar a Chávez al abismo. ¿Se obtendrá alguno de esos propósitos excluyentes?
3.- ¿A qué debiéramos aspirar los demócratas en estos cruciales comicios? A impedir, mediante una gigantesca movilización de todas nuestras fuerzas, que el régimen obtenga los dos tercios; tratar, en segundo lugar, de obtener la mayoría – si fuere posible, absoluta -; para obstaculizar, en tercer lugar, la tarea legitimadora de la dictadura por parte de la asamblea y finalmente y por sobre todo: ponerla al servicio de las luchas por la restitución de la democracia en Venezuela. Para ello debiera intentarse el desmontaje del aparato seudo legal de la dictadura y reconvertir la asamblea en la instancia contralora que debiera ser. Frente al ejecutivo, en primer lugar, pero también frente a los otros poderes, en toda su extensión. Facilitando así el camino hacia las elecciones presidenciales del 2012. Es el desiderátum de una vía constitucional, legal y pacífica para salir de este estado de excepción y transitar hacia la normalidad democrática. Ni más. Ni tampoco menos.
¿Es posible?
Mentiríamos si damos por buenas las condiciones institucionales en que tendrá lugar este proceso electoral. La rectoría del CNE es un apéndice del ejecutivo. La reestructuración de los circuitos electorales y el nuevo Registro Electoral Permanente han obedecido a la orden del oficialismo para favorecer a sus candidatos. Puede el oficialismo, en efecto, con menos votos obtener más diputados. No se cumplirán las normas de la observación internacional, esencial en esta suerte de comicios. Ni la OEA ni el Parlamento Europeo serán invitados a participar con sus equipos técnicos altamente especializados y de cuya objetividad nadie puede sembrar dudas. Y, last but not least, los candidatos de los partidos opositores no se enfrentan a los del PSUV, sino al Estado en su conjunto. La maquinaria más poderosa, inescrupulosa, rica e influyente de la sociedad venezolana, que cuenta, además, con una clientela segura de más de dos millones de empleados públicos, fácilmente controlables e influenciables bajo la extorsión y la amenaza. En ningún país del mundo, salvo en las dictaduras como la que rige en Venezuela, el presidente en ejercicio y todas sus instituciones pueden involucrarse en una campaña como lo hacen Chávez y sus instituciones. Ni poner todo el poder del Estado y su gigantesco aparataje mediático al servicio de tal objetivo.
Y sin embargo y a pesar de los engañosos análisis de encuestas y encuestadores, que ya comienzan a asomar sus colmillos con sabor a chantaje, el país no aguanta, no resiste un día más de pesadilla y tortura. Quiere regresar a sus tradiciones, a su convivencia pacífica, a su normalidad democrática. Quiere un cambio. Y nada ni nadie podrá impedírselo. A pesar de todos los pesares, el 26 S podría deparar una sorpresa monumental. No se equivoca Hugo, el megalómano: guardando las debidas distancias y las necesarias y humildes proporciones, Venezuela podría despertar el 27 de septiembre como Berlín amaneciera el 10 de noviembre de 1989, luego de la caída del muro. Con la felicidad de haberle puesto fin a una pesadilla. Ante esta atmósfera de caos y descomposición, todo es posible.